Disparar a un oso pardo
El pasado fin de semana unos excursionistas que disfrutaban de una jornada de campo en la Reserva Natural de Muniellos, uno de los robledales más bellos de Asturias, descubrieron el cadáver de un oso pardo oculto entre la maleza del camino. Imagino la impresión que debió causarles semejante hallazgo.
Supongo la cara de asombro que debieron poner estos amantes de la naturaleza que, quizá atraídos por la remota posibilidad de ver al gran protagonista de la fauna cántabra en Muniellos, se llevaron la desagradable sorpresa de encontrárselo tirado ente los matorrales de una cuneta, abatido por un disparo.
Aquel pobre animal, un macho joven que quizá andaría merodeando por ese espacio protegido en búsqueda de un territorio donde establecerse, tuvo la mala fortuna de toparse con un maldito escopetero, un desalmado que no dudó en pegarle un tiro. “Yo creía que, oí un ruido y, lo confundí con un jabalí”. Sospecho las explicaciones del culpable ante el juez. Pero no hay excusa que valga.
No puede ser que unos excursionistas salgan a pasear por un espacio protegido como la Reserva Natural de Muniellos, uno de nuestros escasos refugios de vida salvaje, y se encuentren el cadáver de uno de nuestros últimos osos pardos tirado en una cuneta con un disparo de escopeta en el costado. No puede ser de ninguna de las maneras.
La Fundación Oso Pardo, que lleva años trabajando muy duro para recuperar a la especie, ha decidido personarse como acusación particular. Se han trasladado los hechos a la Fiscalía de Medio Ambiente para que actúe de oficio al tratarse de una especie estrictamente protegida por la ley, tanto por la legislación española como la
comunitaria.
Estoy convencido de que los Agentes del Medio Natural del Principado y los del Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil (SEPRONA), que tanta y tan buena labor de vigilancia llevan a cabo para proteger al oso, van a dar con el autor del disparo. Pero otra cosa será la pena que le sea impuesta, pues debería ser lo suficientemente ejemplar como para que a nadie más se le pase por la cabeza disparar a un oso pardo. ¿Qué cual sería esa pena? No lo sé, pero soy de los que opinan que atentar contra nuestro patrimonio natural debería estar castigado con mucha mayor severidad por nuestro código penal.
No sé si alguna vez han visto a los osos en libertad. Esta primavera compartí en este rincón del diario mi último encuentro con ellos. Fue en las montañas de León, mientras acompañaba a las Patrullas Oso de la Fundación Patrimonio Natural en sus jornadas de seguimiento y vigilancia. Como ya anoté entonces es difícil traducir en palabras la inmensa emoción que siente un naturalista, la excitante mezcla de satisfacción y orgullo que experimentas al mirar por el largavistas y ver a los osos campando a sus anchas ahí enfrente, en nuestros bosques, regalándonos a todos su inestimable presencia.
Ha resultado muy difícil llegar hasta aquí. Ha sido casi un milagro rescatar al oso pardo a las puertas de la extinción y lograr una población estable en la Cordillera Cantábrica y los Pirineos. Es algo con lo que pocos nos atrevíamos a soñar en los años ochenta cuando, con apenas un puñado de ellos en libertad, estuvimos a punto de perderlo para siempre.
Años de duro trabajo, de grandes esfuerzos personales. Muchos recursos económicos, muchas jornadas de seguimiento en el bosque y de sensibilización en los colegios. De dar la vara desde los medios de comunicación, de discusión en los despachos de los políticos, de pegar la hebra en las cantinas de los pueblos, en los sindicatos agrarios, en las federaciones de caza. No deberíamos olvidarlo. Porque el oso está mejor, es cierto, pero no está a salvo. Lo que acaba de ocurrir en Muniellos demuestra su alta vulnerabilidad y nos recuerda que todavía corremos el riesgo de perderlo.
Nunca es suficiente cuando se trata de proteger a una especie tan amenazada como el oso pardo. Por eso debemos perseverar en las medidas de conservación llevadas a cabo hasta la fecha, que han sido muchas y muy acertadas. Seguir fortaleciendo las alianzas en los territorios oseros y generando complicidad con todos los agentes que participan en su custodia.
Hay que trabajar para que lo de Muniellos no vuelva a suceder. Hay que conseguir que la gente se sienta orgullosa de compartir territorio con el oso, que sienta al animal como algo de su propiedad. Hay que lograr que vivir en el territorio del oso sea la mayor seña de identidad para sus gentes. Tal vez así la próxima vez que un miserable se atreva a dispararle sean los propios paisanos quienes lo lleven a empujones ante el juez.