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Elogio de la libre información

Efectivos policiales en el lugar del atentado de La Rambla de Barcelona.

Elisa Beni

Muchas veces pienso que sería mucho mejor que dejáramos de actuar como si las redes sociales fueran la vida. Ciertamente creo que nos ocupamos demasiado de ellas. A fin de cuentas, de los millones de personas que se han informado en días pasados sobre los trágicos atentados de Catalunya, ¿cuántos lo han hecho a través de redes sociales y cuántos por los medios tradicionales? En Europa estamos lejos aún de las disfunciones que está produciendo en Estados Unidos ese número ingente de votantes cuya fuente principal de información es Facebook. Las consecuencias de este cambio de paradigma están ahí, por lo que no es preciso insistir en que son inquietantes.

No obstante, como yo sí andurreo por las redes sociales, me decido a tratar algunos de los mantras recurrentes y machacones, y no por ello más acertados, que han circulado estos días por ellas. Uno de ellos es el de aceptar que la única información buena y aceptable en unas circunstancias tan dramáticas como las de un atentado es la información oficial. El aviso que los Mossos y otras policías hicieron y hacen sobre la no difusión de bulos y la utilización de fuentes oficiales entiendo que se refiere a los ciudadanos en general. Muchos lo tomaron al pie de la letra y emprendieron una especie de cruzada contra los medios de comunicación y los periodistas a los que llegaron a imprecar por dar informaciones que “aún no eran oficiales” en la cuenta de @mossos.  

La intencionalidad del mensaje policial era clara: evitar que las redes se llenaran de mierda. No obstante, me da miedo que los ciudadanos acepten tan fácilmente, y con el ímpetu de una cruzada, que en caso de atentado grave la única información que debe fluir es la oficial y que los medios de comunicación deben acoplarse a ella y al ritmo que las autoridades policiales marquen. Eso, me van a perdonar, no sería una expresión de ciudadanía sino de un tipo de régimen que difícilmente se compadece con la democracia.

En democracia existe un régimen de libre flujo de información y de contrapeso de poderes que no es compatible con la utilización única de fuentes oficiales de información. Los periodistas, más que nadie, sabemos que las fuentes oficiales pueden estar envenenadas en alguna ocasión y, en otras, simplemente fluyen al ritmo y con el contenido que los gobernantes creen conveniente. La comunicación de crisis de la policía catalana y de la Generalitat ha sido muy buena pero eso no invalida el aserto general. ¿Se acuerdan del sangriento 11 de marzo? ¿Se acuerdan de cuánto tardó el gobierno de Aznar en aceptar que no iban a poder esconder la verdad de los atentados? Mal hubiéramos ido si los periodistas no hubieran sondeado sus propias fuentes y hubieran comenzado a pedir explicaciones.

Así que, a pesar de que la información oficial haya fluido con el caudal que la policía ha estimado conveniente, eso no invalida el esfuerzo periodístico por ampliarla, completarla e ir más allá. Esa es la esencia del periodismo. Dar información veraz y darla lo más pronto posible. Eso lo recuerdo para los que dicen ahora preferir que la información llegue más tarde pero que “sea buena”. La noticia es por principio urgente. Respecto a la veracidad, el propio Tribunal Constitucional, ha hecho en su jurisprudencia una muy buena definición de qué es esto de la veracidad y de la obligación del periodista de ceñirse a ella. El periodista está obligado a ofrecer en cada momento la información veraz de que se dispone EN ESE MOMENTO. El periodismo no tiene como objeto solucionar los casos o resolver los dilemas antes de que lo hagan los encargados de ellos y hacerlo sin errores. No, en absoluto. El periodismo avanza informando a los ciudadanos en el mismo sentido que lo hacen las investigaciones, a veces de forma pluriforme o diversa, errática en otros momentos. Así es como se logra la resolución judicial y policial de los asuntos y así es como se lo contamos.

Los periodistas pueden y deben utilizar fuentes extraoficiales o de cualquier tipo para ofrecer información adverada. La vieja regla de las tres fuentes diferentes para dar un hecho por confirmado debería seguir rigiendo, aunque creo que hay redacciones banalizadas y precarizadas en las que ya no se practica una exigencia tan elemental. Así que admitiría que se hicieran reproches concretos, que se criticara a un medio u a otro ésta u otra cuestión, pero la descalificación global del periodismo a favor de la información de los Mossos como única fuente no puedo aceptarla.

Los que claman en las redes sociales tampoco lo hubieran hecho, en realidad, porque cuando se produce un hecho de tal violencia y tan radicalmente injusto, lo primero que precisa el imaginario colectivo es entender qué está pasando y contextualizar la situación y eso no lo consiguen unos tuits oficiales y unas ruedas de prensa. El periodismo corre porque es la sociedad la que tiene prisa por entender. No se confundan.

Otra de las cuestiones suscitas hasta la extenuación ha sido la de la publicación de imágenes de los atentados. De nuevo considero que las advertencias sobre la no difusión de imágenes en bruto se refería a las tomadas por esas personas que de forma inane se saltaron su obligación legal y moral de auxiliar a las víctimas para dedicarse a grabar con sus teléfonos. Jamás un periodista gráfico o un cámara hubiera ofrecido esos vídeos en bruto con comentarios totalmente deshumanizados y fuera de lugar que fluyeron por las redes. Sé que este medio decidió no ofrecer fotografías, pero esa es una opción que no invalida la idea de otros muchos diarios de todo el mundo de ofrecer la realidad, tamizada por la deontología, la cual marca el criterio de elección.

Muchos tuiteros se agarraron al tema como si hubieran descubierto una fuente inagotable para fustigar a los medios, pero no repararon en que casi todo lo que saben sobre el mundo que les rodea, también lo trágico, lo percibieron a través de las elecciones y el criterio profesional de los periodistas de todos los tiempos. El debate ético sobre los límites entre el deber de informar y la dignidad de las personas se ha producido entre los periodistas en todas la épocas y es un debate en permanente avance. Puedo decirles que la opción de ocultar la miseria que provocan los terroristas, incluso para no amplificar su terror, se ha barajado muchas veces pero siempre se ha encontrado desproporcionada, inútil y peligrosa.

En estos tiempos abruptos sin matices y sin precisión en el debate, reivindico un regreso del periodismo a los cuarteles de invierno de la ortodoxia de las normas de la profesión. La urgencia por informar no justifica el burdo error. Ese es un axioma que nos grabaron a fuego en la Facultad. Quizá hay que repensarse ese afán, también periodístico, de pensar que las redes son la vida. Ni nos va la vida en unos clics ni las redes son las únicas y mejores fuentes.

Pensemos y repensemos un periodismo de calidad, estoy de acuerdo, pero en el linchamiento del mejor oficio del mundo –Camus, dixit– no cuenten conmigo. Y tengan cuidado con hacerlo. El poder y las fuentes oficiales son peligrosos y hace falta que haya profesionales preparados para saber dónde beber.

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