Ya empezaron los tiros
Disparos de granjeros contra un coche de activistas que huye de sus amenazas. Un proyectil impacta contra las ventanillas. Los cristales se clavan en la cara de una joven animalista. Esta escena de grave violencia, que acaba en urgencias hospitalarias, fue denunciada hace unos días por la víctima, pero la noticia apenas ha trascendido. A pesar de que estamos hablando de disparos. A pesar de que estamos hablando de gente armada atacando con armas a gente pacífica y desarmada. Apenas ha trascendido aunque estamos hablando de un episodio que se produjo hace pocos días, el pasado 2 de septiembre, en el Estado español, concretamente en Catalunya, en las inmediaciones de la localidad de Gurb, donde un grupo de personas accedieron a una granja de explotación de conejos. Debemos preguntarnos por qué estos disparos no han generado el escándalo mediático y social que merece.
Sí, los activistas accedieron a una propiedad privada, lo que es ilegal. Pero es que la desobediencia civil es la última -con frecuencia, la única- opción ante la injusticia sistémica. Muchas jóvenes personas de las nuevas generaciones nos están diciendo que no van a quedarse quietas ni calladas ante esas injusticias que no supimos evitarles y se han visto obligadas a heredar. Una herencia de explotación y sangre que se contradice con los valores éticos que nuestra sociedad asegura querer transmitirles. No respetar su legítimo derecho a combatir esas injusticias vuelve aún más indignas la vida, la historia y la política que les han precedido. Pero lo que resulta de todo punto vergonzoso es que se les responda a tiros y eso se silencie y se justifique. ¿Habría tenido justificación que le abrieran la cabeza a Rosa Parks en aquel autobús bajo el argumento de que la ley le prohibía sentarse?
Se apela a que son las autoridades, y no las personas activistas, quienes tienen que controlar el estado en el que se encuentran los animales en las granjas, pero se ha denunciado una y otra vez que no es así, que las autoridades controlan un número muy bajo de las granjas existentes (en Catalunya, apenas un 8%, según datos de la propia Generalitat) y que hacen la vista gorda ante la situación de los animales, las numerosas ilegalidades en las que se incurre en esas instalaciones y un trato que es materialmente imposible controlar en el día a día, pero que cuando ha sido documentado de manera encubierta ha mostrado el infierno que sufren los animales a manos de sus explotadores. Todo ello más allá del hecho mismo de explotarlos, de mantenerlos en cautividad y de destinarlos a una muerte segura que es contraria a sus intereses. Y más allá de otro de los argumentos que esgrimen los granjeros y quienes los defienden: que la actividad que llevan a cabo supone su sustento. Así es. Eso es precisamente lo que se denuncia y combate. Porque supongo que estamos de acuerdo en que no son legítimas todas las formas de hacer dinero. ¿O sí?
En todo caso, se puede cuestionar los métodos y estrategias del activismo, se puede estar a favor o en contra de sus acciones, incluso a favor o en contra de la causa que lo impulsa. Lo que resulta intolerable es que se responda a tiros. Y preocupante en extremo que los medios y la opinión pública no se lleve las manos a la cabeza. En una sociedad en la que esto suceda, la cabeza ensangrentada puede ser algún día la de cualquiera. Esa es la cuestión que debería estar siendo ampliamente discutida y recibiendo la repulsa general, que impresiona no haya llegado. ¿Está de acuerdo nuestra sociedad con que se diriman a tiros sus conflictos? ¿Van a callar los medios ante el hecho de que un sector con intereses económicos coja las armas en una falsa defensa propia? ¿No es eso lo que nos repugna de las propuestas de la ultraderecha española o de las consignas del rifle estadounidense?
Cuando a principios de agosto el Departamento de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación de la Generalitat de Catalunya amenazó con elevadísimas multas a los activistas que accedieran a las granjas para protestar en defensa de los animales o documentar su situación, abrió en realidad la veda para que sucedieran episodios como el de Gurb. Si bien recomendaban a los granjeros “evitar enfrentamientos” y llamar al 112, esas multas desorbitadas criminalizaban a los animalistas y, en cierta manera, venían a legitimar las reacciones de los granjeros, las volvían comprensibles. Cuando las instituciones de un Estado llaman a la dura represión de un movimiento social, se produce un pistoletazo de salida para que muchos se cojan la justicia por su mano. Y empiezan los tiros. ¿Qué habría pasado si uno de esos disparos mata a un joven activista? ¿Se está esperando esa muerte disuasoria?
Es importante destacar que los activistas no roban animales, como repite la mayoría de los medios y comunican las instituciones públicas: los liberan. Los activistas liberan a los animales del sufrimiento continuado y de la muerte. Mientras no se parta de esa base, mientras siga primando el discurso engañoso y victimista de los explotadores y los escopeteros, se tergiversará el sentido de sus acciones. Se llamará robo a lo que es liberación. Se criminalizará a los pacíficos. Es muy grave no tomar esta situación como un asunto político fundamental y prioritario. El futuro lo hará. Ya empezaron los tiros. Se les puso silenciador. Pero los tiros ya empezaron.