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Palabras que caen mal

Nube de palabras

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Hay palabras que nos caen mal porque nos recuerdan a personas que nos caen mal. A mí me pasa con la expresión “es una pasada”.

Oigo “qué pasada” y veo la imagen de esa persona diciéndolo. Grrrr. Hasta oigo su voz dentro de mi cabeza. Grrrr. Bastan esas dos palabras para sentir la misma incomodidad que me produce esa persona. Grrrr. 

Por eso a mis amigos de confianza les pido: “No digas esa expresión, por Dios. Que me llevan los demonios”. Es como la magdalena de Proust pero en malo. 

A Marcel Proust un trocito de magdalena mojada en té lo transportaba a la vieja casa de su infancia. El sabor del bollo lo volvía “indiferente a las vicisitudes de la vida, a sus desastres inofensivos, a su brevedad ilusoria”. Paladear la magdalena lo llenaba de amor y de “una esencia preciosa”.

A mí me ocurre lo contrario cuando oigo una palabra que asocio a alguien que me cae mal. En vez de olvidarme de las vicisitudes de la vida, me acuerdo de lo viscoso de la vida. Y en vez de llenarme de amor, me llena de “quiero salir de aquííí”. 

Las palabras son tan evocadoras como los olores y los sabores. Hay palabras que dan ternura. Hay palabras que dan risa. Y hay palabras que dan ascazo. A mí me pasa también con “qué chulo”. Es un vocablo que dice mucho una persona que me cae mal. “Qué chulo”. Grrrr.

Y lo peor de todo es el eco que dejan esas palabras. Da igual quién la diga después. Da igual que esa palabra la pronuncie alguien que te encanta. La palabra ya está raída y churretosa, y no la quieres volver a oír jamás. 

Es muy difícil separar una palabra de las emociones que provoca. Como si la voz y la emoción estuvieran atadas sin remedio. Es una especie de estímulo-respuesta del perro de Pavlov. 

Hay palabras que caen mal a individuos sueltos y hay palabras que caen mal a una gran parte de la sociedad. Aquí ocurre, por ejemplo, con la palabra solterona. Grrrr. ¡Solterona será tu padre! Ya no permitimos que se desprecie a una mujer por no tener pareja. Esa idea de mujer como desperdicio si no está casada no tiene sentido ni cabida en la sociedad de hoy. Por eso la palabra solterona cae bastante mal y repugna más todavía.

El pedagogo y periodista italiano Gianni Rodari decía que las palabras producen sensaciones y sentimientos, ¡ondas expansivas!, igual que una piedra cuando cae en un estanque. En la Gramática de la fantasía lo cuenta así: “Una palabra, lanzada a la mente por azar, produce ondas de superficie y de profundidad. Provoca una serie infinita de reacciones en cadena, atrayendo en su caída sonidos e imágenes, analogías y recuerdos, significados y sueños, en un movimiento que interesa a la experiencia y a la memoria, a la fantasía y al inconsciente”.

Rodari decía que la mente no recibe una palabra y descifra su significado sin más. La mente se implica y la “acepta o repele”. La “enlaza o censura”. 

Una palabra es tan poderosa que desentierra emociones y recuerdos. “Se hunde en el pasado, hace volver a flote presencias sumergidas”. Y puede rescatar “campos de la memoria que yacían bajo el polvo del tiempo”. 

También podemos justificar esta teoría de las palabras que nos caen bien y nos caen mal con la obra de Ludwig Wittgenstein. El matemático y lingüista decía que las palabras son como la capa superficial de las aguas profundas. Esa capa es lo que resuena, pero abajo, están las emociones y los sentimientos y lo que de verdad nos mueve.

Esa emoción y esas experiencias vividas van configurando nuestro vocabulario. Yo digo mucho pana porque amo esa palabra. Digo pana y mi cabeza se llena de recuerdos de conversaciones con mi sobrino. Pero jamás digo “qué chulo”. Jamás digo “qué pasada”. Es que se me atragantan solo con pensarlas. Grrrr. 

Qué maravilla es esto de los amores y los repudios por las palabras. Todo emoción. Todo pasión. Todo pálpito en cada letra… y en cada emoticono:

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