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Cómo y por qué Pedro Sánchez ha estropeado su experimento

Pedro Sánchez

Carlos Elordi

Aunque algunos noticieros se empeñen en lo contrario, el panorama político no está particularmente tenso. O no más que otras veces y, en todo caso, no tanto como lo está el británico o el alemán, por ejemplo. Lo que está parado. Y muy confuso. En el escenario no aparece ninguna estrategia mínimamente clara. La oposición no la tiene. El gobierno ha dejado de tenerla y ahora se limita a marear al personal con sugerencias sobre cuándo serán las próximas generales. Para decir algo. Pero también para distraer la atención, para que no se hable de los graves fallos que está cometiendo. Y, sobre todo, para que no se indague sobre los motivos que han llevado a Pedro Sánchez a cambiar de rumbo.

El momento más alto de su anterior andadura se produjo el 24 de octubre, cuando en un pleno del Congreso el portavoz parlamentario del PNV afirmó sin ambages que en Cataluña no se había producido rebelión ni sedición alguna sino únicamente una crisis institucional y que los líderes independentistas habían de ser puestos en libertad. “Ha estado usted muy acertado” le contestó sin pestañear el líder socialista desde la tribuna. Y no pocos valoraron que esa afirmación equivalía a un primer gesto, importante y sin matices, para propiciar algún tipo de entendimiento con los soberanistas catalanes a fin de que éstos apoyaran su presupuesto.

Fue un primer gesto pero también el último en esa dirección. Las palabras de Sánchez no tuvieron mayor eco ni fuera ni dentro de su partido. Como si nunca se hubieran pronunciado. Pero debieron de producir reacciones importantes. Que el presidente del gobierno tomara un rumbo de colisión con el Tribunal Supremo alineándose con la posición del independentismo sobre el Procés debió intranquilizar a no poca gente influyente. Y alertar a sectores todavía influyentes del PSOE. Los mismos que en septiembre de 2016 propiciaron su defenestración de la secretaría general del PSOE. Y por motivos similares.

Por aquel entonces Sánchez parecía inclinarse por un acuerdo con los nacionalistas vascos y catalanes y con Podemos para ser elegido presidente del gobierno. Se lo impidieron. Ahora, en circunstancias no idénticas pero no muy distintas, esos sectores del socialismo, con varios barones regionales en su seno, conjuntados con algunas fuerzas vivas, parecen haberle disuadido de seguir avanzando por el camino que había abierto con su aplauso a Aitor Esteban.

Y eso es lo que ha ocurrido. Desde aquel 24 de octubre, y tras unos días de silencio, cualquier referencia del gobierno y del PSOE al independentismo catalán ha dejado de ser mínimamente amable, por decir algo suave. Miquel Iceta, líder del PSC y portaestandarte de la vía del entendimiento lleva semanas callado y el socialista catalán que más habla sobre el asunto es Josep Borrell, partidario de una línea absolutamente contraria. Los barones socialistas callan, pero ya se sabe lo que piensan Susana Díaz, Emiliano García Page y Guillermo Fernández Vara al respecto.

Unidos Podemos ha percibido claramente ese cambio. Ese “hacer más” por lograr un pacto presupuestario con los catalanes que ha demandado Pablo Iglesias nace justamente a finales de octubre. Es una manera de acusar recibo del cambio de rumbo del PSOE sin propiciar una ruptura. También las advertencias de que las elecciones generales podrían celebrarse dentro de muy poco, que los líderes de Podemos lanzaron hace dos semanas. Porque es una manera de decir, sin decirlo, que sus diputados podrían dejar de apoyar al PSOE en el Congreso y precipitar así su disolución.

Por ahora son solo fintas. Pero que han colocado esa posibilidad, hasta antes del 24 de octubre impensable, encima del tablero político. Podemos sabe que su pacto con Sánchez se ha acabado y eso se confirmará si el Gobierno no presenta su proyecto de presupuesto, del que Pablo Iglesias y los suyos se consideraban coautores y del que esperaban obtener rédito político. Los que presionaron a Sánchez para que se alejara del independentismo también le debieron disuadir de su acercamiento a Podemos.

Sánchez debe estar convencido de que ni por esas Iglesias y los suyos romperán del todo. Tal vez porque piensa que saben que eso les costaría muchos votos. Y que no querrán repetir el fiasco de las elecciones de junio de 2016. En los próximos meses veremos si ese análisis es solvente o no.

El pacto para la renovación del Consejo General del Poder Judicial nace en ese contexto político. Acuciado por la necesidad de hacer algo frente al drama en que la sentencias de las hipotecas había sumido al Tribunal Supremo, Sánchez optó por un pacto de urgencia con el PP. Necesitado de demostrar que su partido seguía siendo decisivo para darle en los morros a Ciudadanos, Casado recogió ese guante.

Pero el acuerdo se fraguó demasiado rápidamente como para poder tranquilizar a aquellos sectores del PP que temen que un nuevo reparto del poder judicial los deje sin protección frente a las acusaciones de corrupción que penden sobre ellos. Casado no los tuvo en cuenta y éstos le han arruinado la maniobra. Y estamos otra vez en pleno desastre judicial.

Sánchez es también culpable de ello, al menos en parte. Por no haber previsto que esa contestación en el interior del PP podía producirse, tal y como era su obligación política. Y por haberse quedado sin argumentos tras ese fracaso. Porque él es el primer responsable de un pacto injustificable desde el punto democrático y que ahora no puede defender. En todo caso, esa vuelta a las prácticas más criticables de un bipartidismo que ya no se puede renovar también se inscribe en el cambio de rumbo adoptado por el presidente del gobierno. Sin pensárselo mucho, y así le ha ido por eso, donde antes estaba su entendimiento con Podemos él ha tratado de colocar su pacto con el PP.

Al final de toda la peripecia se vuelve a la confusión. El Gobierno ya no tiene plan alguno. Si las elecciones andaluzas le van bien, el PSOE ganará algún tiempo en el que podrá improvisar algo para seguir tirando y pasar el verano sin elecciones generales. Que, digan lo que digan, nadie quiere. Porque todos, partidos catalanes incluidos, van a concentrar sus esfuerzos en las municipales y autonómicas y sus estructuras dan para poco más. Puede haber sorpresas –y Unidos Podemos es el que puede darlas-, pero lo normal es que la política española siga parada.

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