Te recuerdo, Víctor Jara
La victoria del ultraderechista José Antonio Kast es un ultraje a la memoria de Víctor Jara. En el plebiscito de 1988 sobre Augusto Pinochet, Kast votó sí, argumentando que el general no había usado la fuerza para derribar a un gobierno legítimo, sino para salvar a Chile del comunismo. En esas fechas, solo tenía veintidós años y su padre Michael, natural de Baviera, había militado en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y había adquirido el grado de oficial de la Wehrmacht por su participación en la ocupación de París y la invasión de la Unión Soviética.
Como los criminales de guerra Ante Pavelić, Adolf Eichmann y Josef Mengele, Michael logró huir a Argentina y, más tarde, a Chile, utilizando la “ruta de ratas” creada por el Vaticano para que nazis y fascistas pudieran abandonar Europa y no responder ante la justicia aliada. Su hijo Miguel, oriundo de Oberstaufen, fue ministro de Estado y presidente del Banco Central durante la dictadura de Pinochet. Formado en la Universidad de Chicago, aplicó las ideas de Milton Friedman y Arnoldo Harberger, ordenando una oleada de privatizaciones y el despido masivo de empleados públicos. A la larga, sus medidas provocaron una caída del PIB de 13,6 % (la más alta de la historia Chile desde la crisis de 1929), una tasa de desempleo del 20% y la quiebra de un gran número de bancos e instituciones financieras.
No es extraño que con esos antecedes familiares, José Antonio Kast declarara en 2017 que si Pinochet viviera, votaría por él. En 2021, Kast se declaró partidario de clausurar el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), retirar a Chile del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y suprimir el Ministerio de la Mujer. Aunque durante su campaña presidencial se centró en el control de la migración, la seguridad y el crecimiento económico, nada indica que su agenda de valores haya cambiado. Nunca ha ocultado su oposición al aborto en cualquier circunstancia y su desdén por el colectivo LGTBIQ+.
El presidente Gabriel Boric fracasó en su proyecto de reforma constitucional y no logró que el Congreso aprobara una subida de impuestos para mejorar los servicios sociales, pero creó un sistema más equitativo y solidario de pensiones, adoptó medidas para rebajar las listas de espera quirúrgicas, estableció el copago cero en el sistema público de salud para las personas con menos ingresos, consiguió un crecimiento moderado el PIB y mantuvo la tasa de desempleo en un 8’4%. Además, realizó importantes gestos simbólicos, como rendir homenaje a la estatua de Salvador Allende situada a las afueras del Palacio de La Moneda, pedir al Parlamento el reconocimiento constitucional a los pueblos indígenas del país, alegando que Chile ganaría en paz y unidad o manifestar el deseo de ver a Netanyahu y a los responsables del genocidio de Gaza sentados en el banquillo de la Corte Penal Internacional.
Sin embargo, el gobierno de Boric no ha cambiado el paisaje social. Chile continúa siendo uno de los países más desiguales de la OCDE. El 10% más rico acumula el 60% de la riqueza total, mientras que el 50% más pobre solo disfruta del 8’2%. La pobreza afecta al 27%, lo cual significa sufrir graves carencias en salud, educación y vivienda. Los grupos más afectados son los menores, las personas de la tercera edad, los discapacitados, las mujeres y los migrantes. Los avances macroeconómicos no han menoscabado la desigualdad estructural. Es inevitable pensar en España, donde los buenos datos económicos conviven con los bajos salarios, el problema de la vivienda y una bolsa de doce millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social. Resulta particularmente desolador que desde hace décadas España posea una de las tasas más altas de pobreza infantil de la UE, con un millón de niños afectados por una pobreza severa.
Salvador Allende fue mucho más radical que Boric, pues sabía que la lucha contra la desigualdad exigía medidas drásticas. De ahí que nacionalizara la gran minería del cobre, pusiera en marcha una ambiciosa reforma agraria, congelara los precios de las mercancías y aumentara los salarios de todos los trabajadores. Las empresas estadounidenses Anaconda y Kennecott fueron dos de las grandes perjudicadas, pues no recibieron ninguna compensación económica. Se justificó esa decisión por la acumulación de beneficios abusivos gracias a unas bajísimas tasas fiscales.
La respuesta del presidente Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, consistió en organizar un boicot contra el gobierno de Allende mediante la negación de créditos externos. Estrangulada por esta represalia y por la emisión de moneda para subir salarios y conceder subsidios, la economía chilena sufrió una inflación desorbitada y una crisis de desabastecimiento. Financiada por la CIA, la prensa opositora (El Mercurio, La Segunda, La Tercera, Las Últimas Noticias, La Prensa de Santiago, La Tarde y Tribuna) atacaron sin tregua al gobierno de Allende. La escasez de productos básicos y el florecimiento del mercado negro dispararon el descontento social. La huelga de los camioneros agravó aún más la crisis. Los atentados de la Vanguardia Organizada del Pueblo y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, dos organizaciones que practicaban la lucha armada porque consideraban impracticable la vía democrática hacia el socialismo, solo añadieron más tensión.
Finalmente, el 11 de septiembre de 1973 el ejército se sublevó bajo la dirección del general Pinochet y, tras sufrir una incursión de los cazabombarderos Hawker Hunter, Allende murió en el Palacio de la Moneda. En su última alocución en Radio Magallanes, el presidente declaró: “Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. […] Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
El cantautor Víctor Jara fue una de las víctimas de la feroz represión desatada por Pinochet, una operación monstruosa que se saldó con 3.126 desaparecidos y alrededor de 10.000 personas torturadas. Con un valor simbólico similar al de Federico García Lorca en España, Jara padeció un auténtico tormento en el Estadio Chile. Brutalmente maltratado por el joven teniente Edwin Dimter Bianchi, al que llamaban El Príncipe, y por otros esbirros de la misma calaña, sufrió múltiples fracturas y quemaduras. Los torturadores se ensañaron con sus manos por lo que representaban: un canto libre, una herramienta para protestar contra las injusticias. Antes de morir, aún tuvo tiempo de escribir con la ayuda de sus compañeros de cautiverio: “Canto que mal que sales / Cuando tengo que cantar espanto / Espanto como el que vivo / Espanto como el que muero”. El cadáver de Víctor Jara fue arrojado en las cercanías del Cementerio Metropolitano con cuarenta y cuatro impactos de bala.
Ahora, más de siete millones de chilenos han concedido la presidencia a un admirador de Pinochet. Evidentemente, no todos simpatizan con el dictador. A muchos solo los mueve el desencanto y la desesperanza. Cambian los gobiernos, pero la desigualdad persiste, y Kast, como otros líderes ultraderechistas, ha utilizado la inmigración ilegal y su supuesto vínculo con la inseguridad para movilizar a los votantes. A pesar de todo, creo que muchos te recuerdan, Víctor Jara. Siempre serás un símbolo de ese anhelo de justicia y fraternidad que enciende la esperanza de los humillados y olvidados. Hoy tal vez no es el tiempo que puede ser mañana, pero la esperanza no se basa en hechos, sino en bellos, insensatos e irrenunciables sueños.
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