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El regreso de la hombría

Vicente Barrera en la plaza de toros de València.
17 de junio de 2023 22:21 h

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De pequeña solía ver con mi abuela las corridas de toros de la Feria de San Isidro, ella con devoción, yo con profundo aburrimiento. No me extrañó nunca, sin embargo, que le gustase esa “diversión sangrienta y bárbara”, en palabras de Jovellanos: había trabajado en fincas de la dehesa extremeña, a mi abuelo le gustaba alternar con toreros y la tauromaquia era una afición extendida en aquella España rural y en ruinas de la posguerra en la que, como dijo El Espartero, más cornadas daba el hambre.

España se convirtió en otra, alejándose de ese pasado que nunca fue un paraíso, y la tauromaquia perdió aficionados; los que quedaron, junto a toreros y empresarios taurinos, se encerraron en su arcaico mundo; el negocio alrededor de las plazas malvivió y ninguno de los sucesivos ministros de Cultura supo qué hacer con los toros, competencia suya. Parecía que la fiesta iba a morir de muerte natural pero resurgió, elevada a la categoría inatacable de cultura patria y hasta transgresor arte de vanguardia. Para rematar la faena, la extrema derecha, especialista en fabricar y/o apropiarse de raíces vernáculas y señas de identidad, reivindicó el toreo, que tiene todo lo que su ideario desea: es políticamente incorrecto, es la sublimación del arrojo como un fin en sí mismo, es liturgia y rito español, es contrario al animalismo que ellos califican de sectario e infantil, es ruralidad tradicional y, sobre todo y ante todo, es exaltación de la virilidad, de la masculinidad, de la testosterona. Es la esencia de la hombría. 

La ultraderecha construye la identidad patria sobre un pasado que nunca existió y una fantasía de cultura inmemorial e inalterada en la que la hombría tiene un papel esencial. Escribió Octavio Paz en Máscaras mexicanas que los mexicanos heredaron el concepto de hombría de los españoles y que “en un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos. La feminidad nunca es un fin en sí misma, como sí lo es la hombría”. Por eso no es casual que Vox imponga a un torero como vicepresidente y consejero de Cultura en un gobierno que elimina la denominación de violencia de género de su programa. El feminismo es un constante productor de agravios a la hombría, y la extrema derecha es la ideología que mejor canaliza la ira, la pérdida de privilegios y el miedo de los hombres blancos, ofreciendo la restauración de los derechos masculinos y reivindicado la hombría como virtud política.

Vox apostó siempre por convertirse en la cara más visible y combativa del rechazo al feminismo, con un discurso que niega la violencia de género y el patriarcado como sustento de la desigualdad entre el hombre y la mujer. Lo hacen porque el feminismo es el único movimiento global que ataca la estructura patriarcal que ellos prefieren en todos los ámbitos: en lo social, en lo económico, en lo político, en lo religioso. La reacción de la extrema derecha a los avances feministas es grave, pero más grave es que el partido conservador mayoritario respalde esa ideología. Cuando se sustituyen las áreas de igualdad por las dedicadas a la familia se expresa que la mujer no debe olvidar que su papel fundamental es la crianza y cuidado de los hijos, al igual que el hombre no debe olvidar que su principal papel es ser fuerza productiva y dirigente. 

No estamos solo ante un cambio de gobierno, estamos ante un retroceso social evidente. Los acuerdos alcanzados entre el PP y Vox para gobernar en comunidades y municipios dejan claro que Feijóo asume sin complejos el ideario de los de Santiago Abascal, incluido el antifeminismo. Todas las reticencias de los populares han desaparecido en un plazo inesperadamente corto, y el panorama se ha despejado: los primeros puyazos de esta coalición de derechas nos los vamos a llevar las mujeres.

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