¿De dónde ha sacado el Gobierno que estamos saliendo de la crisis?
La catástrofe ferroviaria de Santiago ha apagado la campaña propagandística que La Moncloa había emprendido para hacer creer a los españoles que el signo de la economía ha cambiado y que la recuperación está en puertas. La publicación de la EPA relativa al segundo trimestre de este año –con el dato, sin duda positivo, de que el número de parados se ha reducido en 225.000 unidades– debía de haber sido el argumento para lanzar las campanas al vuelo. Pero la noticia quedó apagada por los ecos estremecedores de lo ocurrido en la curva de A Grandeira. Sin embargo, el empeño publicitario del Gobierno no cede y trata de recuperar el efecto perdido.
Lo malo es que en estos últimos agitados días, no poca gente que sabe cómo está, de verdad, la economía –desde reconocidos analistas a no pocos empresarios– han tenido ocasión de expresar sus dudas sobre el optimismo oficial. Y aunque Rajoy se irá de vacaciones un poco menos agobiado por el asunto Bárcenas de lo que estaba hace un mes –que seguramente con ese fin se ha ideado la citada campaña–, esas inquietudes volverán a aflorar con fuerza a la vuelta del verano.
Con un nuevo factor que amenaza en el horizonte: el de que el accidente de Santiago ponga seriamente en cuestión la buena imagen exterior de nuestro sistema ferroviario de alta velocidad, uno de los pocos activos internacionales con que seguía contando la manoseada “Marca España”. Porque en los diarios extranjeros de referencia, sobre todo en los económicos, y particularmente en el Financial Times, lo que manda en los comentarios al respecto es la pregunta de cómo pudieron fallar unos sistemas de seguridad que se vendía como infalibles.
Y como esa es la clave de la catástrofe, y no el error humano del maquinista, sólo cabe prever que el cuestionamiento de nuestro AVE crezca por ahí fuera a medida que avancen las investigaciones. Incluso, o sobre todo, si, como no puede descartarse, las distintas comisiones encargadas de esclarecer los hechos se dedican a retrasar o a oscurecer sus conclusiones al respecto.
Volviendo a las impresiones sobre el “cambio de rumbo” económico que pregona nuestro Gobierno, el buen dato de la EPA de junio ha sido aplaudido por todos los especialistas. Pero con un matiz igualmente generalizado: el de que lo único que indica el dato es que el paro ha dejado de crecer... cuando está colocado en 6 millones de personas. Y subrayando algunos elementos adicionales no poco significativos: uno, que el número de activos, de trabajadores que buscan empleo, ha descendido en 76.000 unidades. Porque han dejado de buscarlo o porque se han ido al extranjero. Dos, que el 60% de los que se siguen declarando parados llevan en esa situación más de un año. Tres, que la totalidad de los nuevos asalariados (111.900) han firmado contratos temporales.
En definitiva, que la “recuperación” del mercado de trabajo que pregonan desde La Moncloa es, por el momento, sólo un buen deseo. Es cierto que otros indicadores señalan que se ha frenado algo la caída de la economía española. Que las encuestas de confianza de las familias y de las empresas industriales han mejorado un 4 y un 0,5% en el 2º trimestre (aunque el sondeo realizado por El País entre las 269 mayores empresas concluía el domingo con expectativas bastante más pesimistas). Que las ventas minoristas ya no caen tan drásticamente como en el primer semestre (pero siguen cayendo). Que las ventas de coches han un subido un 2,9% en el segundo trimestre (tras caer ininterrumpidamente en los últimos doce, a veces a tasas trimestrales hasta del 20%). Y que, y este es el dato del que más alardea el optimismo oficial, que las exportaciones han crecido un 13% en abril-mayo, a tasa interanual.
Frente a todo eso –que, visto en conjunto, es muy poco– se sigue destruyendo empleo en la industria, el crédito sigue prácticamente congelado –o a intereses de hasta del 10 % para las pymes–, el sector público sigue recortando empleo –2.600 puestos de trabajo en el 2º trimestre, según la EPA– y la inversión sigue parada, o reduciéndose aún más en el caso de la pública.
A pesar de todo ello, y de que los analistas internacionales temen un nuevo susto por parte de la banca española –agobiada por una morosidad creciente y falta de capital para hacerle frente–, el ministro de Economía ha proclamado que en el tercer trimestre de este año podría producirse el fin de la recesión. Puede que en breve los datos le desmientan. No sólo porque se prevé que el PIB del segundo caerá un 0,1 %, sino porque los pronósticos de todas las grandes instituciones internacionales son muy negativos para el conjunto del año: el FMI prevé un descenso del 1,6%, la Comisión Europea del 1,4% y la OCDE del 1,7%. Teniendo en cuenta que el PIB cayó un 0,5 en el primer trimestre, esas previsiones sugieren que el conjunto del 3º y del 4ª deberá hacerlo entre un 0,7 y un 0,9%. Es decir que, a menos que haya un milagro, y por muy bueno que sea el verano turístico, lo que espera que aquí a final de año no es precisamente para saltar de alegría.
Y no sólo porque las cosas en España siguen sustancialmente igual, es decir, mal, sino también porque tampoco en Europa –principal destino de nuestras exportaciones– hay indicios de un cambio de panorama, es decir, de salida de la recesión. Ciertamente hay menos inquietud sobre el futuro del euro. Pero Grecia, Portugal y Chipre están al borde de la catástrofe social, en Italia puede pasar cualquier cosa y Holanda –que parecía intocable– ha entrado con fuerza en la recisión. La conclusión del último informe de los directores del FMI es muy claro: “El crecimiento europeo sigue siendo evanescente”. Y los analistas de los principales diarios económicos no son menos escépticos al respecto.