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Salir al campo para recuperar el ánimo, especialmente ahora

Paseo junto a un lago por el pirineo catalán

José Luis Gallego

¿Has visto como está el campo? ¡Es una pasada! En estos días cada encuentro, cada conversación telefónica, cada reunión de trabajo con compañeros de afición por la naturaleza empieza con esta exclamativa.

Una expresión sincera y espontánea que, sin embargo, se queda corta para revelar lo que las lluvias de abril y el sol de mayo nos están regalando. Una ofrenda gratuita, a disposición de todos, que es un auténtico pasaporte a la felicidad. Porque, a pesar de todo lo negro y gris que nos trae hoy el diario, lo cierto es que estamos viviendo una de las primaveras más exuberantes y preciosas de los últimos años.

Ante tanta sordidez política y tanta necedad institucional, salir al campo es un ejercicio de liberación, es huir hacia la luz, una sobredosis de endorfinas: la mejor actividad que podemos llevar a cabo para recuperar el ánimo y contagiarnos de esperanza. Especialmente ahora.

Hace muchas primaveras que no disfrutábamos de una explosión de multiplicidad vital como la que está aconteciendo ahí fuera. La naturaleza rebosa vitalidad y no es necesario ser un iniciado para interpretarla y dejarse emocionar por ella. Es algo que se contagia con tan solo pasear por el bosque, caminar descalzos por la playa, alcanzar la cumbre de una montaña, o descansar bajo la sombra de un árbol a orillas del río. Sentir la naturaleza hasta ser ella.

Quienes llevamos años reclamando la urgente necesidad de regresar a la naturaleza tenemos estos días la mejor campaña de publicidad posible: el canto de las aves, los colores de las flores, los tallos tiernos, las hojas fluorescentes de los árboles, la transparencia del aire, ese aroma a limpio que te limpia el alma y te transmite una ganas inmensas de vivir la vida a raudales: a pesar de tanto, a pesar de tantos.

Como vengo recordándoles desde hace tiempo en este rincón de eldiario.es, la naturaleza cura. En los últimos meses está aumentando la publicación de libros que nos demuestran hasta qué punto es así. Se trata de una moderna corriente editorial que sin embargo recupera una de las enseñanzas más antiguas de la humanidad: que la naturaleza, en todas las épocas del año pero especialmente ahora, cura: cura nuestro cuerpo y sana nuestra mente.

Los japoneses llevan siglos acudiendo a la naturaleza para curarse por dentro y por fuera. Sintiéndola, sumergiéndose, dejándose cubrir por ella. Incluso han desarrollado una terapia integrada en su sistema público de sanidad. La llaman “shinrin-yoku” que significa baños de bosque en su idioma. Y el método de administración no puede ser más sencillo. Basta con salir a pasear por la arboleda más cercana, no es necesario acudir a un remoto parque nacional o una reserva apartada del mundo. Esa naturaleza cotidiana tan ignorada como sorprendente.

El parque de la ciudad, la dehesa de las afueras, la alameda del río. Apagar el móvil, desatender lo urgente, ausentarse del mundo por un instante. Y entonces el sonido del viento entre las hojas, el canto del pájaro, una araña tejiendo su red a contraluz, el salto entre las ramas de una ardilla, el fogonazo rojo de una humilde amapola, el olor de la genista. Y recuperar el ánimo, curarse, volver a sentirse bien con uno mismo: sin necesidad de otra cosa que estar vivo. Porque por encima de cualquiera otra (cualquiera insisto) ésa es nuestra mayor fortuna y el mayor privilegio del que disponemos.  

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