No sucedió en Madrid
No se pierda. El auténtico escándalo destapado por Évole en su último Salvados no fue el pornográfico escaqueo político y judicial que ha jalonado la historia del mayor accidente de metro ocurrido en España. Pese a que el hashtag elegido fue #olvidados, tampoco es el olvido el tema.
A las víctimas no las olvidaron sus familias que han sostenido con el sólido mástil de su dignidad una bandera invisible cosida con unos pocos minutos de silencio todos los días 3 de cada mes. No las olvidaron los partidos políticos de la oposición que cuentan por decenas sus iniciativas presentadas durante todos estos años en el ayuntamiento y el parlamento valenciano. No las olvidaron los periodistas valencianos, que también los hubo, que mes a mes, año tras año combatieron con sus artículos y reportajes la estrategia del desaliento diseñada por los responsables de aquel drama. Ni siquiera los olvidó la prensa nacional ni las grandes emisoras de radio o televisión, sencillamente porque no pudieron olvidar lo que nunca contaron, lo que nunca les interesó.
La estrategia del silencio, consistió en ordenar a los responsables de los informativos de los medios públicos que ocultaran el accidente hasta que los organizadores de la visita Papal ultimaran su plan para minimizar los daños. Con un desprecio obsceno hacia el dolor de las familias, reptaron por los tanatorios ofreciendo trabajo a cambio de sumisión. Desaparecieron pruebas como el libro de averías de la máquina que nunca se encontró. Y finalmente se instruyó a los directivos de Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana para convertir la comisión de investigación en una burda farsa parlamentaria.
Juan Cotino, miembro del gobierno y comisario plenipotenciario de la, saqueada por Gürtel, visita del Papa y el entonces responsable de la Consellería de Transportes de la Generalitat, García Antón, fiaron su impunidad política a su férreo control mediático dentro de su territorio y a la previsible indiferencia de los medios nacionales dada su confortable irrelevancia política a nivel estatal.
Y es que en este país con demasiada frecuencia el valor de la víctima lo determina el nombre del verdugo. Los cadáveres del Yak-42 arrastraron a Trillo a la historia de la ignominia política, pero fue tras meses de portadas y reportajes a cinco columnas. Las víctimas del Madrid-Arena han cercenado la carrera política de los secuaces de la “esposísima” de Aznar, pero después de horas y horas de encendidos debates televisados durante semanas. Por eso hoy y para siempre, los nombres de aquellas jóvenes adornan para su escarnio, como indelebles lamparones fosforescentes, el traje de la Alcaldesa Botella. Pero las víctimas del accidente del metro de Valencia no tuvieron esa suerte política, ni mediática, ni judicial. Porque, ¿quien era el consejero García Antón? ¿Quien es, todavía hoy, para usted amigo extremeño, andaluz o vasco Juan Cotino?. Nadie. Solo porque en la particular cinegética periodística no hay gloria para el que cobre esa pieza.
Ni siquiera la, antes de Gürtel, tantas veces denunciada corrupción valenciana, importó a nadie hasta que una grabación telefónica sacó a la luz el ovíparo amor de Francisco Camps por su bigotudo asesor. Sabe más un vecino de Castellón del color de las cortinas del ático marbellí de Ignacio González, que cualquiera de ustedes sobre el paradero de los más de 1200 millones de euros saqueados de la televisión pública valenciana que nadie, ni siquiera la justicia, busca.
Si un documento oficial revelara que 300.000 madrileños corren el riesgo de beber agua envenenada por una toxina llamada Terbumetona, que puede provocar cáncer, problemas reproductivos y degradación neuronal, el dial de su televisor emitiría día y noche debates, reportajes y tertulias en las que indignados opinadores rebuscarían entre sus más hirientes adjetivos, para construir las más sonoras descalificaciones a un gobierno capaz de tolerar semejante barbaridad. La realidad es que el documento existe. La toxina existe. Los 300.000 españoles también existen, pero no viven en la calle princesa, viven en Alzira, Corbera, L'Alcúdia o Riola. No habrá debate para ellos, ni tertulia, ni talk show. Igual, dentro de mucho tiempo, cuando los efectos de esas aguas saturadas de nitratos, condimentadas hoy con restos de pesticidas, proporcionen alguna dramática percha sobre la que sostenerlo, un periodista se acercará a la Ribera del río Júcar para grabar un reportaje con el hashtag #envenenados. Espero que ese también sea un éxito.