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¡Vacunad, vacunad, malditos!

Profesionales sanitarios preparan y administran la vacuna de COVID-19 a sus compañeros.

Elisa Beni

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Una fragorosa llamada a la humanidad para que tense sus energías con el fin de lograr lo inalcanzable

Stefan Zweig

Acaban de vacunar a mi padre. Su enfermedad, que produce deterioro cognitivo, le habrá robado la memoria pero no el raciocinio. Les ha dicho a los enfermeros que estaba dispuesto, que estaba enterado y ha puesto dócilmente el brazo bajo la aguja. “Gracias. Nos vemos en tres semanas, que tienen que ponerme otra”, y ha dejado de piedra a los que saben de su desmemoria porque nunca podemos valorar hasta qué punto lo decisivo en términos de supervivencia es capaz de alojarse en un cerebro, por más enfermo que se halle. No hay ternura suficiente para comprobar la entereza de esta generación. Mi padre, nacido veinte días después del cautivo y desarmado, puro niño de posguerra, él, como todos los de su quinta, dando ejemplo y aceptando la ciencia y cívicamente las disposiciones de las autoridades sanitarias.

Han sido tres horas para vacunar a 135 personas y serán otras tres para repetir la dosis. Emociona, pero no es válido. No podemos seguir a este ritmo. No está bien pensado. Estamos en una operación de guerra, esta sí. La defensa de nuestras vidas y de nuestra sociedad exige que llevemos a cabo este esfuerzo en un tiempo récord. Ningún reto más importante que ese ante nosotros. Si cada equipo de vacunación inocula a 45 personas por hora, ¿cuántos equipos? ¿cuántas horas? Va siendo hora de tomarse en serio esto. No exculpo ni a Illa ni a Ayuso ni a Urkullu ni a ningún mandatario porque tampoco puedo exculpar a Macron o a los belgas ni a tantos otros. La única diferencia es que en otros países se han dado cuenta de que este planteamiento es absolutamente insuficiente y que en España, con toda pachorra, siguen hablando de conseguir un 70 por ciento de vacunación de la población para el verano. Pues así, no. Y eso sin tener en cuenta las dificultades sobre las que aún no nos dan respuesta.

Las vías habituales de vacunación no son suficientes para esta crisis. La mayor ofensiva sanitaria de la historia de la humanidad precisa de algo más de innovación y de energía y de riesgo que este que estamos viendo. En esta primera fase, aún era algo más sencillo, porque es fácil ir a buscar a los destinatarios –ancianos en residencias y sanitarios– pero ¿cómo van a encontrar y llamar a los destinatarios de la segunda fase? Le pregunté el otro día en directo al viceconsejero de Sanidad de Madrid –Antonio Zapatero–, es un tema que me preocupa, yo estoy en ese grupo, y me contestó: “Cuando llegue lo veremos, ahora estamos volcados en la primera”. Eso no es previsión. Eso es improvisación. La protección de datos sanitarios hace que no existan listas de pacientes por enfermedades —con excepciones, yo estoy voluntariamente en el registro nacional de enfermedades raras— y nadie termina de explicarnos cómo se hará el llamamiento. ¿Cada médico de atención primaria revisando los expedientes? Recuerden que no se trata ya de que el paciente de riesgo pida cita sino de que lo tienen que llamar. No consigo que nadie me explique cómo. ¿Los programas informáticos de la sanidad primaria permiten localizar y llamar a esos pacientes? ¿Están ya determinadas las patologías? Ni los médicos de atención primaria lo saben aún. Eso, me van a perdonar, es pura improvisación.

Ese segundo grupo va a montarse sobre la reduplicación de dosis al primero y así ya, en adelante, en todas las fases. Hay que ser más ambiciosos. ¿Cómo se va a vacunar luego a la población en general? ¿Mediante cita en su centro de salud? Nos podemos morir, nunca mejor dicho.

Un reto sin parangón precisa de una estrategia sin precedentes. Los intereses corporativos o la resistencia sindical me importan una higa. Así se lo digo. Aquí tiene que vacunar todo aquel que tenga formación equiparable. Ya tenían que estar formando a todos aquellos sectores sanitarios que sean utilizables. Dentistas, por supuesto; veterinarios, como en Argentina; farmacéuticos, sanitarios militares, todo aquel cuya formación previa le permita, mediante un adiestramiento breve, participar en este reto.

Luego, por favor, déjense de centros de salud, que vamos a necesitar usarlos para su finalidad común cuanto antes, y monten unos macro centros de vacunación. Vacunen a medida como en la mili, a medida que van pasando. Desde los coches, como en Arizona; a pie como en Alemania. Vacunen, vacunen, vacunen como si no hubiera un mañana porque no lo habrá si no. No debemos descansar hasta que cada segundo no sepamos que se están inyectando, una tras otra, una tras otra, una tras otra, sin descanso todas las dosis que se van a recibir de todas las marcas aprobadas.

Cuando llegue el turno de la vacunación general, hagan los llamamientos por mesas electorales a grandes zonas de vacunación. Es tan sencillo como cuando montan las elecciones. Uno tras otro. Uno tras otro. Uno tras otro. Polideportivos, carpas abiertas, lo que sea preciso. No paren de vacunar. Nada de lo que hagan será mas importante que esto. Esto no es hablar, esto es actuar. Esta es la esencia de la gestión política. Ninguno de sus cálculos electorales pasará a la historia pero esto sí. El éxito o el fracaso en la inmunización de su pueblo sí pasará a la historia. No quiero ni pensar que los futuros personales, las expectativas individuales o electorales puedan influir en un hito como este. Mas siento como si nadie llevara las riendas, como si fuera una pura inercia la que va dejando hacer las cosas con la esperanza de que, sea como sea, acabarán saliendo.

Por último, háganlo en forma coordinada y común. No entiendo la dejación gubernamental en una cuestión de este tipo. Está bien la cogobernanza y el consenso pero deben existir unas directrices comunes, un ritmo similar, porque el riesgo de enfermar, de morir o de arruinarse no se puede repartir de forma aleatoria.

Hagan lo que tienen que hacer y si no, como dicen en los juramentos, que la patria y la historia se lo demanden.

¡Vacunad, vacunad, malditos!

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