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El virus de la derecha española

Pablo Casado pasando revista a la sociedad civil en Madrid el 2 de mayo

Rosa María Artal

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España vive sometida a dos terribles virus: el de la COVID-19 y una derecha depredadora. Miles de muertos e infectados ha causado el primero; un añadido para el desasosiego es esa oposición que ha atacado a la sociedad en uno de sus momentos más críticos. Porque es la sociedad la que sufre en esa estrategia inmisericorde de desestabilizar al Gobierno durante una devastadora enfermedad. No ha habido tarea similar en toda Europa. Sánchez y su equipo no lo han hecho peor que otros, ni mucho menos. No hay razones objetivas para semejante acoso.

Desplegada por todos los estamentos del poder, más que derecha es un ente que se protege y tapa, si es el caso, mentiras, incumplimientos y hasta corrupción. Debe su arraigo a la impunidad de la que ha gozado y goza. Un país que no puede siquiera investigar a su jefe del Estado anterior, aun sabiendo por la justicia extranjera de sus viajes con un maletín lleno millones de una más que dudosa procedencia para evadirlos, ya lo ha dicho todo.

En realidad, vivimos un espejismo al dar cancha al PP y al conjunto de ese compacto grupo de poder conservador. Todo cuanto representan ha quedado derrotado por el coronavirus, su propagación, tratamiento y consecuencias. La pandemia ha derivado en una enmienda a la totalidad del capitalismo más brutal que se ha adueñado del mundo y que añade un plus cerril en la derecha española. Es un espejismo. Sobrevive ante nuestros ojos por los fuegos fatuos que sus cómplices alimentan. Incluidas las masas de insensatos que les siguen carentes de todo sentido crítico y de toda capacidad para enjuiciar lo que ocurre. Lo que les ocurre también a ellos, y el futuro que les espera si logran mantener en pie al zombi. Las gentes bien intencionadas entre sus filas deberían percatarse de qué están secundando. Es obvio que no hablamos de negar el derecho a una ideología conservadora democrática y homologable, el problema es que no la tenemos. No a nivel nacional, al menos.

El conoravirus ha venido a demostrar que es el Estado quien cuida de la salud en los impactos realmente graves a través de su sanidad pública y que es el Estado el que provee de medidas compensatorias a los más afectados por una crisis así. La pandemia ha destruido muchos mitos. Ha mostrado la necesidad de una serie de profesionales, a menudo menospreciados y mal pagados, que nos han sacado de lo peor de la crisis; incluso salvando vidas, incluso poniendo las suyas en riesgo. Y la torpeza de una sociedad que aceptó que las transacciones financieras especulativas tuvieran más valor que las camas de Cuidados Intensivos y las mascarillas. De ahí que 43 mil sanitarios se hayan infectado de COVID-19, de los que todavía 10.000 están de baja. Se denuncia que hospitales y centros de salud son focos de contagios. ¿No podía Ayuso, por ejemplo, comprar desinfectantes con lo que ahorra en comida dando pizzas en los menús escolares? Y todo esto y más nos lo hemos dejado hacer mirando a las avutardas o a los pajaritos que salían por las ventanas de la tele.

Todo lo que ha destrozado la derecha española y sus cómplices, insisto, se revuelve contra ellos y todavía tienen el valor de ir sacando pecho, dando lecciones y seguir mintiendo. Solo una ciudadanía que escucha los consejos económicos y sociales de un tenista o un cantante trasnochado antes que de cualquier experto, es capaz de mantener este entramado insoportable.

La batalla ahora mismo es la versión neoliberal del viejo “la bolsa o la vida”. En Estados Unidos dice The New York Times que, con la apertura de la actividad, habrá el doble de muertos, pero para la derecha ultra nunca han sido un problema los daños colaterales. En el Estado de Ohio, gobernado por los republicanos de Trump, ya han avisado de que se trabaja sí o sí, cueste lo que cueste. En el Reino Unido, con un presidente desnortado, sindicatos y laboristas presionan para que los empleados puedan negarse a trabajar si ven riesgo para su salud.

Pablo Casado apuesta por primar “la economía” evidentemente y el estado de alarma la condiciona. Las élites empresariales le han dado el visto bueno. La CEOE no quiere ni el ingreso mínimo vital, ni el Decreto que prohíbe despedir durante el estado de alarma. Pide facilidades para la rescisión laboral y bajar salarios. Vivimos una crisis enorme a consecuencia de la pandemia, pero no la pueden pagar los más vulnerables, como sucedió a otro nivel en 2008. Suspender el estado de alarma implica desmantelar buena parte de las medidas de apoyo. Y demoler muchos diques de contención como el viajar por provincias con el virus puesto.

No deja de ser curioso que portadas, editoriales y columnas del 15 de marzo, tras la declaración de la alarma, se llenaran con titulares como “Sanchez, superado. Perdió horas vitales”, “La pugna Sanchez-Iglesias frena el plan antiepidemia”, “Más de 60.000 despidos temporales en España”, y ahora sean tan partidarios de volver a abrir todo, a riesgo de una recaída en los casos de COVID-19.

Casado alejó toda posibilidad de tener en España una derecha homologable. Prohijado por Aznar y Aguirre como Ayuso y Abascal, forman un modelo que ha debilitado al PP –con la ayuda impagable de los medios-. Recuerden que Casado llegó a quedarse con 66 diputados. Y que ahora actúa ya al unísono con Vox cada vez en más acuerdos. Del Vox que dice que las marroquíes varadas se pongan a recolectar fruta para no ser expulsadas.

PP y Vox se proponen desandar la lucha contra el coronavirus, si terminan prematuramente con el estado de alarma. El esfuerzo que nos ha costado, para nada. Más dolor, más incertidumbre. Esto sí que es imperdonable. Las heridas que deja el coronavirus ya son profundas. No hay derecho lo que nos han hecho a todos los ciudadanos no afectados por el virus de la insensatez, de añadir tanta crispación y malestar.

Los porqués del No de ERC tienen que ver más con la cogobernanza o el recorte de libertades que, dicen, implica el Estado de Alarma, con la actitud de Sánchez como cuentan Neus Tomás y Arturo Puente.

Se pregunta Íñigo Sáenz de Ugarte qué pretende el PP: “O parten de que una reaparición de la COVID-19 es imposible o un riesgo asumible. O eso o tienen acciones en las funerarias locales”. Ya se arrepienten los países o provincias que abrieron antes de tiempo. De ahí que el subdirector de eldiario.es concluya: “Evitar más cadáveres o ganar votos. Difícil elección”. Pero quien vota cadáver es el elector. Por cierto, Ayuso ha despejado la ecuación. A la pregunta de si dormiría tranquila en el caso de aumentar el número de muertos si decae el Estado de Alarma, ha respondido: “Todos los días hay atropellos y no por eso prohíbes los coches”.

No va por ahí la lógica que reflexiona sobre lo que nos está ocurriendo y la forma en que ha de venir el futuro. El sociólogo alemán Stephan Lessenich es uno de los muchos pensadores que cree que, con la vida en suspenso, cambian todos los parámetros:

“Tenemos que retomar el control, reivindicar una autoridad pública democrática por encima del sistema y hacer de las finanzas el criado, y no el amo, de las economías nacionales y regionales”, escribía en El País. La economista británica Anne Pettifore añadía que “la COVID-19 se encontró con el capitalismo en estado de zombificación”.

Nunca tanto como en España. La mortaja del dictador que les inspira asoma bajo sus trajes caros, sus corbatas negras y los modelitos para hacerse fotos con vivos y muertos, si se tercia. El capitalismo ha sido derrotado por la evidencia de un virus que ha golpeado en todos sus fallos. Son zombis pero ellos actúan como si no lo supieran. Pero basta un movimiento en el tablero, como el que ha efectuado Inés Arrimadas apoyando la nueva prórroga del Estado de Alarma para que su fuerza y bravuconearía se evaporen.

Es difícil de creer que la hoy presidenta de Ciudadanos esté regresando al centro político donde nunca estuvo pero ha sido mucho más inteligente que sus socios de la triple derecha. Ya no hay más sitio allí y su deriva ultra les invalida. Arrimadas podría desbaratar numerosos gobiernos presididos por el PP, los de Madrid sin duda y representaría un auténtico vuelco. El fin de Ayuso sería un puro sueño.

De momento, la sucia y desalmada oposición, la desvergüenza de querer desestabilizar al Gobierno y aprovecharse de la vulnerabilidad de toda una ciudadanía, se ha detenido al borde del profundo pozo negro que esa derecha representa. Habrá que ver los próximos pasos. Seguir vociferando puede ir en su contra. Estos días se ha demostrado que buena parte de la ciudadanía prefiere apostar por la salud. Cegados de ira, y con pocas luces, tampoco se habían enterado.

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