Fachas y gilipollas
Facha: Fascista. (DRAE).
Gilipollas: Necio o estúpido. (DRAE).
Un somero vistazo alrededor durante estas fechas de etilismo eufórico, sentimentalismo trasnochado y fariseas tradiciones, conduce al convencimiento de que el electorado de la extrema derecha se puede reducir a dos categorías: una, minoritaria, de fascistas conscientes y convencidos y otra, mayoritaria, de gilipollas. El epíteto es adecuado para aplicar al revoltijo de cacatúas, filósofos de un todo a cien y apóstoles del odio congregados en torno a luminarias de los chinos, gorros de Papá Noel, belenes con caspa, villancicos rancios y atracones varios.
El cuñadismo impertinente se ha venido arriba de tal forma que transmite un abanico de sensaciones y reacciones que van de la compasión a la hilaridad, de la frustración a la preocupación, de la impotencia al miedo. Los bulos y la desinformación arrinconan a la razón y al debate con desdén y soberbia, con la sobrecogedora prepotencia de quien solo aspira a vencer renunciando a convencer. Bulos y soflamas se repiten varias veces, en voz muy alta y tono despectivo, con la intención de convertirlos en banderín de enganche para la concurrencia en eventos familiares convertidos en marrulleras celadas.
El facha de raza exhibe su fundamentalismo sin forzar situaciones que interpreta como adversas a su ideario y a sus intereses; como las hienas, sabe esperar su momento y suple con la manada su carencia individual de fuerza y valor. El gilipollas, en cambio, ofrece el triste espectáculo del regodeo en la ignorancia y el alarde de una insuficiencia intelectual que lo lleva a levantar la voz como único argumento para autoconvencerse de llevar la razón. Solo así se entiende su militancia negacionista o su visión del mundo desde el odio y el sectarismo prêt-à-porter.
En estas fechas, el cambio climático y las vacunas son víctimas de la negación entre burbujas de vinos de gama media del Carrefour Express y marisco cotizado a millón. Hay que ser muy facha o muy gilipollas para joderse la vida con una mala gripe, defender los agentes cancerígenos que van del tubo de escape a los pulmones, exponer el pellejo a lo que perfora la capa de ozono o reivindicar las presuntas ventajas culinarias del glifosato. El cuñadismo citará como fuentes irrefutables al doctor Bosé, al catedrático Íker Jiménez o a la eminencia Abascal; usted debe determinar el porcentaje de facha y gilipollas en cada caso.
En estas fechas, a estas alturas del siglo XXI, los y las fascistas han visto aumentar sus apoyos al ritmo marcado por las redes sociales y el consiguiente incremento de la manufactura en serie de gilipollas casi clónicos. La Ciencia y la Razón han sido inmoladas en los altares de Twitter, TikTok, Instagram y Youtube, las nuevas religiones de siempre. La Verdad ha sido crucificada, una vez más, tras ser condenada por togas y sotanas que toman su nombre en vano. Una juventud de zombis y de dummies, desertora de la educación y del sentido común, empuña el móvil como las tropas evangelizadoras empuñaron biblias y espadas para convertir a los infieles del nuevo mundo.
Nochebuena y nochevieja se indigestan. No hay cena que aguante la reivindicación del machismo, la justificación del racismo, la indiferencia ante el genocidio en Gaza o los asesinatos de Trump, el ejercicio del odio hacia el colectivo LGTBI y el apoyo a quienes reivindican la dictadura como sistema de convivencia. Son cosas que se esperan del facha, pero chocan con la ética y la moral si salen de boca de gilipollas, sobre todo si son mujeres, emigrantes, maricones, bolleras o pobres de solemnidad. No solo chocan: asustan porque evocan la historia reciente del régimen nazi, el florecimiento de dictaduras sangrientas en todo el mundo y guerras, una tras otra, donde la mayoría de las víctimas fueron… gilipollas a manos de fachas.
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