Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
Se acabaron las fiestas navideñas y con ello ponemos fin al periodo del año en el que con más insistencia se nos anima a sentirnos felices. La felicidad fabricada de los anuncios televisivos en forma de reencuentro familiar o de ilusión infantil frente a un regalo sin abrir es parte del ambiente navideño. Uno pensaría que más de un lustro a la intemperie de la crisis ha hecho mella en los niveles de felicidad de la sociedad española. Pero no parece que sea así. Los españoles somos notablemente felices. En una escala del 0 al 10, la media de felicidad en 2012 era de 7.6, exactamente la misma que en tiempos de bonanza económica (en 2008), según los datos de la Encuesta Social Europea (ESS). De acuerdo con los datos del CIS, la felicidad media de los españoles en 2014 era de 7[1]. Aunque España se ha puesto a la cabeza en niveles de desigualdad en Europa, nos sentimos cerca de la felicidad de la que gozan los ciudadanos de los países nórdicos (Gráfico 1). Mostramos niveles de felicidad de primera, aunque seamos un país de segunda en lo que a desigualdad se refiere.
Gráfico 1. Nivel medio de felicidad (0-10)
Fuente: European Social Survey 2012
Alguien puede pensar que los niveles de felicidad se mantienen pese a la crisis porque sentirse feliz no solo depende del bienestar económico. Sin embargo, aunque el dinero no dé la felicidad, ayuda a conseguirla. Según los datos del CIS, una de las variables más estrechamente ligadas a la felicidad es el nivel de ingresos. La media de felicidad de quienes no llegan a mileuristas (ingresos del hogar) es de 6.7; sube hasta el 7.4 entre los que rondan los mil euros (de 901 a 1200 euros) y a partir de esa cantidad el promedio de felicidad es de 7.8[2]. La impermeabilidad de la felicidad de los españoles a la crisis es especialmente notoria entre los jóvenes. Aunque se trata del grupo más castigado por el paro y la precariedad laboral, su nivel de felicidad en 2012 era, como en el 2008, un notable alto[3].
Quizás la media nacional en felicidad se mantiene alta a pesar de la crisis porque a quienes les ha ido mejor son mucho más felices que antes y a quienes les ha ido peor durante estos últimos años lo son menos. Pero los datos no sugieren que ésa sea la explicación. Si analizamos los niveles de felicidad por ingresos y comparamos el nivel de felicidad de cada grupo en el 2008 y en el 2012, vemos que la felicidad se ha mantenido igual o ha aumentado ligeramente en los deciles más bajos (Gráfico 2).
Gráfico 2. Nivel medio de felicidad por decil de ingresos (2008-2012)
Fuente: European Social Survey 2008 y 2012.
Entonces, ¿qué puede explicar que nos sigamos mostrando felices a pesar del contexto económico? Algunas investigaciones en psicología sugieren que la felicidad personal depende sobre todo de nuestro colchón de relaciones sociales, fundamentalmente de los amigos. Y en esto a España no le va mal. Según datos de ESS, España está por encima de la media europea en niveles de interacción con amigos, familiares o compañeros de trabajo (Gráfico 3).
Gráfico 3. Frecuencia con la que sale con amigos, familiares o compañeros de trabajo (1-7)* (valores medios)
*1 Nunca, 2 Menos de una vez al mes, 3 una vez al mes, 4 varias veces al mes, 5 una vez a la semana, 6 varias veces a la semana, 7 todos los días.
Fuente: European Social Survey 2012
También lo hacemos bien en confianza social, aunque no llegamos al nivel de los países nórdicos (Gráfico 4). Además, la confianza social en España es tan resistente a la crisis como nuestros niveles de felicidad pues aquéllos se han mantenido más o menos constantes desde el 2006 (Gráfico 5).
Gráfico 4. Nivel de confianza social (0-10)
Fuente: European Social Survey 2012
Gráfico 5. Nivel de confianza social en España (0-10)
Fuente: series del CIS
Es posible que los mecanismos psicológicos que individualmente nos llevan a sentirnos más o menos felices formen parte de nuestra personalidad y, como tal, sean relativamente estables. Pero resulta llamativo que nuestro nivel de felicidad colectivo sea siendo alto en el contexto socioeconómico actual. Quizás algunos piensen que esto forma parte del irreductible optimismo de las sociedades meridionales. El mismo que explicaría la facilidad con la que acudimos al “Como en España, en ningún lado” a pesar de que los datos comparados sobre las condiciones de vida digan lo contrario. O quizás tiene que ver con las estructuras institucionales del país: un Estado de Bienestar familiar que durante la crisis ha hecho de la amistad y el parentesco la forma de rescate de los ciudadanos. Un colchón familiar que amortiguaría el sufrimiento cuando las ayudas públicas frente al paro o la pobreza desaparecen. O tal vez simplemente nuestra felicidad es un reflejo del ajuste de expectativas al que el empobrecimiento nos lleva. Un razonamiento expost de quien que se ha ido acostumbrando a ser más pobre y se repite que quien poco tiene, con poco le basta (para ser feliz).
[1] CIS 3033
[2] Las diferencias se mantienen controlando por otras variables como edad, sexo, estudios, estatus, ideología o recuerdo de voto.
[3] Según Encuesta Social Europea, la media de felicidad en el grupo de españoles entre 15 y 30 años para el año 2008 era de 8, mientras que en el 2012 es de 7,8.
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