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Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

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Himnos y letras

Adopción de himnos nacionales en democracias (Europa Occidental, América del Norte, Australia, Nueva Zelanda e Israel)

Alberto Penadés

Un himno sin letra es una bendición. No hay más que leer las letras de la mayoría de ellos. Si alguien piensa que el Himno de Riego, que ha sido el único rival serio de la Marcha Real, supone alguna mejora, es que no lo ha leído. Por lo demás, cantos patrióticos, batallas, armas, sangre, honor, Dios, la Virgen María, el chauvinismo menos disimulado, el paisajismo del paraíso... ese es el material del que se hacen.

Además, es demasiado tarde para este género. Las letras de (casi) todos los himnos “nacionales” de nuestro entorno son del siglo antepasado (o aun más viejas). La única excepción es Austria, que estrenó himno y letra en 1946, y que tiene también la única letra, hasta donde sé, compuesta por una mujer, Paula von Preradović. Una vindicación del paisaje del tipo de Sonrisas y lágrimas, dicho sea con todo el cariño, que ojalá fueran todos los himnos como esas grandes canciones de Broadway (Rodgers y Hammerstein 1959). De hecho, eso debió de pensar alguien del equipo de Ronald Reagan quien, en 1984, en un momento de inspirada diplomacia, hizo sonar Edelweiss -un tema de aquel musical- tomándolo por el himno, en una recepción al presidente de Austria. Hay que reconocer que, en la película, lo parece.

Que las letras sean antiguas no quiere decir que los himnos lo sean, necesariamente. A algunos países les entra la gana de himno bastante tarde, o, al menos, el apetito por hacerlo oficial. Pero en esos casos lo normal es repescar alguna vieja canción, o adaptarla con recortes que hagan olvidar sus posibles connotaciones supremacistas (Alemania) o eliminando las alusiones más directas a la guerra y al enemigo (las sucesivas adaptaciones del himno belga, que comenzó siendo una canción anti-holandesa). En algunos casos, se oficializa tal cual, como en Israel, ya en el siglo XXI, y ya pueden decir los ciudadanos no judíos lo que les parezca sobre ese canto expresamente étnico, compuesto para ser himno del sionismo.

Las repescas son interesantes. EEUU y México se saltan casi todas sus guerras (civiles las más y las peores), que exhalaban un aroma patriótico todavía poco perfumado, y a mediados de siglo XX deciden oficializar como himnos nacionales canciones que hablan de las guerras contra Inglaterra y contra España. No las primeras guerras de independencia, curiosamente, sino, en ambos casos, las segundas, las guerras de “reconquista” que se vivieron algunos años después. Supongo que es el tema correcto para posar como defensor y no como agresor. El de México ya había sido himno antes, con Santa Anna, y hubo que olvidarse del odio por aquel tirano para poder volver a usarlo, ya gastado y con la patina de la historia oscureciendo sus intenciones. También es interesante la repesca holandesa: decidieron remontarse a una canción de los tiempos de la reforma protestante y la guerra contra el Rey de España. Tiene de bonito que no es un himno nacional, no podía serlo hace cinco siglos, sino que habla de justicia y de impiedad religiosa, que eran asuntos que movían a los hombres y mujeres a grandes cosas y crueldades, antes que las naciones empezaran a hacer su contribución.

Hay que decirlo también: los concursos funcionan mal. Cierto, el primer himno nacional holandés había salido de un concurso, pero cómo sería para que hasta los socialistas prefirieran, con la democracia, volver a una vieja canción orangista. Más en nuestra época, Australia abrió un concurso fracasado para reemplazar el Dios salve a la Reina, en el que acabaron haciendo un sondeo para determinar la preferencia del público entre viejas baladas tradicionales. Al parecer en Suecia se convocó otro en los años treinta, y decidieron dejar las cosas como estaban. Es conocido el caso del concurso que intentó Prim en España, y en el que participaron, como jurado o como concursantes, los grandes maestros de la música de entonces (Chueca, Chapí, Barbieri...), pero quedó desierto.

Los reyes tenían sus himnos, que eran suyos y no del país. (Los presidentes también tienen himno propio en algunas repúblicas, a semejanza de los reyes. Es conocido por las películas el Hail to The Chief de los EEUU, que tiene una letra que es mejor no leer). La historia de la adopción de los himnos es paralela a la democratización de las monarquías, o a los cambios de régimen. Los himnos monárquicos son relegados a un papel protocolario, para el Jefe del Estado (Australia, Canadá, Noruega, Suecia), o mantenidos en paralelo a un himno de tema nacional como segundo himno oficial (Dinamarca y Nueva Zelanda). Solo en el Reino Unido el himno real es también el himno nacional y lo es de facto, el que la gente usa y reconoce. Solo en España el antiguo himno real es también el himno nacional y por ley más que por uso. En Bélgica el himno nacional es monárquico, pero la adopción va en sentido contrario: se escribe un himno “nacional” con contenido monárquico constitucional, no se adopta el himno de la monarquía para uso nacional. Grecia, por último, es un caso en el que un rey abandona su himno y promulga uno nacional sin contenido monárquico, y que se ha mantenido durante los periodos republicanos.

La particularidad del himno real español es que era estrictamente militar (como la antigua marcha real italiana, que tampoco tenía letra) en lugar de religioso (Dios salve al Rey) o encargado para otras liturgias de pompa y circunstancia (nada menos que Haydn compuso la música para el emperador de Austria, la que hoy conocemos como música del himno de Alemania). Eso es precisamente lo que lo volvió, si no apreciable, sí tolerable en la mayoría de los cambios de régimen.

Es un himno feo como el que más. Pero las alternativas realistas no son buenas. La estrategia de repesca de himnos históricos solo lo empeoraría, en mi opinión, y la de canciones populares, siendo como somos, bien podría acabar en el Pasodoble a la bandera (Las corsarias, 1919) o en Soldadito español (La orgía dorada, 1929). Un concurso de letras sobre esta música sabemos que llevará al fracaso o a un triunfo OT.

Pensemos en los himnos de las Comunidades Autónomas (algunas han tenido el buen sentido de olvidarse de su mandato estatutario de inventarse uno). El único que me parece interesante es el de la Comunidad de Madrid, por su estupenda letra de García Calvo, que hace al madrileño reírse un poco de sí mismo (la música es tan fea como las habituales). Algunos himnos históricos son temibles, el nacionalismo catalán, entre uno un poco dulzón pero digno (El Cant de la Senyera, de Maragall) y uno más sangriento (Els Segadors) se quedó con el segundo; muchos vascos también habrían querido un himno de combate, pero al final convinieron en la muy española solución de una sintonía sin letra (pero la misma música a la que Sabino Arana puso letra para el himno del PNV, Gora ta Gora). Para himnos chauvinistas o de guerra me quedo mil veces con el tiroriro.

Como opinión personal, reconozco que un pasodoble musical sería muy de mi gusto, pues pienso que lo único que podría salvar nuestro himno es que fuera festivo y no solemne. Uno al que cada cual le pudiera poner su letra, una para fiestas, otra para fútbol y otras liturgias deportivas, sin letra para las ocasiones más solemnes, letras distintas en distintas lenguas, oficiales o no, y así sucesivamente. Otra posibilidad es encargar la música a un catalán, que catalanes fueron los compositores de los himnos de México, Argentina y Chile (se dice pronto), lo que prueba solvencia en el género, y se puede argumentar que son los más musicales de entre nosotros, al menos en cuanto a la música culta se refiere. Pero es una conclusión que admite derrota en el absurdo.

El Himno de la Federación de los Planetas Unidos tampoco tendrá letra, a diferencia del tenebroso Himno Klingon.

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