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La hora de Feijóo: el tecnócrata de las tres mayorías absolutas que sucedió a Fraga busca sustituir a Rajoy

Alberto Núñez Feijóo, durante la última campaña electoral gallega, en 2016, exhibecon ropa de bebé que le regalaron tras el anuncio de su paternidad.

José Precedo

“Que el presidente es Rajoy, eh”. “Todavía”, le faltó añadir al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, el pasado lunes cuando intentaba franquear la puerta de la sede nacional del Partido Popular en Madrid placado por la marabunta de fotógrafos y reporteros que ya le enfocaban a él sin saber que el líder del partido y expresidente del Gobierno estaba a punto de anunciar el punto y final a 37 años de carrera política.

Nadie en el partido duda de que el dirigente gallego está en la carrera por la sucesión, aunque él de momento juega a mantener el suspense. A fin de cuentas, ningún otro dirigente popular puede presumir de tres mayorías absolutas consecutivas en plena crisis ni de haber cerrado el paso a Ciudadanos, que en Galicia por no tener, no tiene ni un solo escaño. En el PP todos miran a Feijóo y Feijóo lleva ya algunos años dejándose querer. Desde 2009 cuando recuperó la Xunta para el PP -y concedió una vida política más a Mariano Rajoy, muy discutido entonces internamente- ha repetido que su futuro está en Galicia. Y al mismo tiempo ha cuidado al milímetro su agenda madrileña, repleta de entrevistas y conferencias en las que ha aprovechado para ejercer de verso suelto del partido repartiendo titulares: “Me avergüenza Bárcenas”, “nos ha faltado relato en el tema de la corrupción”.... 

La oposición en Galicia le ha acusado insistentemente de poner más atención en las intrigas de Génova 13 que a la maltrecha economía gallega cuyos índices no han dejado de empeorar desde su llegada al poder. Resultan difíciles de entender, si no tuviera puesto un ojo en Madrid, tantas horas gastadas en los platós de la TDT party y de las radios más ultras que apenas tienen audiencia en Galicia. 

Los dirigentes consultados dan por hecho que Feijóo es hoy el preferido dentro porque se ha erigido en una tercera vía salomónica entre la secretaria general, María Dolores de Cospedal, y su archienemiga Soraya Saénz de Santamaría, cuyo poder como número dos del Gobierno era por delegación del presidente Rajoy. 

El presidente gallego ya había dado muestras de su hiperactividad mediática fuera del territorio que gobierna a principios de año cuando cerró su ronda por distintos medios de comunicación nacionales con una entrevista en el programa Salvados de Jordi Évole. Coincidió con el momento en que Albert Rivera empezaba a despuntar en las encuestas subido a la ola catalana y muchos, puertas adentro, interpretaron esa apuesta arriesgada como un modo de decir al partido que había cantera para plantar cara a Ciudadanos. De Salvados salió Feijóo peor parado de lo que le gustaría pero aún así dejó una frase en el programa que no pasó desapercibida en las filas populares: avisó de que para ser presidente del Gobierno es mejor haberlo sido antes de una comunidad autonóma. El equipo de la entonces vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, tomó nota del recado. 

Cuando por fin realice el anuncio, un mensaje que ha prometido lanzar desde Galicia, será la segunda vez para Feijóo, que ya protagonizó con éxito otra transición que se preveía traumática hace doce años: nada menos que heredar el PP gallego de manos del presidente que fundó el partido, Manuel Fraga.

Con el apoyo del aparato, Feijóo logró entonces  hacerse con el control del PP autonómico en el congreso extraordinario que puso fin a las interminables guerras de sucesión. Acabó imponiéndose en aquellas batallas fratricidas de las boinas contra los birretes, las dos facciones que habían convivido casi dos décadas en el PP gallego bajo el mandato de Fraga. Con Feijóo en 2009 ganó para siempre la derecha urbana de los prebostes que venían del franquismo -encarnados por su padrino político, el exministro, extesorero del PP, ex presidente del Consejo de Estado, exconselleiro de la Xunta y excasi todo en la derecha española, José Manuel Romay- Beccaría- frente al caciquismo populista de dirigentes rurales como Xosé Luis Baltar o el fallecido Xosé Cuiña Crespo.

Aquella historia se ha contado mil veces: Feijóo había sido enviado desde Madrid en misión especial a Galicia para aplacar la gravísima bronca interna desatada por la gestión del Prestige. Dejó la presidencia de Correos y asumió la cartera de Obras Públicas en Galicia que había dejado vacante el sempiterno delfín de Fraga y hombre fuerte de aquella Xunta, Xosé Cuiña Crespo. En lo más gordo de la crisis política que desató el Prestige, con el PP gallego a punto de romperse en dos, Cuiña se mostró partidario de rebelarse desde la Xunta contra el Gobierno central de José María Aznar por la calamitosa  gestión que estaba haciendo tras el naufragio del vetusto petrolero y que había levantado a la sociedad gallega al grito de Nunca Mais. Pero Cuiña se quedó en minoría en el PP y tuvo que dimitir semanas cuando salió a relucir la venta, según él a precio de coste, de unos trajes de agua desde una de las empresas de su familia para que la administración pudiera vestir a voluntarios y marineros que luchaban contra el chapapote. Tras la caída de Cuiña, Feijóo ocupó su consellería y ascendió meses después a vicepresidente primero de Fraga. Aunque ese gobierno perdió las elecciones, Feijóo ya había emergido como el preferido de la dirección nacional y barrió en el congreso extraordinario celebrado unos meses más tarde. Del proceso se habían ido retirando todos sus rivales, primero Cuiña, luego Xosé Manuel Barreiro, hoy portavoz de la mayoría del PP en el Senado, que se incorporó a su lista, y por último, Enrique López Veiga, otro de los conselleiros de Fraga crítico con la deriva que había tomado el partido. 

De eso hace ya hace 12 años. Si Feijóo fuese una serie, la nueva temporada arrancaría ahora con el sillón vacío de Mariano Rajoy.  “No soy ningún judas”, había contestado el líder gallego a la prensa en el capítulo anterior, durante las vísperas de la moción de censura, cuando un sector del PP barajaba la opción de que Rajoy dimitiese y aún se pudiera presentar otro candidato a La Moncloa.

La trama ha girado de golpe tras la moción de censura: el presidente del PP se ha echado a un lado después de perder el Gobierno y garantiza la neutralidad del partido en un congreso extraordinario que se celebrará pronto y por primera vez sin dedazos.

Hasta Esperanza Aguirre, una dirigente con la que el líder gallego nunca tuvo especial sintonía, se ha apresurado a decir que Feijóo le gusta mucho. A diferencia de lo que sucedido los últimos meses de Rajoy en el Gobierno, el presidente de la Xunta hace dudar incluso a ese stablishment que se había alineado con Rivera para facilitar el turnismo en el centro-derecha. 

Su imagen era impoluta en los medios de comunicación hasta que El País desveló en 2013 sus años de amistad con el narcotraficante Marcial Dorado en los 90 cuando Feijóo ya era número dos de la sanidad gallega, aupado por Romay. Ese lamparón, que nunca ha sabido explicar -el dirigente gallego ha llegado a decir que no sabía a qué se dedicaba uno de los capos de las Rías Baixas al que todo el mundo situaba en aquella época como mínimo al frente de una organización de contrabandistas- ya le perseguirá durante toda su carrera.

En Galicia, donde mantiene un férreo control de los medios públicos, y de los privados -a través de las millonarias ayudas públicas que reparte su Gobierno- aquellas imágenes compartiendo yates, todoterrenos y mansiones con Dorado no le pasaron factura electoral: en los últimos comicios celebrados en 2016  incluso ha ampliado la ventaja con el resto de partidos. 

Su extraordinaria capacidad para la propaganda y la debilidad de su oposición perdida en mil batallas internas desde 2009 le han permitido capear sin mayor problema sus mayores reveses políticos. Feijóo comprometió su palabra en la fusión de las dos cajas de ahorros -Caixa Galicia y Caixanova- y garantizó que la entidad resultante sería “solvente y gallega”. La operación desembocó en un rescate público de 9.000 millones de euros al nuevo banco fusionado que al final tuvo que ser vendido por poco más de mil a un grupo venezolano.

El suyo ha sido además el primer Gobierno autonómico en el que dos altos cargos de la sanidad pública están acusados de homicidio imprudente por llevar demasiado lejos los recortes y retrasar fármacos de la hepatitis a pacientes que acabaron muriendo. La investigación sigue adelante en un juzgado de Santiago sin que la Xunta haya asumido ningún error en la gestión de los tratamientos.

El PP ha logrado minimizar los escándalos que han sacudido a su administración o al partido. Que el presidente haya recibido lotes de vino en su domicilio de un empresario imputado en graves casos de corrupción se ha tomado como una anécdota. Igual que la caída de dos altos cargos de su primer Gobierno vinculados a la trama Campeón. O los dos Gobiernos que patrocinó desde el Partido Popular en Santiago, la capital de Galicia, entre 2011 y 2014, y que acabaron cayendo por la implicación de alcaldes y concejales en casos de mordidas y fraudes fiscales. 

Que Pablo Crespo, uno de los cabecillas de la red de Correa, condenado a 37 años de cárcel en la sentencia de Gürtel, haya sido el número tres del PP gallego con Fraga es también asunto tabú en la opinión publicada en Galicia. El Parlamento gallego, presidido por Miguel Santalices, un diputado ourensano curtido en el baltarismo, llegó a prohibir la semana pasada que la oposición hable en el hemiciclo de la condena al PP en la Audiencia Nacional. Hasta ese punto llega la sobreprotección de Feijóo en la Cámara autonómica. Todo el entorno del presidente sabe que está ante su momento decisivo tras una vida entera dedicada a la política.

Porque al dirigente que ahora se dispone a pelear por la presidencia del PP nacional le han salido los dientes en la Administración. A pesar de su constante defensa de los beneficios del sector privado, su vida profesional se ha desarrollado en puestos públicos. De la mano de Romay Beccaría, su padrino político y la persona que le presentó a su chófer, Manuel Cruz, a la vez testaferro de Marcial Dorado, se convirtió en secretario general de Agricultura en Galicia en 1991 poco después de entrar en la Xunta como interino, y después de Sanidad ese mismo año. Romay lo hizo presidente del Insalud con 35 años en el primer Gobierno de Aznar y Francisco Álvarez-Cascos, de Correos cuando cumplió los 40.La crisis del Prestige lo devolvió a Galicia en 2003 donde ejerció de lugarteniente de Fraga dos años hasta que el PP perdió las elecciones. 

En sus primeras elecciones como candidato un equipo de marketing político le pidió olvidarse de la gomina -que lo hacía parecer estirado y distante, según los asesores- y en las últimas celebradas en 20016 metió en campaña su paternidad, asociada a un supuesto plan para fomentar los nacimientos que no ha tenido ninguna incidencia en la galopante crisis demográfica que sufre Galicia. Antes había trascendido su relación con una alta ejecutiva de Inditex, Eva Cardenas, responsable de Zara Home. Ahora Feijóo vuelve a ser protagonista. Desde que comenzó su tercer mandato ha dado a entender que su tiempo en Galicia se está agotando mientras su entorno filtra supuestas ofertas millonarias del sector privado. Quince años después, solo le faltará nombrar sucesor en la Xunta y el PP regional que dirige de forma personalista, y todo estará listo para su viaje de vuelta a Madrid, un territorio político que nunca abandonó del todo.

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