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El alcázar no se rinde

Fabra, ante Rajoy: "Me he comprometido a que si no conseguimos mejor financiación no me volveré a presentar"

Isaac Rosa

Valencia —

Cuando uno quiere levantar la moral de la tropa, cerrar filas y evitar deserciones, nada como el espíritu del asedio: vienen a por nosotros, estamos rodeados. Y eso hizo el PP en su plaza fuerte de Valencia. Más que una exhibición de músculo, alentar en sus desmoralizados militantes el coraje de la resistencia: estamos dispuestos a aguantar, son muchos pero no podrán con nosotros. La derecha española tiene desde Numancia una tradicional querencia por los episodios de asedio y heroísmo, y el próximo 24M aspira a escribir un nuevo capítulo. Sabe que solo puede movilizar a los suyos apelando al miedo y a ese patriotismo de partido que se crece en la adversidad.

Hasta que entraron en el ruedo los líderes, el ambiente era festivo, nadie pensaría en un asedio. El animador ponía a bailar a los insolados militantes, lo mismo Paquito Chocolatero que Chayanne, mientras nombraba a los alcaldes presentes, cada uno llegado de su pueblo y con su gente en autocar. Un listado que casi coincidía con la lista de municipios que tiene la comunidad, muestra de la apabullante fuerza institucional del PP.

La militancia, llegada de toda la región y uniformada por los sombreros para el sol, era muy variada, nada de fenotipo pepero. No vi mucho pijo, de esos que dice Pablo Iglesias. Uno acude a un mitin del PP cargado de prejuicios, esperando encontrar ambiente de salida de misa en la calle Serrano, pero nada de eso: aquí estamos tú y yo, solo que de derechas. Gente de barrio y de pueblo, que corea emocionada el “que viva España” del pasodoble. Muchos mayores, sí, pero también muchos jóvenes, con la hinchada de Nuevas Generaciones, y menos presencia de edades intermedias.

Por supuesto, la organización fue impecable; que para máquina electoral, la del PP valenciano. El día que pierdan el poder tendrán un gran futuro como organizadores de eventos, lo mismo un mitin que una Fórmula 1 o una visita del Papa. Eso sí, viendo el despliegue y sabiendo lo que ya sabemos de las finanzas del partido, era inevitable preguntarse, a lo Pla: “¿Y todo esto quién lo paga?”.

Cuando al ritmo de la irresistible sintonía del PP llegaron los líderes, el ambiente festivo desapareció y se impuso el ánimo que marcará el resto de la noche: el espíritu de resistencia. Porque si el PP se encierra en su plaza emblemática es para levantar la moral de la tropa frente al asedio de quienes pretenden echarlos de las instituciones. Aunque más que Numancia, cabe pensar en otro hito más cercano al imaginario de la derecha española: el Alcázar de Toledo, donde el heroico general Moscardó aguantó el asedio republicano, sacrificando incluso a su hijo en un dudoso y mitificado episodio a lo Guzmán el Bueno. “El alcázar no se rinde”, podría gritar Rajoy, que habría tirado su cuchillo desde la muralla si la oposición hubiese tomado como rehén a la famosa niña de Rajoy el Bueno.

El espíritu del PP en este final de campaña es ese: estamos rodeados. Debemos resistir. No estamos solos. Somos muchos, somos valientes. Venceremos. Por eso, para escenificar su alcázar invencible, Rajoy se presentó en su bastión más acorazado, y en el que más se juega el domingo: una Comunidad Valenciana saqueada más allá de la codicia, pero también más allá de lo verosímil. No es posible que tantos hayan robado tanto, pero así ha sido. Y pese a todo, 12.000 votantes de hierro se ofrecieron ayer como escudo humano para arropar al partido en su hora más baja, y no se oyó un reproche ni en cuchicheos.

El tono general de las intervenciones fue ese: resistiremos. Los últimos de Filipinas cerraron filas ante Rajoy. “¡Valencianos, en pie!”, gritó Betoret. “Quiero veros con la cabeza muy alta”, añadió Barberá. “Es la hora de los valientes”, vibró Fabra. “Allí donde haya un militante del PP estará con una bandera defendiendo sus ideas”, remató el capitán Rajoy.

En pie, resistiendo, valientes, con la bandera bien alta, porque los allí presentes eran unos supervivientes. Aquí estamos los que no hemos caído. No hubo palabras para los que quedaron en el camino, cuyos fantasmas vagaban por los burladeros persiguiendo la vuelta al ruedo de Rajoy. Los fantasmas de Carlos Fabra, de Paco Camps, de Cotino, que se sentaron en la primera fila de esta misma plaza en mayo de 2011. O el fantasma más presente, Alfonso Rus, que en la última quedada popular en la plaza, noviembre de 2011, tomó la palabra y dijo a Rajoy: “Cuando ganes las elecciones, piensa en mí”. Entonces sonó a “estaré a tu lado”, pero tras oír su grabación contando billetes, hoy parece un “qué hay de lo mío”.

Ayer no estaban los imputados, los condenados, los dimitidos, y cuando un ejército tiene tantas bajas, el miedo se extiende en los supervivientes: “¿Quién de nosotros será el próximo en caer?”. La plaza de Valencia tiene algo de maldición en las últimas visitas: en cada mitin falta uno que habló en el anterior. En mayo de 2011 subieron a este escenario Camps, Rus, Barberá y Rajoy. En noviembre de ese año ya no estaba Camps. Ayer faltó Rus. Entre Rajoy y Barberá, ¿quién fallará en la próxima cita?

La ronda de intervenciones la abrió Vicente Betoret, que acaba de sustituir al innombrable Rus como presidente del PP. Comenzó señalando la condición de partido asediado: “¡No nos van a doblegar! Mientras haya un solo militante del PP, nunca nos dejarán sin identidad, nunca”, y acabó llamando a los valencianos a levantarse y demostrar su fuerza y su orgullo.

Después subió Rita Barberá, que llegaba muy necesitada de amor tras la campaña amarga que está viviendo. Como por primera vez en semanas podía hablar sin que la abuchearan, se desahogó enseñando sus cicatrices: “He tenido persecución, insultos, odios, amenazas”. “He vivido la campaña más sucia”. Los otros partidos “no tienen propuestas, solo quieren echarnos”, y “solo tienen una guía: el odio político”. En sus frases había algo de regüeldo, como si se le estuviera repitiendo el carpaccio de langosta que la Fiscalía Anticorrupción había ordenado investigar esa misma mañana. La alcaldesa acabó jurando ante una niña, Carmen, que por ella, “y por todos los españolitos como tú”, defendería el espíritu de la Transición, la libertad, la paz.

Alberto Fabra, que tiene un hablar monótono y apenas se aparta de su discurso escrito, siguió el relato del asedio caracterizando a quienes tienen rodeado al PP y a España: “Extremistas, radicales y antisistemas”. “Imaginaos un Gobierno con un vicepresidente de Podemos imponiendo políticas bolivarianas”. Y acabó soltando ese épico “¡es la hora de los valientes!”, que sonó a taconazo de ¡firmes!

Tras un videoclip que recogía los muchos motivos para sentirse orgulloso de ser español (economía, cultura, deporte, patrimonio o turismo, “que por algo vendrán los turistas, no creo que vengan obligados, algo les gustará de nuestro país”), Rajoy pasó revista a los resistentes. Empezó, marcial, agradeciendo “vuestra lealtad”, presumió de que el suyo es “el partido más grande de España”, y no “una pandilla o una moda pasajera”. Recordó a la juventud cuánta mili lleva en el cuerpo (“cuando yo tenía vuestra edad estaba pegando carteles a las diez de la noche”), y mostró al PP como un cuerpo de marines de la política, que no solo resisten asedios sino que toman las colinas más difíciles: “Este es el partido que ha sacado dos veces a España del pozo”, “el partido que está para sacar las castañas del fuego”.

Tras repasar los éxitos económicos y jurar que no permitiría una vuelta al pasado, terminó hinchando el pecho: “Que dejen de hablar mal de España. Somos una gran nación, y por eso vamos a ganar las elecciones, porque somos el partido de España y de la Constitución”. Ni una sola mención a la corrupción, para qué, en Valencia. Bueno, sí: “No somos perfectos”, que en boca de Rajoy es una autocrítica desgarradora.

Tras cantar todos a una el himno valenciano, los resistentes abandonaron la plaza con precaución. Pero afuera solo encontraron un fuerte despliegue policial que evitó que el enemigo se concentrase a la puerta de la plaza sitiada.

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