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CRÓNICA

Los hijos de Aznar se comen entre ellos

Casado y Ayuso se abrazan en el inicio de la campaña de las autonómicas de Madrid en abril de 2021.
22 de febrero de 2022 23:00 h

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Catorce años de travesía del desierto hicieron pensar que el aznarismo no iba a sobrevivir a su líder. Si acaso, quedaría el PP de Madrid como su último baluarte, la isla en que un puñado de soldados de la derecha se resistían a aceptar que formaban parte del pasado. Era un exilio interior rentable. El control de un Gobierno autonómico permite disponer de muchos sueldos que ofrecer en la Administración y organismos públicos presuntamente autónomos. Mariano Rajoy controlaba el partido y con él imperaba un estilo distante de la retórica agresiva de la que había hecho gala José María Aznar en su segunda legislatura.

El descrédito de Rajoy dentro de la derecha –más por su respuesta calificada de débil al desafío independentista en Catalunya que por la corrupción– concedió a los cachorros del aznarismo una segunda oportunidad y parecía que la iban a aprovechar hasta el final. La gran paradoja de la crisis que ha puesto fin a la presidencia de Pablo Casado es que los herederos del expresidente son los que han acabado devorándose entre ellos con esa furia que a veces se da entre antiguos amigos. Y han hecho posible que el marianismo disfrute de una secuela imprevista en la persona de Alberto Núñez Feijóo.

La tensión interna entre los guardianes de las esencias españolas comenzó a manifestarse cuando Casado se vio forzado a destituir a Cayetana Álvarez de Toledo por su arrogancia hacia los compañeros de grupo parlamentario y sus desplantes contra la dirección del partido. Después estalló con los efectos conocidos cuando Isabel Díaz Ayuso quiso convertirse en presidenta del PP madrileño y encontró todo tipo de obstáculos interpuestos por Casado y García Egea. Al final, Casado rompió sus últimos puentes con el mismo Aznar en las semanas previas al derrumbamiento.

El expresidente intentó mediar entre ambos antes de la campaña de las elecciones de Castilla y León, según ha contado El Mundo. Se reunió con ambos por separado y encontró una actitud algo receptiva en Díaz Ayuso, pero no en Casado. En esa campaña, Aznar acudió a Valladolid para dar un mitin en una ocasión más propicia para la nostalgia y el buen ambiente, ya que fue él quien inauguró la etapa de victorias electorales ininterrumpidas en esa comunidad desde 1987.

Sin embargo, Aznar llevaba preparado un sopapo dirigido a Casado del que habló en términos despectivos sin mencionarlo. “A veces oigo que hay que ganar para llevar a no se quién a La Moncloa, al palacio de no sé cuántos o al convento de no se quién, pero, oiga, la pregunta es ¿para hacer qué? Se gana para construir”, dijo iracundo con el ceño aznariano de toda la vida. Fue claro y cristalino al decir que “unir fuerzas, no dividir” debía ser una prioridad para el partido y su líder, que no es lo que él pensaba que estaba haciendo Casado.

La decepción de Aznar no debió de ser pequeña teniendo en cuenta lo que le debía el líder del PP. Casado culminó sus estudios de Derecho con una sorprendente celeridad y fue el tiempo que pasó como jefe de gabinete de Aznar el que de verdad le sirvió como curso intensivo sobre lo que es la política, o al menos tal y como la entendía su mentor. Antes, había empezado a trepar por la escala de acceso al poder que son las Nuevas Generaciones del PP, donde había labrado una buena amistad con la actual presidenta madrileña.

Díaz Ayuso no progresó tan rápido, pero no se pudo quejar. Formó parte de la cuadrilla de jóvenes adoptados por Esperanza Aguirre. En el gabinete de comunicación de la Presidencia de Madrid, no tuvo una trayectoria muy destacada, pero acabó acogida en la fundación pública Madrid Network (sueldo: 4.219 euros netos mensuales) destinada a fomentar la innovación empresarial. En alguna ocasión, ha confesado que pensó en abandonar la política en la época de Rajoy desencantada por la falta de mordiente del partido.

La victoria de Casado en las primarias supuso la resurrección del aznarismo. Los perdedores del congreso del PP en Valencia en 2008, que fracasaron en sus conspiraciones para que Aguirre sustituyera a Rajoy, habían tardado una década en dar la vuelta a la situación.

En los primeros meses de 2019, personas relacionadas con la FAES tomaron posiciones en puestos relevantes del partido, lo que se interpretó como un endurecimiento de su mensaje. Javier Fernández-Lasquetty, hoy consejero en el Gobierno de Ayuso, fue de los primeros fichajes. Álvarez de Toledo vino después y fue propulsada por Casado a la candidatura por Barcelona, pasando por encima de los dirigentes del PP catalán, en un movimiento que no detuvo la progresiva irrelevancia del partido en Catalunya.

Casado adoptó con facilidad la dureza del aznarismo 2.0. Su menú político se mantuvo hasta el final y se caracterizaba por una hostilidad máxima a los partidos nacionalistas –los mismos con los que había pactado Aznar en su primer mandato–, y una crítica radical al PSOE al que prácticamente se expulsaba del grupo de partidos que defiende la Constitución. “El partido socialista era un partido que, con sus errores, respetaba la unidad nacional, la construcción europea, los principios constitucionales y la Transición. Pero de ese PSOE no queda ni la rosa”, dijo Casado en diciembre de 2020. Daba a entender que los socialistas trabajaban en contra de la unidad de España y de la Constitución con sus acuerdos con Unidas Podemos y ERC. Un discurso casi plagiado de los informes de la FAES.

Díaz Ayuso mantenía un mensaje similar, que incluía macabros augurios sobre una España convertida en una nueva Venezuela si el Gobierno continuaba en el poder. Ambos pregonaban las virtudes de la conquista de América y de la antigüedad mítica de la nación española. Exigían una reducción masiva e indiscriminada de los impuestos. La diferencia más clara entre ellos fue que Ayuso sí rentabilizó su oposición a casi todas las medidas del Gobierno de Pedro Sánchez contra la pandemia, mientras Casado llegó a ocupar todas las posiciones posibles en relación al estado de alarma: voto afirmativo, abstención y voto negativo.

Cuanto más crecía la figura de Díaz Ayuso, más menguaba la de Casado. Siempre es más difícil remar desde la oposición que desde el Gobierno. Pero no había diferencias ideológicas claras entre ellos. Lo que sí resultaba evidente era que había una lucha por el poder. Casado no quería dejar de controlar el PP madrileño y Ayuso pensaba que su victoria en las urnas en mayo le daba el derecho a hacerse con el mismo poder que tuvo Esperanza Aguirre.

En esa lucha descarnada, Casado retó a Ayuso por el contrato concedido a su hermano Tomás y ella reaccionó con una declaración de guerra contra la persona que se lo había dado todo. Los principios quedaron en un segundo plano ante la necesidad de mantener el poder alcanzado: era matar o morir. Y a Casado le tocó morir.

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