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Comedores escolares, de ayuda humanitaria a servicio público

Comedores escolares, de ayuda humanitaria a servicio público

EFE

Roma —

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Un niño recibe un plato de comida en la escuela. Esa imagen que se da por descontado en tantos países sigue siendo una ilusión en otros muchos que dependen de la ayuda humanitaria mientras los gobiernos no se hagan cargo.

En el Yemen, sumido desde 2014 en un conflicto sin visos de solución, 18 millones de personas pasan hambre en la peor crisis humanitaria del mundo y, según Unicef, hasta 3,7 millones de niños corren el riesgo de no ir al colegio, mientras dos tercios de los profesores no han cobrado sus salarios públicos en dos años.

Esa falta de instrucción “afectará negativamente al crecimiento del país”, admitió esta semana el ministro yemení de Educación, Abdula Lamlas, en un acto en Roma.

Desde marzo pasado y tras un parón de tres años, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas ha reanudado un proyecto de alimentación escolar en el país para atender a unos 110.000 menores.

Lo más que reciben son barritas de dátiles y galletas energéticas enriquecidas con vitaminas y minerales, pero es eso o nada, debido a las grandes dificultades en el terreno para abastecer a una población hambrienta.

“Esperamos que se pueda ampliar la ayuda del PMA”, dijo el ministro, que también reclamó instalaciones de agua e infraestructuras para las escuelas, muchas de ellas destruidas.

Entre ese tipo de caso extremo, totalmente dependiente de la cooperación internacional, y aquellos en los que los gobiernos cubren el 100 % del gasto, la agencia de la ONU actúa en función de los diferentes contextos, según su directora de Alimentación escolar, Carmen Burbano.

“El PMA también ayuda con asistencia técnica, experiencias y apoyo para diseñar las políticas”, declaró a Efe Burbano, que cifra entre el 60 y el 70 % el presupuesto que suelen aportar las autoridades de países en desarrollo para financiar los comedores públicos.

En situaciones de emergencia, Burbano detalló que “sin infraestructura ni agua segura sería muy complicado cocinar alimentos para una comunidad que está viviendo en un campamento”.

Por eso muchas veces se recurre a la provisión de alimentos ya preparados, como galletas enriquecidas, o fáciles de elaborar, como ciertos compuestos de maíz, trigo y soja.

“Apenas hay posibilidad de transformar ese modelo en uno más integral y completo se hace”, aseguró la responsable, que puso de ejemplo el proyecto de unas mujeres viudas y jefas de familia que han comenzado a preparar alimentos frescos con ayuda de la agencia en la devastada ciudad de Alepo (Siria).

A veces las empresas y ONG contribuyen con fondos y medios, pero en muchos lugares es la sociedad civil la clave para garantizar que los niños reciben una buena alimentación, con padres y comunidades que cocinan y aportan alimentos, utensilios o combustible.

Los gobiernos, tan pronto adquieren “la capacidad y la madurez”, toman el control de los programas de alimentación escolar.

“Este año celebramos la graduación de Kenia que, después de una transición de unos diez años con nosotros, ha asumido la responsabilidad de su programa y como ese caso tenemos 44 países”, añadió Burbano.

En 2017, la organización implementó o apoyó programas de alimentación escolar en 71 países, dando directamente comidas a 18,7 millones de niños en 60 de ellos y capacitando a 65 gobiernos.

En 46 de esos países, cuentan con alimentos producidos por pequeños agricultores, una manera de promover la economía y las costumbres locales, así como la cohesión social.

Esa idea ha cobrado fuerza desde que en 2003 los gobiernos africanos decidieran incluir la producción local en programas de desarrollo agrícola y Brasil lanzara su estrategia de Hambre Cero, que incluía la adquisición de alimentos.

El presidente del Fondo brasileño de Desarrollo de la Educación, Silvio Pinheiro, resaltó que en su país el 30 % de los fondos públicos para alimentación escolar deben destinarse a la agricultura familiar, una arma “contra la pobreza” que, además, hace a “muchos niños ir a la escuela, aunque sea para comer”.

Más de 40 millones de estudiantes brasileños se benefician de ese modelo, que Brasil está exportando a otros 33 países africanos y 3 latinoamericanos con los que colabora, según Pinheiro.

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