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Vidas trans: “Solo vivir como soy podía salvarme”

De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Kim, Elsa, Víctor y Patrick.

Ana Requena Aguilar / Marta Borraz

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Son Kim, Víctor, Elsa y Patrick. Sus edades, procedencias y circunstancias vitales son distintas pero tienen un punto en común que ha condicionado sus vidas: las cuatro son personas trans y han tenido que pasar por procesos dolorosos que no les desean a nadie más. En ese camino han vivido, según el caso, pruebas psicológicas, hormonación obligatoria para cambiar su nombre y sexo legal, operaciones y, sobre todo, cuestionamiento, mucho cuestionamiento.

España da hoy un paso que cambia esa historia. El Gobierno aprueba este martes la “Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI”, que, entre otras, reconoce la autodeterminación de género: las personas podrán cambiar de sexo legal sin presentar informes médicos ni psicológicos, como se exige actualmente, y solo con una solicitud en el Registro Civil que tendrán que ratificar tres meses después.

Kim

La despatologización de la transexualidad y el derecho a decidir sobre la propia identidad no son reivindicaciones nuevas. Lo atestigua Kim Pérez, una histórica activista trans que este año ha cumplido 80 años y que relata un duro camino de decisiones difíciles, miedos y juicios ajenos. “Nací en el año 41, te puedes figurar que cuando yo tenía 19 vivía en el caos. Acudí a un psiquiatra, que era lo único que había. Yo podía estar media hora hablando y al final me quedaba ansiosa de que él me respondiera. Yo necesitaba una explicación, necesitaba palabras, y en lugar de eso me encontraba sistemáticamente: 'pues se va a tomar esta pastilla o esta otra, duérmase usted y ya podrá asumirlo'. No había nada más, yo estaba sola en el mundo frente a eso”.

Cuando cumplió 50, Kim tomó una decisión: “Me dije a mí misma: solo la realidad puede salvarme, solo vivir de esta manera como soy puede salvarme, aunque el mundo se hunda, aunque pierda el trabajo, mis condiciones de vida, el poder ayudar a mi madre... Y eso me equilibró”. La activista, profesora de Ética en la educación secundaria durante décadas, apoyó a Carla Antonelli en su huelga de hambre para exigir la Ley de Identidad Sexual que finalmente se aprobó en 2007.

“La ley salió, con defectos, pero lo importante era que saliera y ya habría tiempo de corregir cosas. Hemos tardado 13 años”, dice respecto a la norma que se aprueba este martes, sobre la que critica algunos matices. Pérez cree que hubiera sido deseable que se estableciera un acompañamiento psicológico para las personas trans que lo desearan. “En la ley de 2007, los psicólogos eran considerados jueces, acababan teniendo derecho a decidir según su visión de las personas con las que se encontraban. Y si con arreglo a sus criterios esa persona no podía cambiar de sexo pues no podía hacerlo y con eso no podíamos estar de acuerdo. Ahora a mí me parece que hubiera sido conveniente que los psicólogos no fuera jueces pero sí acompañantes y que la decisión última fuera, por supuesto, de la persona”, explica.

Los psicólogos eran jueces, acababan teniendo derecho a decidir según su visión de las personas con las que se encontraban. Y si con arreglo a sus criterios esa persona no podía cambiar de sexo pues no podía hacerlo y con eso no podíamos estar de acuerdo

La activista ha sido testigo del daño que estos peregrinajes médicos y psicológicos han tenido en muchas personas. “Si alguien se encontraba con un profesional en la Seguridad Social que le negaba el cambio y esa persona no tenía medios para acudir a la privada se veía sin forma de salir adelante. Te veías atada a la decisión de terceras personas, con sus criterios y sus estereotipos”.

Patrick

Patrick consiguió el DNI que ahora luce con orgullo, con su nombre y sexo legal cambiado, diez días antes de cumplir los 18, pero le llevó cinco años de pelea ante los jueces. Su madre, Natalia Aventín, decidió llevar su caso hasta el Tribunal Supremo y logró la sentencia del Constitucional que dictaminó ya en 2019 que la exclusión de los menores de la ley de 2007, la que permite la rectificación registral, es inconstitucional. Siempre dice que con su hijo se dio cuenta de lo que es “ser un ciudadano de segunda”, porque ver reconocida su identidad le supuso una batalla que le ha hecho ser, como a todas las familias de menores trans, afirma, “activista por necesidad”.

Yo sé que mi hijo se medicaba debido a la presión social, la misma que hace que nos depilemos o nos pongamos a dieta, y pueden ser decisiones tempranas, pero les permite seguir con su vida

A Patrick “no le ha supuesto ningún problema ser quién es” porque ya desde pequeño, tanto en el ámbito educativo como en la familia y su entorno “era respetado”, cuenta su madre. Pero la ley impedía que a pesar de que con 13 años ya en su pueblo, Benasque (Huesca), le conocía así todo el mundo, su DNI lo reflejara: “Les puede hacer la vida imposible en muchos ámbitos de su vida, desde ir a buscar un paquete en Correos a sacarse la tarjeta para cualquier transporte o incluso en la biblioteca”, cuenta Natalia, que explica que ellos tuvieron “suerte” al poder cambiar la tarjeta sanitaria o encontrarse con un entorno escolar favorable. “Era una cuestión arbitraria, si nos hubiéramos encontrado con personas que hubieran querido ponerle problemas, podrían haberlo hecho con la ley en la mano”.

Por eso, tras su pelea, lamenta que la legislación LGTBI que aprueba este martes el Consejo de Ministros haya renunciado a incluir a los menores de 12 años y que los que tienen entre 12 y 14 deban requerir autorización judicial para modificar su sexo legal: “Nosotros sabemos lo que es tener que estar delante de un juez y es una situación violenta, no hay ningún motivo para hacer pasar a los menores por eso”, critica Natalia. Cree que la norma “no es un avance de derechos significativo” para los niños y niñas e incluso “un retroceso” con respecto a la sentencia del Constitucional, que dictaminó que los menores “con suficiente madurez” y “en situación estable de transexualidad” debían poder cambiarlo.

En su caso, su gran periplo fue encontrar información y recursos. “Había un gran desconocimiento, no sabíamos qué hacer ni a quién recurrir y con la pubertad empezó a preocuparnos, pero no lográbamos que nadie nos ayudara”. Patrick comenzó entonces “a sentir cierta incomodidad con su cuerpo”, dejó de acudir a las competiciones deportivas y empezó a no querer ir al colegio. Pudo acceder a los bloqueadores hormonales al inicio de su desarrollo “por insistencia mía” y gracias a una amiga de la familia que logró una cita en un hospital de Barcelona, aunque por la vía privada. “Era más fácil que nos dieran ansiolíticos que bloqueadores hormonales”, dice Natalia, consciente de la controversia que generan este tipo de tratamientos: “Nos ofrecían otros fármacos e intervenciones psiquiátricas y no había el mismo cuestionamiento. Yo no me lo podía explicar”.

La ley también ha renunciado finalmente a homogeneizar los tratamientos hormonales para menores de edad a través de la cartera básica de servicios. Esto implica que seguirán sujetos a la regulación por parte de las comunidades, aunque ya la inmensa mayoría los ofrecen. “Yo sé que mi hijo se medicaba debido a la presión social, la misma que hace que nos depilemos o nos pongamos a dieta, y pueden ser decisiones tempranas, pero les permite seguir con su vida. No es una decisión que tomes de un día para otro, es que te planteas que tu hijo está sufriendo. Para nosotros, siempre con mucha información y conocimiento, eso era lo importante”.

Víctor

Víctor Gil, conocido por su nombre artístico 'Viruta', intenta estos meses “sobrevivir al 2020” tras la sequía de conciertos y eventos en los que trabajar debido a las restricciones por la pandemia. Cantautor y actor, tardó entre tres y cuatro años en lograr el informe de disforia de género y acreditar dos años de hormonación a los que a día de hoy aún obliga la ley para modificar su DNI, condiciones que prevé eliminar la Ley Trans. “Lo que implicó fue tener que pasar por consultas psicológicas con preguntas arcaicas en las que tenías que mentir para encajar en el cajón, porque si no era fácil que te descartaran. Eran preguntas tan tremendas como que si te gusta el fútbol, las flores, cantar... Había que encajar en un molde muy estrecho”, lamenta.

Entonces, hace diez años –hoy va a cumplir 44–, la identidades de género no binarias “no se nombraban”, por lo que no fue algo que Víctor se planteara, pero hoy se reconoce como tal. Con la nueva legislación, estas personas podrán modificar su nombre y sexo legal sin necesidad de modificar su cuerpo ni medicarse si no lo desean, sin embargo, la norma no contempla el reconocimiento de las identidades no binarias. “En mi caso fue todo un periplo documental y burocrático, de tocar muchas puertas y gracias a que conocía gente que acabó recomendándome una psicóloga que me podía hacer el informe, pero quienes no tienen esas facilidades lo tienen mucho más difícil”, reconoce Víctor.

En mi caso fue todo un periplo documental y burocrático. ¿Cómo va alguien, un médico, un psiquiatra, a saber si de verdad alguien está convencido de ser una persona trans?

El cantante explica que despatologizar la identidad de las personas trans y eliminar los requisitos médicos “implica dejar de considerarnos enfermos, como en su día ocurrió con la homosexualidad”, pero además remarca “la inutilidad” de los medios “de prueba” como el informe psicológico: “No es posible decidir sobre la identidad de otras personas y sobre su forma de estar en el mundo. ¿Cómo va alguien, un médico, un psiquiatra, a saber si de verdad alguien está convencido de ser una persona trans? Es imposible”.

Elsa

A Elsa la conocimos en 2019, cuando con ocho años se subió al estrado de la Asamblea de Extremadura durante el cuarto pleno escolar contra el bullying por la LGTBIfobia. “Soy una chica transexual, vivo en Arroyo de San Serván [Badajoz] y en los cuatro últimos años he vivido un camino muy importante: el camino a mi felicidad”, decía la niña en una intervención que estremeció a los asistentes. Hoy, su madre, Anabel Pastor, recuerda los “años muy duros” que pasaron hasta conseguir cambiar el nombre y el sexo legal de su hija.

"Hasta que no te toca cerca no lo entiendes del todo. No es fácil, la primera que no lo entendía era yo, pero hay que informarse más, se dicen auténticas barbaridades"

“No se nos hacía mucho caso porque nuestra hija era muy pequeña. Escuchábamos las típicas de frases de '¿y si se está equivocando?'. Hemos tenido que aguantar mucha transfobia en médicos, muchas negaciones en juzgados, nos han obligado a aportar pruebas de psiquiatras, cuando mi hija no está enferma”, explicar Pastor, que se alegra de que, desde hoy, las personas trans “no tengan que pasar” por esas pruebas ni “luchar porque un juez o una jueza les crea”.

En su caso, la jueza les llamó periódicamente durante dos años y no admitía el cambio de sexo para Elsa. “Finalmente aceptó lo que le decía, que hablara directamente con la niña, que ella sabía perfectamente quién es y que fuera ella quien le explicara que no era una niña y que no tenía derecho a llamarse Elsa. Con seis años entró sola a su despacho, creo que estuvo media hora o 45 minutos dentro. Cuando salió, la jueza nos dijo que no había opción a un no, que Elsa era una niña de los pies a la cabeza y que sabía muy bien quién era”.

No obstante, Anabel lamenta las limitaciones de edad que contiene la norma. “Hasta que no te toca cerca no lo entiendes del todo. No es fácil, la primera que no lo entendía era yo, pero hay que informarse más, se dicen auténticas barbaridades”, apunta. La madre de Elsa explica, por ejemplo, que a día de hoy su hija no se hormona y que será ella la que en el futuro decida si hacerlo o no. Como madre ella intenta, prosigue, que su hija acepte su cuerpo y se quiera tal cual es, y que hay “comentarios que son muy fuertes de escuchar cuando tienes una hija en esa situación y cuando tu hijos odian su cuerpo”. Anabel Pastor tiene claro que esto “va más allá de unos genitales”. “Va de quiénes son, y ellos son quienes saben quiénes son”.

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