Pasó de arquitecto a ermitaño: Antoni Gaudí se encerró en su Sagrada Familia hasta que murió
Una lámpara de hierro forjado esperaba en silencio su forma definitiva. Antoni Gaudí la observaba de cerca, girando el cuello como si quisiera adivinar el modo exacto en que la luz se proyectaría sobre la piedra. El ayudante miró el reloj y esperó alguna orden que no llegó. En lugar de eso, el arquitecto empezó a trazar un nuevo ángulo con un compás oxidado sobre una tabla de madera. Ese día, como todos los últimos años, Gaudí no volvió a subir a su casa del Park Güell.
Aquel aislamiento no surgió por casualidad ni por fatiga. En 1914, cuando ya acumulaba décadas de prestigio y reconocimiento en Catalunya, tomó una decisión que sorprendió a muchos de sus conocidos: renunció a todo encargo ajeno y se centró exclusivamente en el templo de la Sagrada Familia. Dejó de aceptar visitas privadas, abandonó su vida social y se alejó del bullicio barcelonés.
El taller se convirtió en casa y las comodidades empezaron a sobrarle
Su vida pasó a girar en torno a un solo espacio físico, el taller instalado dentro del propio templo, donde pasaba día y noche entre bocetos, herramientas y modelos de escayola. Poco a poco, también fue deshaciéndose de comodidades materiales. Vendió muebles, regaló ropas elegantes y evitó cualquier tipo de distracción externa.
El cambio fue gradual pero definitivo. Al principio, sus conocidos pensaron que se trataba de una etapa de concentración. Con el tiempo, entendieron que no era una pausa, sino una transformación completa. Su alimentación se redujo a pan seco, frutos secos y agua. Dormía en una habitación estrecha, con un jergón áspero y sin calefacción. Rechazaba con firmeza las invitaciones a eventos, los reconocimientos públicos y cualquier tipo de agasajo. Solo permitía contacto con algunos de sus colaboradores técnicos más próximos, con quienes compartía avances del proyecto o indicaciones concretas sobre los materiales y proporciones que deseaba en cada tramo de la obra.
La muerte de varios familiares cercanos —entre ellos su padre y su sobrina, que vivieron con él en Park Güell— aceleró todavía más ese distanciamiento del mundo. A medida que se quedaba sin vínculos personales fuertes, su refugio en la obra se convirtió en su única fuente de sentido vital.
Solo hablaba con los que entendían su lenguaje arquitectónico
Los testigos de la época relatan que, cuando no estaba en misa o en su mesa de trabajo, caminaba solo por el perímetro del templo, observando los avances como si inspeccionara una construcción viva. El arquitecto Lluís Bonet Garí explicó, según recoge el archivo histórico de la Junta Constructora, que Gaudí “prefería el contacto con los elementos del edificio a cualquier conversación que no tuviera que ver con su arquitectura”.
En su círculo más próximo, pocos se atrevían a interrumpir sus rutinas. El escultor Llorenç Matamala, que compartió con él muchas noches en la casa del parque, fue una de las excepciones. Cuando a Matamala le diagnosticaron un cáncer incurable en 1925, Gaudí dejó de subir a la colina.
A partir de entonces, eligió dormir en el mismo taller, entre planos enrollados y modelos suspendidos del techo, rodeado por sus creaciones inacabadas. Su colaborador Joan Rubió apuntó que, incluso en esos días, Gaudí se levantaba a las cinco, rezaba, y trabajaba sin descanso hasta el anochecer.
El templo absorbió su identidad hasta el punto de hacerlo irreconocible
En esas jornadas apenas hablaba con nadie. La Sagrada Familia lo ocupaba todo: era al mismo tiempo objetivo, refugio y lenguaje. Los visitantes que lograban cruzar las puertas del recinto solían encontrarlo en actitud contemplativa frente a las maquetas. Nunca parecía tener prisa, pero tampoco descanso. Lo que para otros habría sido un lugar de trabajo, para él era un espacio de permanencia total.
Cuando fue atropellado por el tranvía el 7 de junio de 1926, pocos reconocieron su rostro. Vestía ropas desgastadas y no llevaba documentación. Los médicos del Hospital de la Santa Creu lo trataron como a un desconocido. A la mañana siguiente, cuando su identidad quedó confirmada, le ofrecieron trasladarlo a una clínica mejor equipada. Gaudí se negó. Según relata el cronista Josep Maria Tarragona, el arquitecto respondió: “Prefiero quedarme aquí con los pobres”. Fue enterrado en la capilla de la Virgen del Carmen, dentro de la Sagrada Família.
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