Las catacumbas de París, un paseo entre los huesos de 'la ciudad de la luz'

Una vieja cantera subterránea se convirtió en un gran osario.

Roberto Ruiz

Muchos viandantes pasean por las calles de París sin saber que donde pisan, bajo sus pies, se encuentra uno de los mayores cementerios subterráneos del mundo. Se calcula que los huesos de seis millones de personas descansan en las catacumbas de París, un lugar lleno de leyendas, de historias y de mitos, pero que en realidad es tan tétrico como turístico.

Las catacumbas de París reciben a más de medio millón de visitantes cada año y para conocer sus orígenes debemos remontarnos hasta finales del siglo XVIII. En el subsuelo de París existe una enorme red de túneles y galerías procedentes de una antigua mina de piedra caliza que, tras varios y trágicos hundimientos, fue clausurada en 1755, y restaurada y reparada por Luis XVI en 1777. Semejante espacio subterráneo resultó ser idóneo para solucionar un grave problema de salubridad que sufría la ciudad parisina, y es que sus cementerios estaban saturados, no daban abasto y los cuerpos se acumulaban provocando infecciones en los barrios colindantes.

¿Solución? Utilizar parte de los túneles de las minas para crear un gigantesco osario. Entre 1785 y 1787 se procedió a depurar el Cementerio de los Santos Inocentes, clausurado en 1780 tras más de diez siglos en uso. Se procedió a vaciar las sepulturas, los osarios y las tumbas comunes, y los huesos se trasladaron hasta los túneles durante la noche para evitar protestas de los vecinos y de la Iglesia. Tras la revolución los traslados continuaron hasta 1814 desde cementerios como los de San Eustaquio, San Nicolás de los Campos y el convento de los Bernardinos. En abril de 1786 el lugar es declarado ‘Osario municipal de París’ y desde ese momento se conoce como las ‘Catacumbas de París’, en alusión a las famosas Catacumbas de Roma. El osario no dejó de recibir nuevos huesos hasta 1859.

Abiertas al público desde 1809

Las catacumbas de París reciben visitas desde 1809, pero antes de abrir sus puertas el inspector Héricart de Thury llevó a cabo una reorganización decorativa de los huesos para darle un aire museográfico y monumental. Los restos óseos dejaron de estar apilados de cualquier manera para crear nuevas formas. El trabajo fue laborioso y se tomaron como modelo los propios muros de la cantera. Así, al mismo tiempo que las tibias, los fémures y los cráneos se alternan creando figuras, en otros puntos se crearon columnas clásicas, altares, cipos funerarios o sepulturas. De Thury no quiso dejar pasar la oportunidad para darle también al osario una dimensión educativa, creando incluso una vitrina en la que observar patologías, enfermedades y deformaciones óseas. Para terminar, unas cuantas placas con textos poéticos y religiosos acompañan al visitante en su camino para hacerle reflexionar sobre la muerte.

Desde entonces millones de personas han visitado las catacumbas de París, desde el emperador Francisco I de Austria en 1814 hasta Napoleón III en 1860, y así hasta que hoy en día recibe a casi 550.000 visitantes cada año. Y es que, aunque muchos que caminen sobre ellas no lo sepan, uno de los principales atractivos turísticos de París lo encontramos bajo la propia ciudad.

Un paseo entre millones de huesos

Si queremos conocer el Osario Municipal de París deberemos adquirir previamente una entrada en la web de las Catacumbas de París. La entrada general si es para el mismo día tiene un precio de 14 euros y de 24 si es con anticipación. Hay disponibles audioguías por 5 euros más y la visita tiene una duración de entre 45 y 60 minutos.

Con esto listo, ya estamos preparados para descender al subsuelo parisino. Desde la entrada ubicada en la Place Denfert-Rochereau bajaremos los 131 escalones que nos llevan a las galerías a 20 metros bajo la calle y a una temperatura constante de 14 grados. Por delante tenemos 1,5 kilómetros de recorrido, de los que 800 metros forman parte del osario. 

Al poco de comenzar ya encontraremos paneles informativos y material multimedia para ubicarnos en nuestra visita. Poco más adelante encontraremos la entrada al osario, debidamente marcada con una inscripción que reza ‘¡Alto! Este es el imperio de la muerte’. Al cruzarla millones de huesos comenzarán a rodearnos. Y no de cualquier manera, sino detalladamente ordenados para crear paredes y formas. Conforme avancemos, además de huesos encontraremos a nuestro paso algunos puntos de interés en los que también merece la pena detenerse. Primero, la Fuente de la Samaritana, un pozo antiguamente utilizado por los trabajadores de la cantera. Después, el área de la Revolución Francesa, donde se recuerda a los caídos en el levantamiento, de los cuales muchos descasan aquí. Y ya casi llegando al final del recorrido, el Barril, donde los huesos se han dispuesto alrededor de un pilar creando una formación circular de aspecto peculiar. Para terminar, 112 escalones nos separan de la superficie.

Las catacumbas clandestinas

Estas son, digamos, las catacumbas oficiales. Las que están preparadas para la visita y a las que podemos acceder pagando una entrada. Pero la red de túneles es mucho mayor y existe un gran número de conductos clandestinos, donde está prohibida la entrada, pero a los que accede un determinado tipo de parisinos: los catáfilos.

Los catáfilos son una corriente que accede a las catacumbas a su aire, tienen sus propios mapas y sus propias entradas secretas que van cambiando periódicamente. Una vez abajo tienen acceso a zonas del osario no abiertas al público, salas de reunión, de fiesta y de rituales de diferente índole. Jóvenes que quieren huir de las reglas de la superficie, algo que viene de lejos pero que tuvo cierto apogeo en los años 70 y 80. La afición por este inframundo es tal que existe incluso una policía dedicada a la vigilancia expresa de las catacumbas. 

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