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África muere: último capítulo

Alberto Vázquez-Figueroa

Cuando José Manuel Soria -el mismo José Manuel Soria que tuvo que dimitir como ministro porque mintió públicamente al asegurar que no tenía nada que ver con Los Papeles de Panamá- era alcalde de Las Palmas, un equipo de la empresa gubernamental Tragsa fue a ofrecerle la posibilidad de construir una desaladora de presión natural que proporcionaría todo el agua que pudiera necesitar una ciudad que estaba sufriendo -tal como casi siempre sufre- una grave crisis de abastecimiento.

Al concluir la reunión, el representante de la empresa que comercializaba el agua -creo que recordar que se llamaba Camacho aunque puedo estar equivocado- me invitó a comer al cercano hotel Santa Catalina, donde me espetó con una demoledora sinceridad:

-Nunca permitiré que se construya una de tus desaladoras.

-¿Y eso?

-Porque desalamos el agua a noventa pesetas metro cúbico y la vendemos a ciento ochenta, es decir que ganamos noventa. Con tu sistema el coste sería de treinta con lo cual legalmente tan solo nos permitirían venderla a sesenta con lo que tan solo ganaríamos treinta. Si lo aceptara acabaría de ascensorista.

Poco después, siendo ya presidente del Cabildo, Soria compró a un precio escandaloso una desaladora de segunda mano desechada por los israelíes.

Todo aquel que haya pasado por la autopista que une aeropuerto con Las Palmas la recordará, puesto que era un enorme tubo oxidado del largo de un campo de fútbol que se encontraba junto a la central eléctrica. Se supone que funcionaba por el ya entonces obsoleto sistema de evaporación, pero lo cierto es que jamás funcionó y acabó vendiéndose como chatarra.

Hace unos cinco años la Universidad de La Laguna otorgó una Matrícula de honor cum laude al proyecto de fin de carrera de dos ingenieros que habían diseñado una planta de presión natural que desalaría agua para la isla de Tenerife a un precio 88% inferior al de cualquier otro sistema.

El proyecto había sido supervisado por el profesor de universidad Carlos Soler Liceras que había alcanzado justa fama como experto en temas hidráulicos y por haber encontrado la mítica Fuente Santa de la isla de La Palma, que llevaba trescientos años perdida a causa de una erupción de volcánica.

El trabajo se basaba en los estudios que Tragsa y Acuamed habían hecho para abastecer el poniente de Almería.

También existe un proyecto similar para Gran Canaria, pero todos ellos duermen en los cajones de ministros que probablemente tienen cuentas corrientes en Panamá.

Me excuso por haber insistido en el tema, pero mi intención es hacer comprender que el problema de la carencia de agua no es de los técnicos, sino de los gobernantes, cualquiera que sea su ideología.

Los partidos políticos españoles tienes siglas muy diferentes, pero un símbolo en común: €.

A ese respecto recuerdo que en una ocasión el Ministerio de Industria me pidió que impartiera una conferencia a los inventores españoles y lo primero que les dije fue:

Cuando inventen algo no se pregunten a quién beneficia; pregúntense a quién perjudica, porque del poder del perjudicado dependerá que su invento prospere.

Si empresas como la antaño poderosísima Kodak, los fabricantes de máquinas de escribir o tantos otros que acabaron en la ruina hubieran sospechado la debacle que iban a significar los ordenadores o internet, hubieran mandado cortar cientos de cabezas que empezaban a tener ideas sumamente peligrosas.

La tubería de Gadafi

Hace unos quince años el embajador de Libia en Madrid me citó para preguntarme si se podía hacer una desaladora de presión natural en su país debido a que en el sur se había descubierto un inmenso acuífero, Gadafi se había gastado nueve mil millones de euros en construir un acueducto que llevara ese agua a Trípoli, pero aún no había llegado ni una gota.

Al parecer el irascible coronel echaba chispas.

Cuando el embajador me enseñó el faraónico proyecto comprendí que tal enfado resultaba lógico debido a que una empresa canadiense había semienterrado cientos de kilómetros de tuberías partiendo desde la costa hacia el interior.

Las tuberías medían cuatro metros de diámetro y eran de fibrocemento, por lo que al llegar al desierto de Aziza, donde se da la mayor diferencia de temperatura del planeta -cincuenta grados a mediodía y seis al amanecer- se cuartearon convirtiéndose en auténticos coladores.

Le señalé al embajador que, a mi modo de ver, tenían que haber empezado desde el acuífero hacia la costa e ir llenando las tuberías de agua con el fin de que resistiesen las diferencias de temperatura.

Al poco el embajador volvió a citarme para comunicarme que el coronel me invitaba a ir a Trípoli, pero yo había escrito una novela Matar a Gadafi por lo que consideré que si acudía a la cita me fusilaría, no por haberle convertido en el villano de una novela, sino porque fuera tan escandalosamente mala.

Ahí acabó una historia que me hizo comprender que para conseguir enterrar bien una tubería de cuatro metros de diámetro y no se cuartease con el sol del desierto jordano sería necesario abrir una zanja de seis por seis, lo cual significaba un movimiento de tierras brutal.

En un capítulo anterior me he referido al proyecto de desaladora aprovechando los cuatrocientos metros de desnivel entre Mar Rojo-Mar Muerto y quiero aclarar que las patentes me las concedieron los gobiernos de Jordania e Israel, que son los únicos que pueden hacerlo puesto que ningún otro país tiene acceso directo al Mar Muerto.

(Cierto es que también debería habérsela solicitado a Palestina, pero en aquel tiempo no disponían de un representante accesible.)

Al repasar los presupuestos advertimos que la mayor parte del gasto se iba en tuberías por lo que decidimos sustituirlas por un canal a cielo abierto, y fue entonces cuando un ingeniero del Consejo Superior de Investigaciones Científicas -Domingo Guinea- advirtió que cubriendo ese canal con cristal amorfo parte del agua se convertiría en vapor y se produciría una inmensa cantidad de energía aprovechable.

Pese a que se supone que soy medio-padre de la criatura se trata de una tecnología que me cuesta entender, pero me enorgullece saber que algunas de mis ideas, a menudo absurdas, sirven para que gente mucho más preparada que yo busque nuevos caminos.

Buen ejemplo de ello fueron José Román Wilhelmi Ayza, José Ángel Sánchez Fernández y Juan Ignacio Pérez Díaz, quienes desarrollaron un proyecto basado en esas ideas por el se que se conseguiría que la curva eléctrica nacional se aplanase, lo cual ahorraría millones y rebajaría el coste de las tarifas eléctricas.

Lo enviaron al Ministerio de Industria del que curiosamente en esos momentos era titular José Manuel Soria, y pese a que estaba firmado por tres catedráticos de innegable prestigio y llevaba el sello de la Universidad Politécnica de Madrid, también lo “archivaron”.

Los hombres nacen, crecen, mueren y se corrompen.

Los gobiernos nacen, crecen, se corrompen y mueren.

Aquel gobierno murió por una metástasis de corrupción.

En el actual ya han comenzado a detectarse células malignas.

El viejo de la montaña

Hace unos ochocientos años, Hassan-i Sabbah, más conocido por El Viejo de la Montaña fundó en Egipto una secta integrista ismailí, pero al verse acosado construyó una fortaleza en la cima de una montaña al sur del mar Caspio, se apoderó de plazas fuertes en Siria, Irán y Palestina, llegó a constituir lo que podría considerarse un estado ismailí, e inició una metódica labor de proselitismo en la que aquellos que realizaban acciones armadas se denominaban a si mismo fedayines; es decir, “Los que mueren por la causa”.

Se convirtieron en un ejército de fanáticos especializados en el terror y el magnicidio a costa de inmolarse, hasta tal punto de intentar asesinar al sultán Saladino durante el asedio a Jerusalén.

Reclutaban hombres jóvenes, los drogaban con hachís y los instalaban un fabuloso palacio, rodeados de hermosas huríes, música, bailes, manjares, piscinas y todo cuanto pudieran desear, lo que les obligaba a creer que habían accedido al paraíso.

Al cabo de un tiempo les devolvían a la realidad y les aseguraban que cuanto habían vivido era una pequeña muestra de lo que les esperaba en caso de “morir por la causa”. Del término hashashin, o consumidor de hachís, proviene la palabra asesino, que se vulgarizó designando a cualquier homicida, pero que en su origen se refería a los miembros de la secta ismailí.

Los seguidores de Hassan-i Sabbah derramaron ríos de sangre hasta que un astuto visir reclutó hombres jóvenes que instaló en un palacio en el que había hermosas huríes, música, bailes, manjares, piscinas y todo cuanto pudieran desear...

Al cabo de un tiempo les dijo:

-Esto es lo que os proporcionaré durante un mes, de verdad, nada de ilusorios placeres en el más allá, cada vez que asesinéis a un “asesino”.

En poco tiempo acabó con el problema en su país y alrededores.

Mil doscientos años después Osama Bin-Laden se inspiró en Hassan-i Sabbah -incluso en lo de viejo, el corte de la barba y el hecho de esconderse en las montañas- a la hora de instaurar un reino de terror que culminaría con el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York.

Hoy en día los modernos “visires” no ofrecen huríes sino dinero a quienes asesinan a “asesinos” con lo que se demuestra que ningún problema es nuevo ni ninguna solución es nueva; lo único que cambia es la ropa.

Cabe preguntarse si resulta moralmente aceptable, del mismo modo que cabe preguntarse si resulta moralmente aceptable la pena de muerte, pero cuando se descubre que esos fanáticos son capaces de ponerse al volante de una furgoneta y matar inocentes en las Ramblas de Barcelona o el Paseo de los Ingleses de Niza, la moralidad comienza a flaquear.

Geografía del hambre

Josué de Castro, la máxima autoridad en la materia, dejó escrito en su insuperable Geografía del Hambre:

Las consecuencias más graves del hambre crónica son una notoria apatía y una tradicional indiferencia y falta de ambición. Dicho estado, con su deficiencia en ciertas vitaminas, comienza por embotar el apetito y cuando no se sufre hambre física a causa de la falta de alimentos el ser humano pierde el mayor estímulo a la hora de luchar por su vida; la necesidad de comer.

No obstante se ha comprobado que a los pocos meses de que esos seres desnutridos reciban una alimentación racional son capaces de trabajar como el que más, y quienes menos creen en esa posibilidad de recuperación son quienes nunca han tenido que recuperarse de un hambre crónica.

De nada sirve lo que sabes, si no sabes para qué sirve lo que sabes.

Siempre he sido enemigo de quienes quieren saber por el hecho de demostrar que saben, abarcando demasiados campos, jugando a ser Leonardos da Vinci y opinando sobre todo lo opinable, pero uno de los ingenieros que más me ayudó en mis comienzos trabajaba en Navantia, “sabía para que servía lo que sabía” por lo que una tarde me confesó que sospechaba que los submarinos que su empresa estaba construyendo para la Armada habían sido mal diseñados, pesaban demasiado y si se sumergían no volverían a salir a flote.

Cuando le pregunté por qué no lo denunciaba me replicó:

-Porque muchos con muchos galones se están “forrando”. Si les digo a mis superiores que no saben lo que hacen me despiden y tengo mujer e hijos que alimentar. El escándalo estallará por sí solo.

Tiempo después, durante una visita a las instalaciones de la empresa gubernamental Indra, en Aranjuez, le comenté con uno de sus altos ejecutivos el tema de los submarinos. Se limitó a sonreír ladinamente y me condujo a un almacén en el que me enseñó una especie de anillo de acero circular de unos cinco metros de diámetro y uno de alto, que por lo visto debía formar parte del radar o del sonar y me señaló:

-Pues si ya pesan demasiado imagínate cuando les añadan estos trastos que al parecer tampoco están incluidos en los cálculos.

Cuando estalló el escándalo y salió a la luz que el contrato inicial era de 1.755 millones de euros por los cuatro submarinos, pero que en uno solo ya se habían invertido 2.135 millones y no flotaría por lo que se hacía necesario cortarlo por la mitad y alargarlo diez metros, la cúpula de la empresa, varios funcionarios gubernamentales y altos mandos militares fueron enviados a su casa, pero ninguno a la cárcel.

Cabe suponer que quién tenga que sumergirse en semejante chapuza remendada lo hará acojonado y sin dejar de pensar en el argentino Ara San Juan que desapareció con cuarenta y cuatro tripulantes a bordo, puesto que los corruptos no entienden de banderas ni incluso cuando las han besado jurando proteger a las tropas bajo su mando.

Los lectores comprenderán que no quiera dar los nombres del ingeniero de Navantia ni del alto cargo de Indra.

De todo lo expuesto se deduce que nuestros gobernantes se sienten mucho mas atraídos por Panamá que por África, pero tal vez con suerte alguno se detenga a pensar que con lo que cuesta uno solo de esos inútiles y peligrosos ataúdes de acero podían construirse en las costas africanas docenas de desaladoras de presión natural que calmaran las sed de millones de infelices.

En éstos momentos, con nuevos ingenieros y dirigentes, Navantia está en condiciones de fabricar y montar la mayor parte de los elementos de esas desaladoras, lo cual no quitaría trabajo a sus obreros sino que les proporcionaría uno mucho más satisfactorio y útil.

Del mismo modo, en lugar de vender bombas a los saudíes para que destrocen a niños yemeníes, se debían construir desaladoras en Yemen que sirvan para dar de beber y alimentar a esos mismos niños.

Y quien alegue que lo único que hago es intentar beneficiarme económicamente debe saber que he dejado de pagar las patentes por lo que cualquiera puede hacer mis desaladoras y eso significa que jamás recuperé mi dinero ni el que invirtió mi hermano.

Los buitres que llevan años esperando el momento se lanzaran sobre la presa y ganarán millones que tendrán que compartir con los políticos pero, pese a que se descojonen de risa, me quedará la satisfacción de saber que jamás soborné a nadie, ni permití que nadie me sobornara.

Triste consuelo es ese, pero más vale un triste consuelo por haber sido decente que una alegre felicitación por haber sido ladrón.

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