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Pandemónium

Rivera en Errenteria

Javier Pérez Royo

“La campaña discurre muy alejada de los grandes debates europeos. La caza, los permisos de armas, ETA o el independentismo colapsan la agenda”, escribió Albert Sáez en El Periódico este lunes ('Un nuevo pacto social').

No es la primera vez que ocurre ni será la última. Recuerdo que en 1989, cuando explicaba a los alumnos el sistema electoral, les hice referencia a las elecciones generales celebradas ese año y les dije que, aunque las anteriores elecciones tuvieron lugar en 1986 y, por tanto, hasta 1990 no tenían por qué convocarse nuevas elecciones, Felipe González decidió hacerlo.

No tenía necesidad de haberlo hecho, añadía. En 1986 el PSOE obtuvo una mayoría absoluta de 186 escaños y, por tanto, la estabilidad del gobierno estaba asegurada. Fue Carlos Solchaga el que convenció a Felipe González que disolviera anticipadamente las Cortes Generales y convocara elecciones con el argumento de que en los próximos años se iba a producir el tránsito de las Comunidades Europeas a los que acabaría siendo la Unión Europea y que era bueno que el Gobierno de España dispusiera de un mandato claro de los ciudadanos para tener más autoridad a la hora de participar en ese proyecto político europeo que se avecinaba.

Con este proyecto de futuro se acordó la disolución y la convocatoria de elecciones por el presidente del Gobierno. Antes de que se iniciara la campaña estalló el “caso Juan Guerra”, hermano del Vicepresidente del Gobierno, que había estado haciendo uso de un despacho en la Delegación del Gobierno en Andalucía en el edificio de la Plaza de España. Juan Guerra lo acabaría eclipsando todo. Ni futura Unión Europea, ni futuro Tratado de Maastricht. Juan Guerra se enseñoreó del debate.

La política es la síntesis de todas las contradicciones que se dan en una sociedad. De todas sin excepción, sean de la naturaleza que sean. Cada partido que concurre a unas elecciones pretende establecer una jerarquía entre tales contradicciones y ofrecer con base en ello un programa al cuerpo electoral. Es obvio que el que consigue que su propuesta jerárquica tenga mayor aceptación es el que acaba ganando. Pero no hay garantía alguna de que algún partido consiga imponer su jerarquía en la campaña electoral. Y cada vez menos. En los años del 'bipartidismo' el control de la agenda por las direcciones de los dos grandes partidos de gobierno, PSOE y PP, podía imponerse de manera inequívoca en lagunas ocasiones, (1982, 1986, 2000 o 2011), pero no en todas. Pero desde 2011 ya ni siquiera es pensable un escenario de ese tipo.

No solamente por la quiebra del bipartidismo, sino por muchas cosas más. Los medios de comunicación de los años del bipartidismo y los de hoy son completamente distintos. Las redes sociales han alterado también la forma en que se define la agenda. La incidencia de lo que ocurre fuera de España, e incluso fuera de Europa, sobre la agenda política puede llegar a ser enorme. En este mismo año hemos podido ver como durante algunas semanas Madrid parecía ser la capital de Venezuela y Maduro su presidente por decisión de Pedro Sánchez. O en esta campaña electoral estamos viendo que partidos marginales en Catalunya y País Vasco están intentando hacer responsables de su marginalidad no a su falta de un programa político para dichas “nacionalidades”, sino a la “ausencia de libertad” para transmitir su programa por la agresión nacionalista.

Esto va a ser así cada vez más. España no es una excepción. Es algo que se está produciendo en todo el mundo. No hay grandes partidos que controlen la agenda política de manera más o menos concertada o de manera alternativa en ninguna parte. Eso ya se ha acabado. Hay que saber, en consecuencia, que el ruido en la campaña electoral va a ser enorme y que, en medio del ruido, es difícil conseguir que los mensajes, en los que el razonamiento coherente es el elemento dominante, acaben llegando a sus destinatarios. Que acaben llegando en los términos en que han sido formulados y no distorsionados.

El Diccionario de la RAE define pandemónium como “lugar en el que hay mucho ruido y confusión”. En eso se están convirtiendo, se han convertido ya, las campañas electorales. Y en medio de ese “ruido y confusión” tienen los ciudadanos que orientarse a la hora de ejercer el derecho de sufragio. A nadie puede extrañar que haya cada vez más indecisos y que se tarde más en tomar la decisión de en qué partido se va a depositar la confianza para la dirección política del país en la próxima legislatura.

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