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Los problemas crecen, Pedro

Sánchez urge "a todos" a actuar ante el último caso de violencia machista

Antón Losada

Hace apenas dos semanas el principal problema de Pedro Sánchez y su gobierno lo constituían las fotos que se colgaban en su cuenta de twitter. Hoy, tras la elección de Pablo Casado como nuevo líder popular y el triunfo de Carles Puigdemont en la asamblea del PDeCAT, el mes y medio de ficción que le ha permitido gobernar como si tuviera mayoría en la cámara y la oposición ya se hubiera ido de vacaciones ha terminado de repente y, como cuentan que acontece con los hijos, los problemas se han hecho mayores casi sin darse cuenta.

El esperpéntico proceso de negociación y el estruendoso batacazo que supuso el fiasco de la renovación por decreto del consejo de RTVE fue el primer aviso, salvado in extremis con la designación de alguien tan difícil de contestar como Rosa María Mateo. Pero la duda que planeó sobre toda la moción de censura había vuelto con fuerza y de manera inesperada: estaba claro que había mayoría para echar a Mariano Rajoy pero no resulta tan obvio ni seguro que la haya para gobernar y completar la legislatura.

Pablo Casado sale lanzado al frente de un partido que le ha elegido para que haga oposición con el mismo tono e intensidad que acreditó durante su discurso ante el 19 congreso extraordinario del Partido Popular. Necesita anotarse puntos y hacerlo rápido porque eso esperan de él los suyos, porque le urgen para ganarle la carrera a Ciudadanos en la derecha y porque será la mejor manera, puede que la única, de pacificar y acallar las peleas internas y los ajustes de cuentas que sacuden a toda organización tras una lucha encarnizada por el liderazgo. La deriva judicial que pueda tomar el asunto del master aporta otro poderoso incentivo para apuntarse desde el primer día a una oposición por tierra, mar y aire. Cuanto más ruido genere su expediente académico más estridente querrá que se vuelva su pelea con el presidente. La votación del objetivo de déficit o el techo de gasto apenas representan el principio de la montonera que se avecina para Pedro Sánchez, su gobierno y sus 84 diputados.

La toma de control del PDeCAT por parte de Puigdemont y sus huestes plantean un problema aún mayor, dado que afecta a la propia viabilidad de la hipotética mayoría que podría sostener las decisiones del gobierno Sánchez. Sin los votos del PDeCAT las cuentas no salen y los cambios en su grupo parlamentario demócrata apuntan la clara determinación de hacer valer esa posición. Reactivar la comisión bilateral puede ser una buena idea para hablar con Quim Torra, pero sirve de poco para entenderse con Puigdemont. El presidente Sánchez necesita amarrar todos los votos de los diputados y senadores nacionalistas catalanes si quiere mantener creíble su capacidad para tejer mayorías que le permitan completar la legislatura. El problema reside en que no está ni mucho menos claro con quién hay que hablar y sobre qué exactamente para estabilizar esos apoyos.

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