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'T2: Trainspotting', hace veinte años que tenemos más de veinte años

T2: Trainspotting

Rubén Lardín

La segunda parte de Trainspotting empieza a toda máquina en lo más bajo de la conducta humana: un gimnasio. Han pasado veinte años desde que vimos aquella película británica que también se abría con los protagonistas echando el bofe, aunque entonces no entregaban la dignidad sobre una cinta de correr sino que huían de la autoridad por las calles de Edimburgo.

T2. Así se hace llamar, con permiso de James Cameron y su Terminator, esta secuela que en las siglas vuelve con ínfulas de icono, una categoría que la pieza original conquistó en su día gracias a una trama voluble y espolvoreada de nihilismo. Ayudaron también una selección musical vibrante, una serie de fugas visuales que revelaron a Danny Boyle como realizador superdotado para la transmisión sensorial y sobre todo el material de base, una novela de Irvine Welsh donde todos los personajes tenían razones para llevar a cabo su desastre particular.

Before and after

Ahora Renton (Ewan McGregor) ha vuelto de Amsterdam, donde ha estado exiliado desde que se dio el piro con la pasta. Spud (Ewen Bremner) se mantiene atrapado en los hábitos de la heroína y Sick Boy (Johny Lee Miller) ejerce de auténtico emprendedor: toma cocaína, mantiene un pub ruinoso que ha heredado de su tía y se dedica a los sobornos. El terremoto Begbie (Robert Carlyle), entretanto, hace planes para fugarse del talego sea como sea.

La idea de una secuela en tiempo real viene de largo, desde que en 2002 Irvine Welsh retomase los personajes en su novela Porno, que ahora sirve de base a esta película de reunión que arranca con una idea de negocio, una casa de putas que regentará un nuevo personaje femenino, un ángel de ayuda interpretado por Anjela Nedyalkova que hará de nodo entre todos los personajes.

Sick Boy prefiere llamar sauna al burdel. El eufemismo es un síntoma, como lo es que los protagonistas ya no entiendan algunas cosas y lleguen a cuestionar pasajes de una banda sonora en la que suenan Blondie, The Clash, Wolf Alice, Underworld, High Contrast, Queen, Young Fathers o Run-D.M.C. “¿Pero qué coño es esto?”, se pregunta Renton mirando un videoclip de The Rubberbandits.

Veinte años después lo que importa es que Iggy Pop sigue vivo, aunque esta vez viene remezclado por The Prodigy. Un pequeño desafío al espectador cuarentón, no más que una variación molecular que ya indica la inocuidad de un producto flechado a nuestra memoria sentimental. Porque nadie de los que vimos Trainspotting en su día, nos gustase más o nos gustase menos, vamos a poder zafarnos ahora de una película que se reanima y se hace experiencia emotiva en el trazado vital de cada espectador.

Tal como éramos

Elige la vida, elige un empleo, elige una carrera, elige una familia, elige un televisor grande que te cagas. El famoso monólogo de 1996 se actualiza en T2 con otro más tibio que propone a los seres-nada elegir Facebook, Twitter, Instagram, colgar fotos de su desayuno y sembrar de odio los comentarios de aquí abajo.

T2: Trainspotting, que ha tenido que esperar hasta que los miembros del reparto original han podido sincronizar sus agendas, está sometida a la edad que retrata y es por tanto una comedia patética. Su tesis es algo deprimente en el conformismo, pero al fin y al cabo va de eso, de incorporarse a la sociedad y subsanar errores. O al menos de rendir cuentas con uno mismo. Los mecanismos nos son familiares: literatura ilustrada con brío, temazos, trama acumulativa y un argumento que se va formando en las digresiones.

La pavorosa asepsia del DCP reemplaza la certeza del celuloide, y aunque a la película le falta potencia para alzarse con autonomía porque funciona supeditada al recuerdo, Trainspotting 2, que es como lo va a llamar todo el mundo, se hace irresistible cuando dialoga con la primera parte, apela a nuestra complicidad y nos recuerda, impertinente, aquello que Sick Boy sostenía hace veinte años: que la vida es envejecer, dejar de molar y sanseacabó.

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