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“¿Por ser alumnos inmigrantes, pobres y estudiar en castellano no merecen nada?”

Arantza Semprún e I. Ramírez, sentadas en un momento de la entrevista

Eduardo Azumendi

I. Ramírez, lleva más de 12 años como docente en el Instituto Federico Baraibar, de Vitoria. Es coordinadora de ESO e imparte Geografía e Historia en primero, segundo y tercero. Imparte en el modelo A (enseñanza íntegramente en castellano). Hast aquí todo normal. La particularidad llega cuando explica que da clase a alumnos inmigrantes en su totalidad. Y es que el Insituto Federico Baraibar en su etapa de Secundaria únicamente escolariza a alumnos inmigrantes. Los autoctónos se han ido paulatinamente hasta convertir el centro en lo que popularmente se conoce como un 'colegio gueto'.

“Lo raro en mi colegio”, apunta con naturalidad, “es tener alumnos autóctonos. Tengo alumnos de nacionalidades diferentes, desde paquistaníes, sudamericanos, argelinos, marroquíes, nepalíes…Todos los meses recibimos algún alumno nuevo que se incorpora al centro sin conocer el idioma”. ¿Y qué se hace en ese caso? “Existe un aula de acogida para ese tipo de alumnos. Tienen un periodo de adaptación y algunos van a las clases de inglés porque a veces conocen ese idioma, pero no controlan nada de castellano. Del aula de acogida se ocupan los profesores de Lengua”.

En los últimos años, en Vitoria se han consolidado varios 'colegios gueto' en la red pública, que, por lo general, solo imparten enseñanza en modelo A. Una plataforma integrada por asociaciones de padres y madres, sindicatos, docentes y directores de centros ha denunciado la situación, que la atribuyen a “la mala planificación” de la Administración.

Arantza Semprún, docente en excedencia por liberación sindical, es profesora de Secundaria en el colegio Samaniego. Imparte en los modelos A, B y D y conoce bien la situación porque su colegio básicamente escolariza a alumnos inmigrantes. “Lo que resulta perjudicial es que esos niños se escolaricen en un colegio que parece estar aislado del resto. Perdemos todos: los autóctonos porque no conviven con extranjeros y estos porque no viven con los locales. Aunque el futuro que nos espera es intercultural, los autóctonos huyen de estos centros y estigmatizan los colegios calificándolo de guetos”.

Ciudadanos de segunda

Según Arantza Semprún, “la Administración, con su mala planificación, crea ciudadanos de segunda”. “Yo”, añade, “estoy muy contenta como profesora en un centro que puede ser un gueto, pero esa no es la realidad de lo que se vive en la calle, donde convivimos todos. Lo que no puede ser es que centros concertados  financiados con dinero público pongan barreras para el acceso de los inmigrantes. Yo elegí esos grupos y volveré a aulas donde solo haya alumnos inmigrantes, pero eso no quita para que la administración esté planificando mal”.

I. Ramírez se siente “a gusto y contenta con los alumnos” que tiene. engo. “Que haya alumnos que he tenido en primero de la ESO que llegaron sin conocer el idioma y hayan llegado hasta Bachillerato e incluso a la Universidad me satisface mucho. He tenido alumnos que han llegado con 12 años sin ningún tipo de escolarización en su país de origen, sin alfabetización. Me siento satisfecha por sus progresos y porque no se han quedado aparcados”.

Cuando a I. Ramírez se le mendiona la palabra gueto se pregunta: “¿Quién hace el gueto: los ciudadanos o la administración?”. “Sé que muchos ciudadanos autóctonos nunca se van a plantear llevar allí a sus hijos. Pero existe mucho desconocimiento. Cuando entro en clase no me planteo que estoy dando clase a 20 alumnos extranjeros, solo veo alumnos que tienen su derecho a la educación. Parece obvio, pero siempre pienso que todos pueden aprender”.

Y pone como ejemplo un alumno paquistaní de segundo curso de ESO. “Llegó con 11 años, no controla el castellano, pero no he visto a ningún alumno más trabajador. Con la dificultad que tiene del idioma, solo ha suspendido una asignatura: Lengua Castellana. Cuando mando un ejercicio y se esfuerza en hacerlo es una gran satisfacción”.

Arantza Semprún reconoce que  existen profesores que tienen muy pocas expectativas en este tipo de alumnos. “Pero esa no es la forma de actuar. Hay que inculcar el amor a aprender. El alumno tiene que notar que el profesor le quiere y tiene expectativas puestas en él. Pero tan relevante como que sea inmigrante es el hecho de que la mayoría de los alumnos son pobres”.

En ese punto, I. Ramírez pregunta si “¿por ser alumnos inmigrantes, pobres y estudiar en castellano no merecen nada?” “Muchos piensan que no estoy cómoda en mi centro, dando clase solo a alumnos inmigrantes…Habrá profesores que piensen que no va acorde con su preparación, pero no es mi caso. Estoy muy contenta, al igual que muchos compañeros. No sabes cuánto te pueden agradecer esos chavales lo poco que puedes hacer por ellos, el que les escuches, les animes, les des cariño…”.

“Con mis alumnos”, prosigue, “no pretendo dar todo el currículum, lo que quiero es que aprendan algo. Me tengo que adaptar a ellos e interactuar. Las cosas se hacen decentemente, pero necesitamos más ayuda. Cuando entro en el aula solo veo personas que se merecen que ponga el 100% de mi esfuerzo e ilusión. No veo una clase llena de alumnos inmigrantes, solo personas que tengo que ayudar a formar e inculcarles respeto. Respeto por religiones diferentes, por una piel diferente. Lo que no admito es la discriminación por ser de otro país, de otro color, de otra religión, de otro sexo….Para mí ese respeto es fundamental”.

Más refuerzos

Por encima de todo, el centro de I. Ramírez requiere de mucha atención por parte de la Administración, programas de apoyo y refuerzo. “El dinero que invierte la Administración en refuerzos es mínimo. Nos concede un docente y medio de refuerzo, pero en una clase con diferentes niveles es preciso al menos dos profesores. De lo contrario no progresan ni los alumnos que van más avanzados ni los que van más retrasados. Y el caso es que cada vez se recortan más recursos en esa área”.

Una complicación añadida es lo que se conoce como la matrícula viva, es decir, los alumnos extranjeros que se incorporan a los centros una vez que ya ha comenzado y avanzado el curso. “Hay centros públicos”, denuncia Semprún, “que no acogen ningún alumno de este tipo. Hay colegios públicos verja con verja con ikastolas públicas y la diferencia de acogimiento de inmigrantes es abismal entre unos y otros centros. Por obligación también se deben reservar plazas en los centros concertados, pero después aparecen las cuotas que deben pagar los padres y se acabó. Ningún colegio financiado con dinero público puede tener la potestad de elegir a sus alumnos”.

I. Ramírez destaca que su centro también recibe alumnos de ese tipo. “Acceden en un primer momento a un colegio concertado y terminan en uno público 'expulsados’ por una cuestión económica”.

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