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La ‘despensa’ de las familias se agota

Los desahucios han puesto a prueba la soldiaridad familiar.

Eduardo Azumendi

La duración e intensidad de la crisis, y, sobre todo, la beligerancia del mercado laboral ha propiciado que en estos momentos la solidaridad familiar sea el único asidero para que muchos ciudadanos no caigan en la exclusión social. Pero la crisis se está prolongando mucho más de lo esperado y ese colchón muestra síntomas de fatiga.

“El papel que las familias juegan se define, especialmente, por la capacidad que en momentos de dificultad pueden tener para prevenir y compensar las situaciones de vulnerabilidad de sus familiares”. Así lo entiende la doctora en Trabajo Social y profesora de la Universidad Pública de Navarra, Lucía Martinez, autora del estudio ‘Crisis en familia’. Según la profesora, tras varios años de crisis económica, el recurso tradicional de la solidaridad familiar como soporte básico para “enfrentar los problemas sociales” comienza a mostrar ciertos síntomas de sobrecarga y agotamiento. “Las personas sin redes de apoyo, las familias con disfuncionalidades o las sobrecargadas son las que menos pueden resistir las dificultades”.

A lo largo de su estudio, Martínez identifica varias formas de resistir a la crisis y la extensión de las necesidades. Y siempre, la conclusión es la misma: “La crisis se enfrenta mejor con familia que sin ella”. Para comprobar la intensidad de la ayuda que presta la familia se puede observar que tres de cada cuatro hogares en España aseguran que tienen apoyo en momentos de necesidad.

El problema principal estriba en ese 25% de hogares que no cuenta con ninguna persona que pueda ayudarlo en momentos de necesidad. “Las razones”, explica la profesora, pueden deberse tanto a la inexistencia de redes y relaciones de ayuda como a que sus familias no tienen capacidad para ayudar“

Las formas de ayuda han sido variadas (económica, emocional…), pero destacan las formas de ayuda recíproca. Es decir, “más de la mitad de los hogares se ayuda mutuamente. No obstante, también es significativo que casi dos de cada diez hogares solo reciban ayuda y no la ofrezcan; que el 21% ni la den ni la reciban o que el 8% sean hogares ‘benefactores’”.

Si las formas de ayuda son diferentes, las formas de resistir a la crisis también. “Hay dos tipos de estrategias fundamentales: las que se desarrollan de manera interna en el hogar y no dependen de otras personas, y aquellas que precisan de apoyos externos”. Entre las internas, destacan los ajustes en la cesta de la compra. Mientras, tres de cada diez hogares dependen de las ayudas económicas de familiares, amistades o instituciones. “Contar con ayuda aumenta de manera significativa las posibilidades de resistir”, destaca Martínez.

Modelos de convivencia

Los gastos necesarios para mantener la vivienda y los desahucios han propiciado diferentes modelos de convivencia en la crisis. La profesora identifica cuatro. El mantenimiento de convivencias no deseadas; la múltiple relación con o sin lazo de parentesco en un mismo domicilio; el retorno a los hogares de origen o el retraso en la emancipación de los jóvenes, y la convivencia con personas pensionistas.

“El mayor potencial de estas formas de conviven­cia”, explica, “ha sido que han conseguido prevenir muchas situaciones de exclusión residencial”. Sin embargo, el mantenimiento de estos modelos durante un periodo de tiempo prolongado pasa factura para estas familias. A partir de la Encuesta sobre Exclusión y Desarrollo Social en España y de recientes estudios, se evidencia un aumento de las situaciones de conflictividad en los hogares afectados por el desempleo, una sobrecarga de las personas pensionistas y el incremento de las situa­ciones de dependencia familiar. Además, también se aprecia el empeoramiento de la salud por un deterioro de la alimentación o por un aumento de las enfermedades mentales, o adicciones, así como un incremento de los procesos de exclusión residencial que han impul­sado “convivencias no deseadas y que, con carácter extremo, han podido incrementar el índice de muer­tes o relaciones violentas en los hogares”.

Es decir, los nuevos modelos de convivencia forzosa tienen un denominador común: implican compartir residencia o convivir con otras personas de manera no deseada. Y en el caso de los jóvenes que tienen que volver al hogar o el retraso forzoso de los procesos de emancipación representan una “pérdida de libertad y un sentimiento de fracaso”. Estos sentimientos tienen costes emocionales o psicológicos tanto en las personas acogidas (aumento de la tristeza, la baja autoestima…) como en la familia.

Estos primeros síntomas de sobrecarga muestran la “pérdida de capacidad de integración de las familias y redes, y a partir de esta, los itinerarios de exclusión que están desarrollando muchas familias en España”. Entre 2007 y 2013 se ha producido una tendencia descendente en relación con la ayuda que tienen los hogares en momentos de necesidad, pero según la autora del estudio, esta ligera caída “no parece deberse a una pérdida del capital social, sino a que los datos constatan que es la sobrecarga de las familias lo que está debilitando y agotando esa solidaridad”.

Hipotecar el futuro

La pérdida de apoyos familiares no solo tiene efectos en el modelo de integración del presente, sino que el riesgo de que la familia presente síntomas de extenuación contribuye a “debilitar la capacidad de protección de esta a futuro”, advierte la profesora de la Universidad Pública de Navarra. Por todo ello, apunta que resulta “necesario diseñar, con carácter urgente, mecanismos de res­puesta que permitan construir itinerarios de reincor­poración social, garantizar la atención específica de hogares con trastornos mentales o adicciones, así como reforzar las prestaciones de rentas mínimas y ayudas de emergencia social”.

El objetivo es evitar las situacio­nes de ausencia absoluta de ingresos para aligerar la carga de estos hogares y prevenir la pérdida progresiva del capital social de los hoga­res. Por otro lado, Lucía Martínez habla de evitar el agotamiento total de estos apoyos y rescatar de forma urgente a los hogares que no tienen ayuda. De lo contrario y si esta tendencia continúa, “se produciría un aumento importante de los hogares sin familia o sin ayuda familiar y, por consiguiente, en un escenario de bajas oportunida­des laborales y límites en las políticas de protección, estaríamos ante una sociedad con altos niveles de desigualdad social y pobreza extrema”.

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