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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Una receta infalible para salir de la crisis

Evolución del desempleo en España. Fuente: INE. Gráfica: Wikipedia

Pablo Echenique-Robba

Lo que os quiero contar hoy es importante: resulta que tengo una receta infalible para salir de la crisis.

Quizás os parezca exagerado que me venga arriba así, con tan poca modestia, sin dejar abierta ninguna puerta a la duda, sin haber ganado nunca el premio Nobel de economía... pero es que lo he visto todo claro. Además, si lo dice Aznar, y lo dice este discípulo suyo que sólo lee el Marca, ¿por qué no lo voy a decir yo?

Me explico. Tanto si yo digo que sé cómo salir de la crisis como si lo dice Rajoy, en ambos casos es mentira. Ninguno de los dos lo sabemos; en esto, estamos en igualdad de condiciones.

No obstante, hay una diferencia entre mi declaración y la suya. En mi caso, dentro de mis limitaciones, mi conocimiento incompleto de macroeconomía y la falta de datos respecto a algunos parámetros relevantes, mi intención es realmente que salgamos de la crisis. Ése es mi objetivo, es lo que busco, es a lo que aspiro cuando imagino posibles soluciones. Cuando digo que “sé cómo salir de la crisis”, lo que realmente quiero decir es:

Conozco una receta que, de ser aplicada, quizás consiga el efecto que todos deseamos; a saber, que cientos de miles de familias en España dejen de sufrir económica y psicológicamente los efectos de la pobreza y la indignidad.

En el caso del presidente, por contra, la locución “sé cómo salir de la crisis” significa algo muy distinto que lo que significa en mis labios. En su caso, una traducción más o menos apropiada sería:

Voy a aprovechar ahora que estáis todos acojonados para aumentar la velocidad por la que transferimos riqueza del sector más pobre de la población al sector más rico; voy a aprovechar para promulgar leyes que faciliten a los millonarios un expolio impune, salvaje y veloz; voy a vender propiedades que son de todos a precio de saldo; y voy a usar vuestros impuestos para dar créditos blandos a una banca ludópata y enferma, en vez de gastármelos en hospitales y en colegios. De este modo, cuando todo esto haya pasado, habremos aumentado vuestro nivel de sometimiento retrotrayéndolo a los años sesenta.

Uno puede pensar que, quizás, no estoy representando bien las intenciones del presidente del Gobierno. Quizás no, es cierto. Quizás Mariano Rajoy y su Gobierno tengan las mismas intenciones que yo. Pero no podemos tener dudas de qué es lo que, de hecho, está haciendo, independientemente de cuáles sean sus intenciones. Bajo su égida, los pobres se han vuelto más pobres; los ricos, más ricos, y muchos ciudadanos de clase media han abandonado este grupo para unirse al primero de ellos. Todos los datos avalan esta imagen. Todos.

Lo que nos venden es que esto es un “ajuste necesario”, que el libre mercado, en su infinita sabiduría, aprieta pero no ahoga. Que está demostradísimo que liberalizar la economía, bajar los impuestos, reducir el peso del sector público, privatizar los servicios básicos, en definitiva, poner toda la economía en manos de unos pocos y dejar que hagan con ella lo que quieran, al final, es bueno para todos. Que los éxitos de Occidente, las pantallas planas para todos, el aumento de la esperanza de vida, los derechos humanos si me apuran, son consecuencia directa de aplicar una agenda liberal en lo económico. Así, pues, tenemos dos opciones: o aguantamos el chaparrón (no todos, claro, algunos se están forrando vendiendo paraguas) o vamos a un sistema comunista y descendemos a la oscuridad, la ciénaga y la barbarie. Como pone en las cremas milagro, demostrado científicamente.

Todo este razonamiento estaría muy bien si no fuese por un pequeño detalle: es mentira.

La “teoría” económica que sustenta toda esta cancamusa fue inventada a mediados del siglo XX, sobre todo, por una serie de influyentes economistas de la Universidad de Chicago, entre los cuales Fiedrich Hayek y Milton Friedman son los más conocidos. De nuevo, es posible que las intenciones de Hayek y Friedman fuesen las mejores del mundo, es posible que sólo deseasen, con un corazón abierto y puro, el bienestar de toda la humanidad. Es muy difícil conocer las intenciones privadas de una persona (a menos que las verbalice con nitidez), eso está claro.

Otra cosa que está clara es que las intenciones y los efectos de las propuestas pueden coincidir o no. Yo puedo tener toda la intención de curarte la gripe, pero, si te doy homeopatía para intentar conseguir este objetivo, poco importa mi intención. Así no te voy a curar.

En este sentido, lo que sí podemos decir es que, independientemente de sus intenciones, las recetas de Hayek y Friedman (que nuestro presidente está aplicando al pie de la letra, excepto cuando hay que salvar banqueros) sólo han servido de excusa para provocar desigualdad, miseria, dictaduras, guerra, hambre y dolor. En este documental, lo explican bastante bien, pero creedme (que para eso me he venido arriba).

Si estudiamos las múltiples ocasiones en las que las recetas liberales se han forzado sobre la población, vemos que sus resultados son bastante previsibles: la economía empeora, la desigualdad aumenta, la pobreza aumenta y la cuota de poder que ostentan los ciudadanos más ricos aumenta también.

De hecho, es por esto último, y sólo por esto último, por lo que unas “teorías” tan erróneas hayan llegado a tener tanto éxito.

Veréis, la economía es una disciplina muy difícil, y sus predicciones son muy debatidas. Es uno de los campos del conocimiento en los que aún hay muchas “escuelas”, es decir, existen grupos de académicos que piensan cosas completamente incompatibles los unos respecto de los otros. Hay teorías muy dispares que se ajustan más o menos a la realidad y que tienen más o menos méritos explicativos y predictivos. Vamos, como un supermercado de teorías. Esta situación es ideal para las personas que quieren aprovecharse de los demás para enriquecerse sin escrúpulos. La estrategia que tienen que seguir (y que han seguido) es muy sencilla:

  1. Estudiar todas las “alternativas” que se enseñan en universidades más o menos prestigiosas.
  2. Elegir, entre todas ellas, la que maximice sus posibilidades de robarle dinero a toda la población.
  3. Apoyar, sobornar, sujetar y promover políticos que implementen dicha alternativa.
  4. Cuando la gente empiece a sufrir, decir que lo que están haciendo, al final, va a funcionar, porque lo dijo Friedman, que ganó un Nobel (aunque también haya ganado el Nobel gente que dijo todo lo contrario).

Y eso, estimados amigos, es lo que estáis viendo todos los días en la tele, en los periódicos y en la calle.

¿Cuál es, entonces, la solución que propongo? –os preguntaréis–.

Pues muy sencillo (de hecho, ya debéis de haberlo deducido después de mi impecable análisis): hacer todo lo contrario de lo que está haciendo el Gobierno del PP. Dado que está clarísimo que la austeridad está destruyendo la economía española (y europea), especialmente si nos comparamos con aquellos países que han optado por quemar los libros de Friedman en la barbacoa del jardín, parece obvio que una cosa que podríamos probar es aumentar el gasto público.

Pero no a lo loco, como hacía ZP, regalando cheques bebé y rehaciendo aceras que acabábamos de hacer. No, así no. Mejor hacerlo pensando un poco.

Yo propongo que sigamos dos reglas sencillas para ello:

  • Gastar sobre todo en sueldos.
  • Gastar en proyectos que persigan la reducción de las desigualdades sociales.

La primera regla tiene multitud de ventajas. En primer lugar, va a la raíz de nuestro problema más acuciante: el paro. Además, es un gasto eficiente, que revierte directamente en el consumo y en la economía al día siguiente. Es un gasto no deslocalizable (no te puedes llevar a las personas a China). Es un gasto incompatible con el fraude fiscal. Es un gasto que aumenta la dignidad de las personas y la estabilidad de las familias.

La segunda regla tiene un componente ético con el que uno puede estar, o no, de acuerdo. Si lo está, entonces su justificación es sencilla: aun en el improbable caso de que Friedman estuviese en lo cierto y estemos destruyendo la economía con nuestras medidas comunistas, por lo menos habremos mejorado la vida de mucha gente durante nuestra caída. Algo que no se puede decir que haya conseguido, por ejemplo, el rescate a Bankia.

Como yo soy cascao y este blog va de la discapacidad y cosicas aledañas, os pongo un ejemplo del rubro, un ejemplo que, de hecho, ya mencioné en una entrevista reciente: la asistencia personal.

Si le ponemos a cada retrón que lo necesite un asistente personal pagado por el Estado mañana mismo, reduciremos el desempleo, aumentaremos el consumo, y daremos dignidad a miles de personas a las que se la han robado. Si Friedman estaba equivocado y sus teorías sólo son la propaganda que conviene a los ricos, como pienso que es el caso, esta medida no sólo es moralmente correcta sino, además, beneficiosa para la economía.

Seguro que se os ocurren muchas más.

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