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Aguirre, el ectoplasma que no cesa

Esperanza Aguirre, en su versión de control del partido.

Maruja Torres

Esperanza Aguirre es como una matrioska rusa, una muñeca que contiene muchas otras en su interior. Sólo que la candidata a alcaldesa de Madrid por el Partido Popular las despliega todas por fuera, y a cuál más horripilante. Espe la Pizpireta sonríe, bizqueando con las pestañas cruzadas como maquillada por Tele5, y suelta chascarrillos; Espe la Letal se carga la medicina pública y a los servicios médicos progresistas; Espe la Milagrosa sobrevive a tumores y atentados, y se muestra en público con sangre en las sandalias como si, licuándose, sus ofídicas venas manaran prodigios; Espe la Amnésica, que reniega de los corruptos a quienes antes cobijó, y se sacude el manto protector como si tal cosa; Espe la Ocurrente que siempre encandila a los periodistas, esos pardillos a quienes no les importa informar a las víctimas de quien les entretiene; Espe la Intrépida, que desafía a la autoridad llevándose por delante a sus representantes del orden; Espe la Chulapona ensofada, versión puesta al día de Tele5 en la calle de la oligarquía política. Oxigenada y en jarras, ya que nuestra dama no es de hierro, es de cuero en la lengua y cuchillas en los sobacos.

Pero todas las Aguirre, con ser nefastas porque representan lo peor de esta España en estado permanente de pandereta, son algodón de azúcar, churros de feria, bocata de calamares en comparación con la última muñeca que no es sino la primera, la original, la que siempre asoma a su mirada cínica. Espe la Depredadora, la Lepenista de cuna alta, Espe la crecida a imagen y semejanza de la ciudad hortera en que ella misma y los suyos han convertido a Madrid desde que compraron los votos tránsfugas, una capital del reino felizmente cautiva de su propia ignorancia. Vivan las caenas, que son Chanel. Abalorios para festejos, farolas con miriñaque, bodas reales, calesas mentales. Barrida de mendigos. ¿Has dicho mendigos? ¿Personas? Personas no, mendigos: extranjeros, pobres. Malos, en definitiva: la prueba viviente de que Dios castiga, y el capitalismo más, a quien no está dotado para los negocios.

Hace muchos años, en un telediario, tuve un atisbo de su maldad social e incluso fraternal. Iba doña Aguirre en el cortejo electoral de su comadre y correligionaria María San Gil, entonces severamente amenazada por ETA y obligada a llevar una vida espantosa. Espe la seguía por las calles de Donostia. Indiferente a todo, mientras la otra levitaba pepinillos porque la aristócrata había ido a apoyarla, la señora Aguirre contemplaba de reojo los finos escaparates con los últimos modelos de la carísima y conservadora moda donostiarra, y sonreía. Sonreía para sí, como si su regocijo fuera más allá de los trajes de chaqueta y los collares de tres vueltas. Como si lo supiera, como si estuviera segura de que su crueldad superaría todos los obstáculos: no podrán con nosotros. Con ella.

Lastima de Madrid, tan preciosa para los turistas, engalanada con sus exquisitos puestos de artículos taurinos, muñecas de trapo vestidas de sevillana, carteles para estampar el propio nombre entre los de diestros legendarios con un huevo menos por cornada. Tal vez la idea mejor sería ponerles la tapa de mendigo a la plancha, en las terrazas de la plaza Mayor y alrededores. Eso sí que resultaría un hallazgo. Oreja de mendigo a la plancha con picadillo de ajo y perejil. Qué momento para relajarse y que llegue la tuna.

Estremece pensar que una mujer ilustrada , gran mujer, ciudadana cabal como Manuela Carmena pueda perder ante semejante ectoplasma.

No lo permitáis.

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