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Pedir perdón a golpe de encuesta

Rosa Paz

Un día son “algunas cosas”, como si fueran un puñado de fruslerías sin importancia, y al otro, sin embargo, son motivo suficiente para “pedir disculpas a los españoles” en sede parlamentaria, eso sí, con la boca pequeña. A la ciudadanía, harta de tantos escándalos de corrupción como están apareciendo en los últimos tiempos, le puede parecer desconcertante esa actitud del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. En el caso, claro, de que a los ciudadanos las actuaciones de Rajoy sobre los casos de corrupción que afectan al PP y a sus dirigentes les produzcan algún sentimiento distinto a la irritación, el asco y el hartazgo.

Porque hasta el momento Rajoy no ha hecho otra cosa que escurrir el bulto, hacerse el longuis e intentar demostrar que él no sabía nada. Nada de la Gürtel, en la que están implicados numerosos dirigentes del PP. Nada de Bárcenas, aunque fuera el tesorero que él mismo nombró y sus anotaciones contables hayan provocado la imputación de los otros dos extesoreros y de un ex secretario general, Ángel Acebes. Nada de las tarjetas 'black' de Caja Madrid, aunque fueran dirigentes del PP, como el exvicepresidente del Gobierno Rodrigo Rato, los que las usaban y repartían entre los consejeros de otros partidos y sindicatos mientras la entidad bancaria se iba al garete. Nada pese a que, mientras esas cosas ocurrían, él era presidente del PP.

Salir a pedir disculpas –aunque al día siguiente se le olvide y ponga el ventilador del 'y tú, más' contra el PSOE o eche mano de la humana comprensión del '¿quién no se equivoca alguna vez?'– no responde a nada más que a los consejos de los asesores, que ven peligrar las expectativas electorales del PP, también del PP, ante el gran cabreo ciudadano. Algo así, aunque él no se sometía al veredicto de las urnas, le ocurrió al rey Juan Carlos tras su caída en Botsuana, que fue consciente de que había perdido el respeto ciudadano, y, por eso, pidió perdón y prometió que no volvería a suceder, aunque no le sirvió para mucho.

Es de suponer que los sociólogos de cabecera del PP tendrán estudiado ese fenómeno, el que se produce cuando el grado de indignación social supera todos los límites conocidos y es muy difícil, casi imposible, conseguir que los ciudadanos vuelvan a confiar en quien les ha defraudado, engañado o robado, o las tres cosas a la vez.

Claro que intentar recuperar el afecto de los votantes tratándoles como si fueran tontos tampoco parece de gran ayuda. Porque resulta que ahora Rajoy parece decidido a empatizar con los ciudadanos –los asesores siempre lo recomiendan– y dice que comparte “la indignación y el hartazgo de tantos españoles” por los casos de corrupción, aunque sigue sin dar una explicación sobre la supuesta financiación ilegal del PP, sobre esa contabilidad B que desveló Bárcenas y que el juez Ruz considera probada, y sin aplicar las expulsiones exprés a Acebes, por poner algunos ejemplos.

Mientras que no entonen el mea culpa, amputen la corrupción interna, expulsen a los implicados, colaboren sin reservas con la justicia, la doten de más medios para investigar, para acelerar la instrucción de los sumarios, pongan más personal en la inspección de Hacienda y en la Policía; mientras no modifiquen su actitud ante el saqueo de los bienes públicos, no habrá quien les crea. Y eso vale también para los dirigentes del PSOE, rápidos y contundentes con los últimos implicados en las tarjetas opacas y en la operación Púnica, pero que sobrevuelan, sin mirar, el caso de los ERE de Andalucía.

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