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Los descontentos con la inteligencia emocional y las reglas del juego económico

Jóvenes trabajando

Economistas Sin Fronteras

Jorge Guardiola —

La inteligencia emocional está de moda. Hay muchos libros que nos invitan a comprender nuestras emociones y las de los demás, y que ponen en relieve los grandes beneficios de ser empático, altruista y cooperativo. Muchos educadores y técnicas de aprendizaje apuestan también por la inteligencia emocional como forma de educar a las nuevas generaciones y resolver los conflictos. Múltiples estudios científicos en psicología demuestran que las personas con inteligencia emocional alta tienen mayor felicidad. 

El tema de la felicidad y de cómo ser feliz está también de actualidad. Hay muchos libros de autoayuda que prometen la felicidad, y también hay numerosas iniciativas políticas que hablan de fomentar la felicidad de la población. Un ejemplo es el informe que el expresidente francés Nicolás Sarkozy encargó a varios economistas prestigiosos, entre ellos dos premios Nóbel de economía, para que buscaran alternativas al producto interior bruto como indicador de desarrollo. Entre los indicadores propuestos por el equipo, el de la felicidad de las personas tiene un protagonismo especial. También la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que aglutina a 35 países ricos, ha considerado la felicidad de los países que la integran como aproximación a su prosperidad. Muchos Institutos Nacionales de Estadística, como el de Alemania, México, Inglaterra, Estados Unidos o Ecuador se han interesado también en la medición de la felicidad. Bután, un pequeño país asiático, desde hace años mide la felicidad interior bruta en lugar del producto interior bruto para aproximar el bienestar de sus ciudadanos y el desarrollo de su país. 

En resumen, existe una tendencia a fomentar otras formas de educar a nuestros hijos e hijas y de aproximar la prosperidad de los pueblos basada en lo intangible, es decir, en las emociones que sentimos y en cómo las gestionamos, así como en las valoraciones que hacemos sobre nuestras vidas. Se acepta por tanto que lo realmente importante en la vida no es lo que producimos en el trabajo, sino cómo gestionamos nuestra vida hacia experiencias saludables y felices. Y la inteligencia emocional parece una herramienta importante.

Sin embargo, existen descontentos sobre la inteligencia emocional, que hay que tomarse muy en serio: Estudios que incluyen datos y técnicas estadísticas evidencian que la inteligencia emocional puede reportar costes individuales en el trabajo, como condicionar la toma de decisiones arriesgadas, dar y recibir feedback negativo, o la toma de decisiones que puedan conducir a que otra persona se sienta mal. Los problemas de la inteligencia emocional se plasman en un completo artículo de la Harvard Business Review, del que hace eco recientemente el artículo del periódico El País con un título que no deja lugar a duda: La inteligencia emocional no es tan “guay” como te la han vendido. En este texto se cuentan algunas anécdotas de gente que acabó despedida o tentada a renunciar a un ascenso debido a su alta inteligencia emocional. La inteligencia emocional, que como hemos visto se relaciona con la felicidad, puede suponer un gran coste, pues a nadie le gusta que por su personalidad o por su carácter le despidan o no le promocionen en el trabajo. Todo el mundo tiene derecho a disfrutar del éxito laboral, y por ello es razonable que la gente quiera utilizar las herramientas necesarias para beneficiarse de ello. Sin embargo, parece que la inteligencia emocional, como herramienta, puede ser un obstáculo en el camino del desarrollo profesional, y hay una contradicción entre la felicidad de avanzar en el trabajo y la obtenida a través de la inteligencia emocional.

Las conclusiones de estos artículos son, desde luego, indiscutibles, pero es necesario añadir una gran salvedad: La inteligencia emocional puede ser indeseable a nivel individual en determinados contextos que operen bajo las normas del juego que imperan en las organizaciones, que son terriblemente perniciosas, pues dificultan la búsqueda de la felicidad y el bien común. Por desgracia, estas situaciones se dan muy comúnmente en el mundo empresarial. Ilustro esto con algunos ejemplos.

La empatía puede ir en contra de una persona que debe de despedir a otra, a sabiendas de que esta otra necesita el trabajo para alimentar a su familia. Si esta persona no la despide, está haciendo su trabajo mal y puede que acabe ella siendo despedida, creando un conflicto entre hacer bien el trabajo y la empatía hacia la otra persona. Este conflicto sale muy bien reflejado en la película La Ley del Mercado. En muchos países empobrecidos la empatía y el afecto juegan muy en contra de las personas que ejercen una posición de liderazgo en un proyecto extractivista, tales como la minería o la agricultura y pesca intensiva. Estas actividades implican en ocasiones desplazamientos humanos, degradación ambiental y del agua, pobreza, miseria y sufrimiento. Historias de este tipo las encontramos en documentales como Apaga y Vámonos y La Pesadilla de Darwin. En este contexto, si un directivo se opone a la actividad de una empresa extractora porque contamina un río, seguramente acabaría perdiendo su trabajo, y nadie quiere perder su trabajo. Este tipo de conflictos ambientales y sociales de la actividad económica no son anecdóticos, como bien documenta al Atlas de Justicia Ambiental.

La cuestión es que las reglas del juego en las empresas grandes suelen ser normalmente maximizar los beneficios, sin tener en cuentas los costes ambientales y sociales. Estas normas del juego entran en conflicto con los valores de las personas con alta empatía, alta inteligencia emocional y, por supuesto, con el bien común y el bienestar social. Por ello, entramos en la contradicción de fomentar una serie de valores en nuestros indicadores sociales y en la educación de las nuevas generaciones, a sabiendas de que, en muchas grandes empresas la gente se ve forzada a ir en contra de estos principios si quiere mantener su puesto de trabajo o prosperar. Los artículos científicos y divulgativos sobre los descontentos de la inteligencia emocional arrojan una en principio triste, pero sin embargo cierta, conclusión: si quieres prosperar en una gran empresa a menudo tienes que hacer daño a los demás.

Esta conclusión no debería tomarse con tristeza, sino más bien con consciencia. Visibilizar esta situación permite ser consciente de ella y poner en marcha mecanismos para cambiarla. La inteligencia emocional, sin duda, funcionaría mejor con otras reglas del juego que permitan que sean rentables la empatía, el altruismo y la cooperación, pues garantizarían el bienestar de la persona que es empática y el bien común de la población, reduciendo los costes derivados del conflicto. La película El Planeta Libre refleja muy bien una sociedad basada en la empatía, el respeto y la satisfacción de necesidades humanas. Sin embargo, esta sociedad se nos antoja utópica, ¿no es así?

Realmente hay muchas personas viviendo en una utopía similar, lo que pasa es que no suelen salir en los telediarios ni en los periódicos de gran tirada. Una considerable parte de la población mundial vive en comunidades basadas en la satisfacción de las necesidades humanas, claro que están bastante lejos de la vorágine del desarrollo capitalista. Sin necesidad de irnos tan lejos, encontramos iniciativas derivadas de la Economía Social y Solidaria, como las de la Red Alternativa de Economía Solidaria y las de Economistas sin Fronteras, o la Economía del Bien Común. El documental Mañana refleja algunas de estas iniciativas. Hay mucha gente trabajando en ello y viviendo de esta forma, que sienten la necesidad de relacionarse empáticamente con sus semejantes y también con el resto de seres sintientes y con el medio ambiente. Saben que ese es el verdadero camino de la felicidad, y quieren evitar instituciones y normativas que les alejen de este camino. Realmente a nadie que esté sano mentalmente le gusta hacer daño a los demás, por lo que las reglas del juego económico deberían evolucionar para dar espacio a la búsqueda de la felicidad y el respeto de las necesidades y el bienestar emocional de los demás. 

Es por ello que, si la inteligencia emocional no es tan “guay” es porque las reglas económicas que las personas hemos diseñado, unas más que otras, no son “guays”. Hay alternativas. Y funcionan. Podemos ser felices, empáticos, cooperativos y considerados si nos lo proponemos. Fomentar una sociedad cuyas normas laborales no entren en conflicto con la inteligencia emocional es un reto para la humanidad, que serviría para resolver muchos de los conflictos que le afectan.

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