“Fuera fascistas de la universidad”, otra vez
Tú no te acuerdas porque eres muy joven, pero pregúntale a tus padres o abuelos qué piensan cuándo ven a la ultraderecha irrumpiendo en los campus universitarios con su habitual violencia. Seguro que se acuerdan de cuando eran jóvenes, universitarios o no, y también tuvieron que gritar “fuera fascistas de la universidad”. Y es que los fascistas llevan muchos años intentando atemorizar a estudiantes y profesores para que la universidad deje de ser un lugar de libertad y pensamiento crítico.
Podemos remontarnos a la posguerra, los primeros años cuarenta: el fascismo victorioso de la Guerra Civil entró a bayoneta en las universidades españolas, dispuesto a extirpar el libre pensamiento y las ideas republicanas. Lo hicieron mediante depuraciones masivas del profesorado encarcelado, asesinado o empujado al exilio, y cuyas vacantes fueron ocupadas por afines al régimen, provocando un atraso intelectual y científico del que España tardó décadas en recuperarse.
Durante los cuarenta y cincuenta la universidad era un bastión franquista que los propios estudiantes ultraderechistas (encuadrados en sindicatos y organizaciones estudiantiles, las únicas permitidas) vigilaban y reprimían. Hacia mediados de los cincuenta, los jóvenes que no vivieron la guerra habían perdido algo del miedo de sus padres, y en las universidades se empezaba a respirar un poco. Pero la ultraderecha no faltaba a la cita: en 1956 un congreso universitario terminó con el asalto violento al edificio de la entonces Universidad de Madrid, en la calle San Bernardo, y eran habituales las agresiones a estudiantes por parte de grupos parapoliciales consentidos por el régimen, que mantenían el orden en las aulas mediante palizas y haciendo labores de vigilancia para la policía franquista.
En el tardofranquismo la protesta universitaria fue a más, y era frecuente que la policía franquista -los famosos “grises”- entrase a caballo en los campus, asistida siempre por jóvenes fascistas que recorrían pasillos y aulas para buscar a los revoltosos. No cesaron en su violencia durante la Transición, que ya sabemos que no tuvo nada de pacífica, y tampoco en las universidades: la hemeroteca de los setenta y todavía principios de los ochenta abunda en asaltos fascistas a facultades, palizas a estudiantes demócratas, y amedrentamiento general con bates, barras de hierro, cadenas y pistolas.
¿Sigo? En los noventa, que son mis años estudiantiles, recuerdo cómo las bandas de skinheads se movían los fines de semana por Moncloa, en las inmediaciones de la Complutense, repartiendo palizas con especial querencia por jóvenes universitarios que veían con pinta de “guarros”. Si te los cruzabas, ya podías correr. También estaban presentes en las facultades en forma de asociaciones “culturales”.
En las últimas décadas la ultraderecha no dejó de odiar a la universidad, pero parecía menos presente. Hasta llegar a este resurgir neofascista, cuyo último episodio es esa “gira” de un pseudoperiodista al que no pienso nombrar. Con megáfono y bandera rojigualda, acompañado de matones ultras, llevan desde principio de curso presentándose en las universidades españolas con intención provocadora, sin pedir autorización o sabiéndola denegada, buscando confrontación y ruido con el mismo objetivo de todos sus predecesores desde hace un siglo: meter miedo, amedrentar a la comunidad universitaria, que estudiantes y profesores se lo piensen bien antes de enseñar, investigar, escribir o movilizarse por todo aquello que el fascismo siempre ha odiado, ayer y hoy.
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