Cuando las elecciones autonómicas eran solo elecciones autonómicas
Tú no te acuerdas porque eres muy joven, pero hubo un tiempo en que las elecciones autonómicas eran solo eso: elecciones autonómicas. Los líderes nacionales participaban en algún mitin, pero el protagonismo era para los candidatos del lugar, y las campañas se centraban en asuntos del territorio, de los que ni nos enterábamos los vecinos de otras comunidades.
De las elecciones extremeñas, por ejemplo, sabíamos solo los extremeños (yo lo fui durante años). La campaña electoral extremeña no merecía un minuto de telediario en cadenas nacionales salvo el día en que pasaba por allí el presidente del gobierno, y la noche electoral solo tenía emoción para los votantes extremeños, a la vez desinteresados de lo que habían votado en Castilla y León, Aragón o Baleares. Como mucho nos fijábamos en el acumulado de votos de todas las comunidades para proclamar un partido ganador a nivel estatal, porque esa era otra peculiaridad de la que solo tenemos memoria los ya veteranos: todas las comunidades, salvo las cuatro históricas, celebraban las elecciones el mismo día, que además coincidían con las municipales. Votábamos todos cada cuatro años, y a otra cosa.
Así fue durante cuatro décadas con muy escasas excepciones (las madrileñas del ‘Tamayazo’), hasta que la política española se revolucionó, saltó por los aires el sistema bipartidista y con él la estabilidad y previsibilidad de que presumíamos. En la última década, hemos visto repetirse dos elecciones generales -algo inédito en cuarenta años-, pero también el adelanto de elecciones autonómicas -lo que solo sucedía en las comunidades históricas-. Se adelantaron en Madrid, Castilla y León, ahora Extremadura, y el año que viene tal vez Aragón, mientras Baleares coquetea con la posibilidad, Castilla y León convoca ya por libre en su propia fecha, y Andalucía tiene las suyas programadas.
Cada elección autonómica celebrada por separado se convierte en unas generales en miniatura, con desembarco de líderes nacionales, atención mediática, debates partidistas que desatienden las prioridades regionales, y noche electoral leída en clave nacional. Dada la secuencia venidera de elecciones autonómicas, asistimos a unas generales por fascículos, unas generales interminables.
Menos mal que la ley no permite adelantar elecciones en los ayuntamientos, pues de lo contrario doy por hecho que ese desmembre y goteo de elecciones bajaría otro escalón y cada domingo tendríamos comicios en algún municipio, que por supuesto serían leídos como otro capítulo de unas elecciones generales non stop.
Que nadie lea nostalgia en mis palabras, no echo de menos aquella estabilidad de antaño que seguramente tenía mucho de espejismo y tapaba conflictos y tensiones bajo la apariencia de democracia plácida y previsible. Pero es inevitable sentir fatiga ante otro domingo electoral, y otro, y otro.
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