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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

¿Biogás no? Cuando las necesarias protestas diluyen la cuestión animal

Vista aérea de una planta de biogás adosada a una explotación de vacuno diseñada por Genia Global Energy
22 de noviembre de 2025 06:03 h

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Desde hace un tiempo observo cómo distintas voces, desde los movimientos vecinales y ecologistas, se posicionan en contra de proyectos relacionados con la obtención de una energía alternativa a los combustibles fósiles: el biogás. Estos proyectos están proliferando desde hace unos años por todo el territorio nacional y generando un debate social. Antes de profundizar en la problemática, veo necesario explicar en qué consiste este proceso, por qué es importante en el contexto actual y, sobre todo, cómo se relaciona con el planeta que habitamos.

La biometanización es un proceso de obtención de energía a partir de residuos mayoritariamente orgánicos. Se trata de una práctica extendida a nivel mundial y en Europa su uso representa aproximadamente un 4 %, contribuyendo a reducir ligeramente la dependencia fósil. Desde el punto de vista biológico y ecológico, es importante recordar que el origen del biogás se remonta a hace más de 2.400 millones de años. En aquel momento, en la Tierra no había oxígeno y dominaban las formas de vida anaerobias. En estas condiciones, los residuos y la materia orgánica son consumidos por microorganismos y convertidos en formas más simples: minerales y gases entre los que se encuentran metano, dióxido de carbono, nitrógeno, vapor de agua y trazas como hidrógeno o sulfhídrico. En este proceso, denominado digestión anaerobia o biometanización, el metano es el gas clave desde el punto de vista energético: cuanto mayor sea su proporción en el biogás, más energía queda acumulada en él. Con esto, quiero recordar que la biometanización es un proceso natural al cual debemos gran parte de las dinámicas y ciclos de energía y materia del planeta. Otro tema es, como veremos, de qué forma los avances tecnológicos y la ingeniería están usando de manera controlada este proceso para convertir residuos en energía.

Una ventaja indiscutible del biogás es que puede obtenerse de manera igualitaria en cualquier punto del planeta, a diferencia de los combustibles fósiles, que se localizan en reservas muy concretas y desencadenan numerosos problemas de convivencia, derivados de los intereses extractivistas de las potencias mundiales y algunos sectores económicos. Además, el biogás puede otorgar independencia energética a comunidades descentralizadas o entornos rurales. Por último, contribuye a reducir las emisiones de efecto invernadero y mejorar con ello la salud del planeta, algo necesario para frenar el aumento incesante de la temperatura media global, que se sitúa por encima de los 1,5 º C y pone en riesgo la biodiversidad y existencia de la vida en la Tierra tal y como la conocemos hoy en día.

Alcanzar la neutralidad climática y frenar el incremento de las temperaturas requiere, por tanto, el uso extendido de todas las energías verdes (no se incluye como energía verde la energía nuclear, pese al último posicionamiento de los países de la Unión Europea que siguen permitiendo que se realice esta práctica, pese a sus graves riesgos), renovables y libres de emisiones disponibles, incluyendo el biogás. Su uso debería ir acompañado del establecimiento de límites al crecimiento y el abandono del capitalismo hegemónico. No obstante, y con todo esto en mente, considero que el debate generado en torno a los proyectos de biometanización debe mirar más allá de la cuestión del crecimiento y la propuesta del decrecimiento. Es momento de volver a la cuestión inicial y preguntarnos, ¿de qué forma puede contribuir negativamente el biogás a la salud del planeta y por qué se está diluyendo la cuestión animal en las protestas? Entre los principales motivos de protesta que suelen esgrimirse están los olores que pueden aparecer en diferentes momentos del proceso, que pueden afectar al entorno donde se ubiquen las futuras plantas de biometanización.

A nivel químico, durante la biometanización se producen compuestos volátiles como el sulfhídrico (que produce el famoso olor a huevo podrido), una mezcla de amoniaco, metanotiol y ácidos como el acético, propiónico e isovalérico (que nos recuerda a un par de pies tras haber caminado decenas de kilómetros en verano con poca ventilación) o el butírico (que suele recordar al olor a vómito). No obstante, estos compuestos son degradados rápidamente por los microorganismos y convertidos en la mezcla de gases (biogás) y minerales, por lo que se trata de un proceso que, per se, reduce de manera controlada dichos olores.

Sin embargo, es posible detectar olores cercanos a las plantas de biometanización, debidos principalmente al transporte de residuos hasta la zona de tratamiento. Frente a esto, es importante señalar que no todos los residuos generan el mismo olor. Por ejemplo, los restos de poda y otras fracciones vegetales no producen olores tan desagradables como aquellos que proceden de explotaciones animales. Bajo mi punto de vista, es aquí donde está la reflexión necesaria sobre las plantas de biometanización, el lado que no se está contemplando. ¿El problema es el biogás o que se produzca con residuos animales? ¿El mal olor producido es un hecho ajeno a nuestro control? ¿La sobreproducción de residuos en determinadas zonas repletas de explotaciones ganaderas excede nuestra responsabilidad como sociedad?

En el caso de las protestas contra muchas de las plantas de biometanización se señala a las macrogranjas (donde se originan muchos de los residuos a tratar en las plantas de biogás), pero se diluye el problema de fondo: la explotación animal. Es decir, se alza la voz contra la procedencia de unos residuos, mayoritariamente de origen animal, sin cuestionar suficientemente la demanda que favorece la superproducción de esos residuos. Si miramos el ranking mundial de producción de carne procedente de animales como el cerdo, España es el tercer exportador (solamente por detrás de China y Estados Unidos). Detrás de estas cifras hay millones de seres torturados y destinados al abastecimiento humano. Por poner un ejemplo, solamente en España en el año 2023 se acabó con la vida de 53,1 millones de cerdas y cerdos (“El sector de la carne de cerdo en cifras”. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 2023). Recordemos que, junto a su sufrimiento, se liberan toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera y se han llegado a generar solo en España, y solo en relación con los y las cerdas, hasta 140.000 toneladas de residuos por año. Se pone de manifiesto que nuestras elecciones de consumo y aquello que ubicamos dentro de “nuestra normalidad como especie” o “normalidad cultural” nos rebota como un boomerang. No es sostenible un Estado en el que millones de animales son explotados, no lo es desde un punto de vista ético, pero tampoco ambiental.

El reto es inmenso, es difícil alzar la voz cuando hablamos de alimentación, pero lo es mucho más cuando esos fragmentos de cuerpos y sus excrementos quedan reducidos a la categoría de “residuo agropecuario”. Resulta contradictorio observar que, en los movimientos de protesta contra las plantas de biometanización, hay una falta de autocrítica hacia la complicidad con la generación de residuos agrícolas y ganaderos a través del consumo, un hecho que pasa desapercibido en los mensajes y lemas, así como en los escasos medios de comunicación que se hacen eco de estas movilizaciones.

La cuestión animal sigue siendo un motivo de debate y no lo que debería ser: una cuestión ética básica, sin la cual no se deberían poder construir otras propuestas que busquen transformar nuestra relación con el planeta. Para las personas que promovemos una convivencia con todas las formas de vida, la protección del medio ambiente y el fin de la explotación animal, este punto es indiscutible.

¿Estamos mirando, por tanto, a ambos lados con la suficiente profundidad cuando replanteamos nuestra posición sobre la cuestión energética? ¿Es posible alcanzar un equilibrio con el planeta que habitamos sin incluir las vidas no humanas? ¿Podemos disociarnos de nuestros hábitos de consumo y normalidades culturales al posicionarnos desde un punto de vista ambiental? ¿Es más importante nuestra incomodidad con un mal olor que el maltrato de millones de animales a la hora de debatir sobre ciertos procesos de producción de energía?

Los residuos procedentes de macrogranjas y otros espacios donde se mata animales para cubrir “necesidades” humanas seguirán existiendo mientras no llevemos a cabo una lucha inclusiva hacia todas las formas de vida, humanas y no humanas. Las soluciones tecnológicas seguirán llegando para dar respuesta a los problemas que el estilo de vida basado en el consumo de productos de origen animal sigue provocando.

Es posible que la lucha vecinal contra los proyectos de biometanización que proliferan por toda España consiga sustituir el emplazamiento de las plantas de biogás o incluso anularlas. Pero estos proyectos se trasladarán o replicarán en otros territorios con las mismas problemáticas y contradicciones, quizás con menos visibilidad o con otras prioridades fruto de la desventaja social y el abandono rural. Solamente reflexionando sobre las causas previas a las problemáticas ambientales actuales, derivadas de nuestra actividad como humanos, podemos llegar a proponer un cambio efectivo. Necesitamos tener presentes a todos los seres sintientes, para poder dar una respuesta efectiva desde el punto de vista ecológico y ético, también en la cuestión energética.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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