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El ladrillo de Vitruvio

Antonio Orejudo

“La Filosofía hace magnánimo al arquitecto, y que no sea arrogante, antes flexible, leal y justo, sin avaricia, que es lo principal; pues no puede haber obra bien hecha sin fidelidad y entereza. No será codicioso, ni amigo de recibir regalos; antes procure mantener su reputación con gravedad y buena fama”.

Vitruvio, De Architectura.

Marco Vitruvio fue un arquitecto romano que vivió en el siglo I a.C., durante los reinados de Julio César y de Augusto.

Hoy lo conocemos no tanto por su obra arquitectónica cuanto por su obra literaria, por su tratado De Architectura, un ladrillo muy difícil de leer en su lengua original, pero muy interesante si alguien te lo da traducido.

De Architectura, formado por diez secciones o libros que a su vez se dividen en capítulos, revisa con un carácter eminentemente práctico todas las tareas relacionadas con el urbanismo y la arquitectura, desde el diseño de ciudades hasta la construcción de las armas más apropiadas para su defensa, pasando lógicamente por la construcción de viviendas, templos, teatros o baños públicos.

Vitruvio no se limita a dar principios generales ni se pierde en disquisiciones teóricas. Las hay, tiene que haberlas, pero cuando está con ellas se le nota la impaciencia por bajar a pie de obra y desde allí discutir sobre lo que realmente le interesa: los cimientos de las columnas, los zaguanes, los atrios, salones, pavimentos o la distribución de las estancias según el carácter del propietario.

A veces inicia un libro hablando de un asunto puramente arquitectónico como la orientación de los edificios y termina reflexionando sobre disciplinas que aparentemente nada tienen que ver con la arquitectura, como la astronomía o la construcción de relojes.

En un mismo libro puede teorizar sobre el carácter de la arquitectura, reflexionar sobre la formación de los arquitectos y ocuparse a continuación de la elaboración de los ladrillos, de la resistencia de la madera o de la calidad de la arena para hacer el mortero.

Un ejemplo de este seductor desorden compositivo: en el primer capítulo del Libro III, dedicado a la composición y a la simetría de los templos, Vitruvio inserta con la excusa de definir qué es la proporción una serie de medidas presentes en el cuerpo humano, que fueron utilizadas por Leonardo da Vinci para dibujar su célebre Hombre de Vitruvio.

Debió de ser este carácter, que a nuestros ojos resulta tan poco sistemático, debió de ser esta manera de fundir la teoría con la práctica, las reflexiones filosóficas con la resolución de unos problemas que estaban más cercanos a la albañilería que a la filosofía, lo que sedujo a los primeros humanistas italianos.

Este tratado de Vitruvio, recuperado y editado en el siglo XV, ejerció extraordinaria influencia en los arquitectos del Renacimiento y sobre todo en el libro que fundó la arquitectura moderna, De re aedificatoria, de Leon Battista Alberti.

Estos humanistas vieron en el tratado de Vitruvio la demostración de que el saber es un sistema complejo en el que la arquitectura se conecta con el Dibujo, con la Geometría y con la Aritmética, pero también con la Óptica, con la Historia, con la Filosofía, con la Medicina, con el Derecho y hasta con la Astronomía.

Para Vitruvio, el arquitecto no solo debía ser diestro en el Dibujo, hábil en la Geometría, inteligente en la Óptica e instruido en la Aritmética. También debía tener preparación literaria y estar versado en Historia, en Filosofía, en Medicina y en Derecho, porque todas estas disciplinas tenían, según él, recíproca conexión y mutua conveniencia.

El saber era para Vitruvio una disciplina encíclica, un cuerpo formado por varias partes, una idea que los humanistas intentaron recuperar enfrentándose a la Escolástica, el rígido método científico que por esas fechas hacía furor en los ambientes académicos y en las universidades.

La idea, la utopía humanista, era que restituyendo la lengua latina florecerían de manera natural todas las artes y disciplinas que se habían marchitado con el desmoronamiento del Imperio romano y la consiguiente corrupción del latín. Porque la Gramática, pensaba, era el centro del saber.

Y leyendo a Vitruvio uno diría que es así. Cuando el arquitecto romano habla de las partes de la Arquitectura, su reflexión parece tomada de la Retórica.

O dicho de otro modo: las partes de que consta la Arquitectura —Disposición, Euritmia, Simetría, Decoro y Distribución— bien podrían aplicarse al estudio de la literatura.

El otro aspecto que debió de seducir a los primeros humanistas italianos que se acercaron a la obra de Vitruvio fue su carácter eminentemente práctico, su alejamiento de la abstracción conceptual.

No debemos imaginar a los humanistas italianos como un grupo elitista de ricos notarios complacidos en la adquisición de saberes minoritarios.

Es cierto que los Petrarca, Valla o Leon Battista Alberti gozaban de una posición económica saneada que les permitía dedicar largos periodos de tiempo a la búsqueda y edición de manuscritos.

Pero no es menos cierto que tras una primera etapa de complacencia narcisista, aquellos eruditos amateur se esforzaron para que la recuperación de la cultura clásica que llevaban a cabo no fuera un fin en sí misma, sino que resultara útil para la vida.

Esto fue lo que intentó Petrarca en su madurez, tras haberse empapado de cultura clásica durante su juventud. El clasicismo puro se convirtió, como dice Francisco Rico con una acertada expresión, en clasicismo aplicado.

Por eso aquellos hombres debieron de sentir tan cercano un libro que concebía el urbanismo y la arquitectura no como una exhibición artística sino como un arte aplicado, como una manera de someter la naturaleza y de hacer más agradable la vida de los hombres.

He leído la Arquitectura de Vitruvio en la traducción que hizo Joseph Ortiz y Sanz en 1787 y que ha sido publicada en edición facsímil por la editorial Alta Fulla de Barcelona.

Para comprender los afanes de Petrarca y compañía y el significado del humanismo en el Renacimiento, recomiendo un libro de Francisco Rico titulado El sueño del humanismo.

TAREA: Constatar con un algún ejemplo que las Humanidades están hoy en la Universidad española más cerca de la rígida Escolástica medieval que de los studia humanitatis del Renacimiento.

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