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El monstruo eres tú

Begoña Huertas

Hay tantos tipos de miedo como tipos de amor, o tipos de felicidad o tipos de tristeza. El lenguaje siempre se queda corto. Decimos 'azul' pero, ¿cuántos colores diferentes podrían incluirse en esa palabra? Llamamos miedo al pánico que paraliza y también al temor ante un posible revés, dos emociones diferentes por completo.

De entre todos los tipos de miedo, para mí uno de los peores es el miedo del niño al mundo adulto. Por eso prefiero hablar del miedo a los marcianos.

El miedo a los aliens. A los extraterrestres. A los seres de otro mundo. En la película Pánico en el transiberiano, el cuerpo de una criatura de naturaleza desconocida encontrado en Manchuria es trasladado a Londres a bordo del ferrocarril. Por supuesto las muertes comienzan a sucederse en el tren. Y sí, la criatura es un ser infernal de otro planeta. Los seres que nos asustan pueden ser extraterrestres, pero también zombis: desde La noche de los muertos vivientes a la serie The Walking Dead, la novela La carretera de Cormac McCarthy, o la película cubana Juan sin miedo.

Monstruos, fantasmas, vampiros, en definitiva se trata del miedo a lo ajeno, el miedo al otro, al diferente. Por cierto que en un mundo de hombres “las otras” han sido a menudo “ellas”: amas de llaves, niñas poseídas por el demonio, sádicas niñeras, amantes despechadas que enloquecen, mujeres gigantes…

El miedo a lo desconocido, curiosamente, siempre suele plasmarse en una forma antropomórfica. ¿Por qué construimos el horror a nuestra imagen y semejanza? Una mano que sale tras la pared, una cara deformada, unos ojos desencajados… Nunca es una masa geométrica, o una luz sin forma, o un ruido, un viento. Les damos a los “monstruos” rasgos humanos porque son una proyección de nuestra fantasía.

Se puede ver aquí, en este fantástico desfile de miedos al ritmo del DJ neoyorkino Úrsula 1000.

Pero sucede que “el otro” también puede estar dentro de uno mismo. De hecho abundan las ficciones en este sentido. Hablamos ya de un miedo más retorcido, sí, menos de palomitas y de risas. Desde Jeckyll y Hyde, de Stevenson, a “El otro” de Borges, relato donde un hombre se encuentra con el muchacho que fue. Esa persona “desconocida” que está en nosotros, ha estado o estará, puede ser muy inquietante. (Si bien en el cuento mencionado la sobriedad de Borges solo le permite tener un miedo muy relativo: “El miedo elemental de lo imposible y sin embargo cierto lo amilanaba”, dice. No parece que el personaje esté aterrorizado, es un miedo elegante y medido, al estilo borgiano).

Si sumo los dos miedos a los que he hecho referencia, resulta esta ecuación: niños + el otro = El gran cuaderno de Agota Kristof. En esta novela terrible -publicada junto a las otras dos que completan la trilogía bajo el título de Claus y Lucas-, dos hermanos gemelos se enfrentan a un mundo terrorífico de guerra, pobreza e ignorancia. Un mundo brutal al que responden adoptando la misma brutalidad que reciben.

“Nosotros la llamamos abuela.

La gente la llama la Bruja.

Ella nos llama 'hijos de perra'.

(…)

Otras personas también nos dan bofetadas y patadas, no sabemos muy bien por qué.

(…)

Al cabo de un cierto tiempo, efectivamente, ya no sentimos nada. Es otro quien siente dolor, otro el que se quema, el que se corta, el que sufre.

Nosotros ya no lloramos“.

El relato es de una crueldad tal que da pavor. Salgamos de ahí con un giro en dirección contraria: resulta que el corto de animación Maggie Simpson en Un largo día de guardería ha sido nominado a los Óscar. Da la casualidad de que en él se aúnan esos dos ingredientes de los que hablaba: infancia (con el bebé Maggie) y el otro como amenaza (el niño bruto en la guardería). El corto está bien, puede decirse que es entrañable, sentimental, sí, pero resulta absolutamente simple, manido, insuficiente. Y a mí me parece que es porque deja fuera precisamente… lo esencial. Hay muerte (de bichos), hay monstruo (el niño cejijunto), hay escenario tenebroso (el rincón de los que no destacan en nada). Sin embargo se muestra naif, feliz, fácil, superficial, happy-flower. No entiendo qué puede aportar. No entiendo en qué sentido ha sido realizado. Falta lo fundamental: el miedo.

El miedo al otro refleja, en fin, el miedo a la parte desconocida de uno mismo. Los monstruos que más aterran son los que producimos nosotros, los que salen de nuestra imaginación, los que construye nuestra mente. Ya lo dijo Goya, “El sueño de la razón…” Sí. El enemigo lo llevamos dentro. Tú puedes ser tu propio monstruo. En Pánico en el Transiberiano, la criatura que transportan es un ser extraterrestre capaz de adoptar la forma de cualquier humano. En un diálogo memorable, el inspector se dirige a los dos científicos (interpretados por Christopher Lee y Peter Cushing), y les pregunta:

“-¿Y cómo sé que ustedes no son el monstruo?

-¿Nosotros? Imposible. Somos ingleses“.

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