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Ahorrar e invertir al servicio del Planeta
Según el último dato del INE, el porcentaje de ahorro en España aumentó 2 puntos porcentuales en el segundo trimestre del año respecto al trimestre anterior, pasando del 6,7% al 8,7% de la renta disponible. Se trata de un dato preocupante para nuestro actual modelo económico, ya que es la demanda interna la que está permitiendo a nuestro país mantener tasas de crecimiento superiores a la media europea. El sector exterior, con las tensiones comerciales desencadenadas por EE UU y Reino Unido, no está para darnos muchas alegrías, así que el mejor desempeño de la economía española descansaba (y descansa) sobre un fuerte consumo interno sustentado sobre el aumento del empleo y la demanda embalsada durante los años de crisis.
Podría tratarse de un dato coyuntural, pero todo parece apuntar a un cambio de tendencia. Los titulares de los periódicos coinciden en achacar la caída del consumo al miedo ante la desaceleración económica, de la que cada vez hay signos más evidentes. Las familias estarían dotando un prudente colchón financiero ante una posible caída en los ingresos o el empleo.
Pero, más allá del titular, la noticia sobre la evolución de nuestra tasa de ahorro nos coloca ante una realidad que más tarde o más temprano tendremos que afrontar. Con datos del primer trimestre de 2019, la tasa en países como Alemania, Suecia, Holanda y Austria triplica la española (el dato, por ejemplo, de Alemania, es del 18%. Desde hace ya años, con la desquiciada política monetaria del BCE, los ahorradores europeos no sacan ninguna rentabilidad del dinero guardado en el banco, pero ello no les lanza a comprar desaforadamente. Desengañémonos: cada vez somos más ricos y cada vez, más viejos. Lo normal es que las tasas de ahorro aumenten y esta es una de las razones de que las diferentes rondas de quantitative easing del BCE no estén consiguiendo que la demanda europea y la tasa de inflación remonten hasta niveles aceptables para el BCE.
Recetas antiguas
Cada vez vamos a ahorrar más y a consumir menos y tenemos que ver la manera de afrontarlo mejor que Japón, que, con su deuda pública en el 230% del PIB y sus tipos de interés bajísimos desde la década de 1990, se ha convertido en el referente de la impotencia macroeconómica, del empecinamiento en aplicar recetas antiguas para problemas nuevos.
Por otra parte, bendita tasa de ahorro al alza. No podemos consumir al ritmo y de la forma en que lo estamos haciendo. La vida como la conocemos está en riesgo justamente por el consumo, no por el ahorro. La demanda idiota de las sociedades desarrolladas está ahogando el mundo en contaminación y crisis climática y exacerbando la desigualdad. Merece de verdad la pena que dejemos el dinero quieto un rato y diseñemos con inteligencia una estrategia para poner el ahorro a trabajar al servicio de la sostenibilidad, o mejor dicho, de la sensatez. Por pura inercia demográfica, estamos abocados al envejecimiento. Conduzcámonos entonces con mayor sabiduría.
Llevamos, por ejemplo, un tiempo oyendo hablar del Green New Deal como panacea del llamado desarrollo sostenible. Se trata de reencauzar la economía hacia sectores productivos y tecnologías con menor impacto ecológico. Cambiar centrales de carbón por aerogeneradores, por poner un ejemplo. Y se trata, además, de un cambio que no puede esperar. Debemos transitar a una economía radicalmente sostenible, descarbonizada, en tiempo récord, dadas las urgencias que nos impone la crisis climática. El esfuerzo inversor es, además, según nos cuentan, de magnitudes colosales, solo comparable al propio de tiempos de guerra.
Resulta, por tanto, tentador introducir pequeños cambios legales en el funcionamiento de los mercados de capitales y dejar que sean ellos los que encaucen todo el dinero necesario a las formas limpias de producción; que las fuerzas del capitalismo financiero, una vez corregido el rumbo, hagan posible ese acuerdo verde en el que nuevos empleos en nuevos sectores resuelvan todos los problemas a la vez.
Lo que sucede es que buena parte del patrimonio de los fondos de inversión y de pensiones, hedge funds, family offices y demás instituciones del mundo financiero están enterrados en el modelo económico fósil y en las industrias de la vieja economía. Los gestores de los grandes bancos de inversión no van, por tanto, a dar ningún golpe de timón a sus estrategias de inversión. Instalarán, eso sí, millones de paneles solares y apoyarán a cuantas startups de tecnologías limpias se pongan a tiro. Pero siempre con el freno de mano echado, pues su prioridad es, y será, la de resguardar el valor de los activos de la antigua economía que abarrotan sus balances. Las reservas probadas de petróleo, gas y carbón tendrían que valer cero lo antes posible; las fábricas de coches de combustión, la industria aeronáutica y tantas otras deberían perder la mayor parte de su valor en una década y eso no lo van a permitir. La transición sí, pero sin que sus inversiones actuales se deprecien un solo euro.
Necesitamos, por tanto, mucho ahorro, porque tenemos toda una nueva infraestructura energética (y productiva en general) que poner en pie. Pero no podemos contar para gestionarlo con el apoyo de las manos fuertes del capitalismo financiero actual. Más bien al contrario, solo podemos esperar de ellas una estrategia compleja de lobby agresivo combinado con campañas hiperdopadas de manipulación, confusión y greenwashing con la que retrasar lo más posible la transición.
Cuatro pilares
Ante ese escenario, tenemos que dotarnos rápidamente de una estrategia ciudadana propia de ahorro e inversión, como única alternativa viable al colapso climático y social. Esa estrategia podría construirse sobre los siguientes cuatro pilares:
- Menos consumo, más ahorro. Aunque parezca que economías como la española se van a ir por el desagüe de la recesión si no mantenemos elevada la tensión consumista, lo cierto es que son muchos los países en los que coinciden tasas de ahorro altas y tasas de desempleo bajas.
- Más inversión real, menos inversión financiera. El primer destino de los ahorros crecientes tiene que ser el que nos permita actuar en nuestro entorno directo. Invertir en eficiencia energética y renovables en nuestros hogares es una forma rentable y responsable de utilizar nuestro dinero. El mejor negocio a nuestro alcance consiste en colocar unos cuantos paneles solares encima de nuestra casa: la inversión se recupera en 10 años y nos va a proporcionar electricidad limpia durante 30.
- Más inversión financiera directa, menos intermediada. Hablamos de frugalidad (menos consumo, más ahorro), pero aún mejor si la frugalidad es fértil. El ahorro tiene que dejar de ir al banco y aún menos al gestor de fondos de inversión. Hablamos de apostar, al menos con parte de nuestros ahorros, por lo que podríamos denominar activismo inversor, que consiste en apoyar a empresas transformadoras y éticas con capital social, préstamos participativos y otras fórmulas de inversión directa, como estrategia para permitir su rápido crecimiento. Esta estrategia, además, hay que combinarla, en la medida de lo posible, con el consumo de sus productos, apoyándolas así desde todos los ángulos.
- Más consumo de servicios de bancos éticos y cooperativos y menos de bancos tradicionales. Seguimos necesitando al banco en nuestra vida diaria, y los bancos con un compromiso serio con el planeta y las necesidades sociales son aún pequeños y no pueden competir en servicios con las entidades ya consolidadas. Se trataría en este caso de tener cuenta en ambos, pero ir aumentando paulatinamente el número de productos bancarios del lado de las entidades éticas. El préstamo, la tarjeta, la domiciliación, con objeto de lograr lo antes posible que los servicios de las entidades no depredadoras alcancen la dimensión y profesionalidad que nos permitan cerrar la cuenta del banco tradicional.
La transición energética que necesitamos para mitigar la crisis climática está íntimamente ligada a la transición económica y financiera. El uso del dinero, a través del consumo y de los ahorros, es un instrumento de transformación que pocas veces se pone sobre la mesa. Es hora de utilizar nuestro dinero de manera consciente y ponerlo al servicio del planeta.
[Este artículo ha sido publicado en el número 74 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]
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