ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
Tochaco sobre el 1 de Mayo y por qué la clase trabajadora andaluza nunca tuvo una oportunidad
Viene tarde, porque se habla ya poco del trabajo. Decía mi amiga Isa ayer, día 2, que qué preferíamos. Que no existiera el trabajo ni las sustancias estupefacientes que le gusten a cada uno, o quedarnos como estamos. Trabajando pero también cogiéndonos nuestros “moraíllos”. Cortita y al pie. Nos evadimos para no suicidarnos en el contexto actual de alineación y explotación. No existe la “droga” sin el trabajo.
Trabajo viene de travalium, un instrumento de tortura con tres palos. No nació como derecho ni como virtud, ni nada cercano al “labore” que aunque implica dificultad o esfuerzo, tenía una dimensión digna, cívica y productiva. Era el trabajo vinculado al deber, al compromiso con la ciudad, al esfuerzo honrado que construye mundo. Pero en nuestra lengua quedó lo otro, lo forzado, lo impuesto, lo alineado. Así, incluso antes de ser explotados, ya estábamos nombrados como sufrientes.
En largo y al hueco. Voy a contar un relato verídico, de los de Paco Gandía. Voy a intentar un corte transversal de lo que nos interesa, para intentar discernir dónde nos encontramos entre tanto like de clase media. A ver cómo me sale.
Ejem… Desde los albores de la infame conquista castellana, los y las trabajadoras andaluzas han sido condenados a ese travalium en la periferia del poder y en la servidumbre económica. Cuando el Reino de Castilla tomó posesión del sur peninsular entre los siglos XIII y XV, lo hizo no solo con la cruz y la espada, sino también con el arado y el acta de reparto. La llamada repartición de tierras durante la conquista —que en Andalucía tuvo episodios notables como la toma de Sevilla (1248), Córdoba (1236) o Granada (1492)— instauró un sistema latifundista que despojó a la población morisca y campesina de cualquier posibilidad de acceso a la propiedad. Ni tierra ni libertad.
En lugar de repartir la tierra entre quienes la trabajaban, los Reyes (quién si no) otorgaron estas grandes extensiones a nobles, órdenes militares y leales de la corona. Esto marcó la estructura agraria andaluza durante siglos: grandes fincas en manos de pocos, trabajadas por muchos. La mayoría solo podía subsistir como jornaleros, trabajadores agrícolas sin tierra, sin derechos ni estabilidad. Unos pocos, más afortunados, lograron insertarse en los gremios urbanos: carpinteros, herreros, curtidores, tejedores. ¿En qué otro sitio de España hay nativos de 400 años sin 8 apellidos y viviendo de alquiler?
Gremios: trabajo, arte y comunidad
Los gremios no eran solo estructuras laborales, eran comunidades de aprendizaje, arte y vida. Estos oficios aglutinaban el saber artesanal acumulado a lo largo de generaciones de manera que a su alrededor existía cierto grado de empoderamiento. Todos tenemos en nuestras ciudades calles con sus nombres. ¿Dónde queda la calle “camareros”? Había un sentido de pertenencia, una dignidad e incluso arte asociadas al trabajo manual. El aprendiz vivía con su maestro, el oficial se ganaba el respeto con años de práctica, y el maestro era tanto un artesano como un hombre culto. El trabajo aún no era alienado. Veía el resultado de su esfuerzo, lo controlaba y lo compartía con su comunidad.
Pero esta visión empezó a resquebrajarse en el siglo XVIII, cuando Charles Batteux (cómo odio a este nota), un filósofo francés, publicó Les Beaux-Arts réduits à un même principe (1746) (gracias sinceras a Antonio Molina por este regalo que tanto me gusta usar 😊). Allí estableció una jerarquía entre las bellas artes (como la pintura, la escultura o la música) y las artes mecánicas, que incluían el trabajo manual. Esta clasificación “aristocrática” además de decidir qué clase podía definir qué era arte y qué no, defenestró el Ars de saber hacer con las manos y con la mente; para dejarlo en art, domesticado por la élite, para separar al artista del artesano y al genio del obrero. Y si esto fue así en Inglaterra, imaginaros en esta nuestra colonia de tierra firme. Esto significó el inicio de la revolución industrial destruyendo el labore y poniéndonos en el travalium estabulizados como gallinas ponedoras en fábricas, separando el espíritu de la materia.
Tierra para pocos, hambre para muchos
Mientras tanto, el sistema latifundista andaluz se afianzaba con la complicidad del absolutismo borbónico. Los Borbones, desde Felipe V hasta Isabel II, reforzaron los privilegios de la aristocracia terrateniente mediante leyes y clientelismo. Los caciques, figuras locales con poder político y económico, gobernaban las tierras con mano dura. No solo decidían quién trabajaba, sino por quién se votaba o qué se comía.
Cuando la Revolución Industrial llegó a España en el siglo XIX, el sur no fue beneficiado. Mientras en Cataluña, el País Vasco y algunas zonas de Madrid se industrializaban, por una propiedad diferente de la tierra y una clase burguesa medio decente, en Andalucía el modelo agrícola feudal se mantenía en base a seguir siendo ese patio de juego de cuatro “pelandruscos” madrileños que se hacían llamar señoritos andaluces. Los únicos que se enriquecieron fueron estos rentistas castellanos y los nuevos burgueses del norte. El trabajador andaluz siguió siendo el mismo: jornaleros malpagados, analfabetismo y caciquismo.
Un siglo XX de Franquismo y migración: la mano de obra apelotonada
El franquismo no hizo sino profundizar la herida. Durante los años 50 y 60, cientos de miles de andaluces migraron a Cataluña, Euskadi o Alemania. Eran desplazamientos forzados por la miseria, organizados por el Estado para descongestionar el campo y abastecer de mano de obra barata a las fábricas del norte o al incipiente turismo. Este turismo fue impulsado en los años 60 como un movimiento estratégico para desindicalizar el trabajo: más camareros y menos obreros organizados tirando tornillos al poder. ¡Que vengan las suecas!
Los migrantes se hacinaban en barrios sin servicios, sin derechos laborales claros, sin sindicatos. ¿Le suena esto a alguien? El régimen controlaba todo a través del sindicato vertical, la Guardia Civil y el aparato ideológico nacionalcatólico. Y cuando Franco murió en 1975, el aparato del Estado no permitió una ruptura real. Llámelo PSOE, llámelo la misma CIA de Argentina, Brasil, El Salvador o Nicaragua, hicieron el trámite junto con la amenaza del Ejército y gestionaron una “transición” pactada para mantener la pax franquista, dejar a los hijos de los jueces allí otros 50 años y evitar cualquier tipo de toma de medios de pro… digo redistribución económica. Soy pesadísimo, pero me gusta mucho un documental de Pere Portabella que se llama Informe General, donde Felipe González admite a cámara, “No, no, esto no podemos llamarlo modernización del Franquismo. Tendrá que ser algo así como transición democrática”.
De trabajadores a “recursos humanos”
Ya con la validación internacional que supuso para el blanqueamiento del régimen y la traición a la clase trabajadora, la expo 92 o las Olimpiadas vino la democracia bipartidista y el neoliberalismo, se cambió el lenguaje y el paradigma: ya no se hablaba de relaciones laborales, sino de gestión de recursos humanos. Ya no había relación sindical, ya había gestión de recursos empresariales. El trabajador pasó a ser un número, una pieza reemplazable en un engranaje globalizado. Ya no hacían falta graduados sociales. Y hoy, en pleno siglo XXI, el panorama se ha agravado. Ya no somos jornaleros de campo, sino precarios urbanos sin casa ni seguridad que luchan por los últimos reductos de tierra. No es igual ir a la huelga con una casa en propiedad que alquilando una habitación. Y ya lo peor es que ni trabajar sirve para ganarse la vida.
Pagamos estos alquileres imposibles para hacinarnos en pisos compartidos con 30 o 40 años. Hacinados como nuestros estudios en CVs que nadie lee. ¡¡¡Sufrimos las facturas de la luz de poner el aire en casa para TRABAJAR!!! en casas mal acondicionadas. En esos rincones somos prosumidores. En nuestro tiempo libre creamos contenido para que otros compren cosas y siga funcionando la rueda de deseos insatisfechos que nos hace seguir corriendo en la rueda. Corremos encima con el peso fiscal del país y ya como te tengas que hacer autónomo para encubrir un trabajo por cuenta ajena... con tu dinero se hacen más carreteras que con lo paga Amancio. El frente de batalla se ha retrasado tanto, que ya no peleamos con el patrón, sino con el casero. Diosito, que se siga llevando el 70% de mi sueldo y no quiera el piso para su hija la que le manda estrellas en su perfil de Airbnb desde Munich. La opresión se ha normalizado hasta el punto que ya no nos escandaliza y nos da vergüenza definirnos como trabajadores, que eso es de comunistas. De verdad, si alguien de los que aquí lee, puede no definirse a sí mismo como mano de obra que nos cuente su experiencia en comentarios.
¿Y la tecnología? ¿Otra vez campeón de Europa?
Y aunque sea Andalucía, la globalización, también llamada “Americamiento” del mundo, sigue avanzando a través de una tecnología que avanza en la dirección opuesta a la nuestra. El capital es capaz de invertir miles de millones en robots para mover una caja, pero no en pagar un salario digno o garantizar seguridad laboral para mover la misma caja. Quizás no sea solo sobre el salario, sino mandar un mensaje a los trabajadores. Y no te quejes, que ya va a estar aquí Robot Emilio quitándote el trabajo. No me haces falta. No pidas que va a ser peor.
En ese frenesí post-capitalista el capital, que como diga el empresario mi amigo Juanjo viene a mi casa a ponerme una bomba, ya no quiere redistribuir: quiere precarizar. No empodera al migrante, como podría esperarse. Inmigratiza al local. Lo va sacando de los centros económicos, políticos y sociales hacía donde vive el más pobre de todos. Donde antes una familia vivía con un solo sueldo, hoy ni dos alcanzan. ¿Cómo se explica tanta regresión con tanta tecnología?
No lo digo yo. Lo han dicho Durkheim, Weber, Bourdieu, Boudon y Olin Wright, entre otros muchos que no me sé. Una sociedad moderna no lo es por sus drones, sus AIs, ni sus anuncios que reacciones al movimiento de tus pupilas, sino por su capacidad de garantizar la movilidad social, especialmente la movilidad entre clases.
La respuesta es clara: el capital no provee soluciones. Solo busca ganar. Ganar más. Que tú te creas que ganar más es mejor. Y en ese camino, todo puede ser desechable: tu casa, tu salud, tu dignidad. Bueno, tú.
Colorín colorado
Me gustaría contaros que así fue como la clase trabajadora andaluza, cansados de tanta espera, dejaron de pedir permiso. No exigieron, tomaron Mercadonas. No ocuparon solo tierras, sino también el derecho a nombrarse. Ya no se llamaron “recursos humanos” ni “talento”. Se llamaron trabajadores. Reunieron sus cuerpos y sus mentes en un sitio que valía la pena vivir. Se llamaron pueblo. Y aunque el cuento no acaba aquí, esa fue la primera vez, en muchos siglos, que empezaron a contarlo ellos.
Desgraciadamente, el final va a ser que así fue como la clase trabajadora andaluza, herederos de jornaleros sin tierra, de obreros sin fábrica, de inquilinos sin casa, llegaron al siglo XXI sin haber salido nunca del siglo XV. Cambiaron el arado por el teclado, el burro por el patinete, el jornal por el “freelance”, pero la tierra seguía sin ser suya, ni la libertad, ni el tiempo, ni el descanso. Vivían y trabajaban donde podían, no para vivir, sino para no ser expulsados del alquiler, de la deuda o del país.
Ayer decía Isa, que se niega a rendir su amor por la Cruzcampo, “pues yo prefiero trabajar si es el precio que tengo que pagar por seguir bebiendo cerveza”. Pero nosotros le dijimos, “no nacimos para intercambiar bienestar por Excel”. Todos somos Fernando Fernán Gomez, “capacitados para no hacer nada”. Como todos los animales, estamos hechos para tumbarnos y mirar al infinito y que nuestra vida valga la pena sin tener que medirla en lo que gane otro. A quién no le va a gustar una huelga general.
Sobre este blog
ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
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