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Candidata grosería, candidata economía

Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la comunidad de Madrid este 2 de mayo, entre la ministra de Defensa, Margarita Robles, y el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo.

María Iglesias

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La semana acaba con el dato histórico de los 20,6 millones de españolas y españoles empleados y una cantidad de parados por debajo de los 2,8 millones por primera vez desde la crisis financiera de 2008, hace 15 años. Euforia cero, porque 2.788.370 personas paradas sigue siendo un dato horrible. Es el mayor paro de la UE. Además, trabajar ya no garantiza llegar a fin de mes, poder pagar el alquiler o la hipoteca. Pero se está en tan buena senda, gracias a la reforma laboral de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que hasta el presidente de la patronal, Antonio Garamendi, acaba de reconocer que los datos de empleo “no están mal”.

Lo dijo con la boca pequeña, el hombre. No hay que tenérselo en cuenta. Ha pasado mucho por osar pactar con CCOO, UGT y la ministra Díaz la subida del SMI, la reforma laboral o los ERTE y, además atreverse a decir que si los indultos a los independentistas catalanes condenados servían para normalizar la situación, “bienvenidos” fueran. ¡Cómo no le presionarían, derecha y ultraderecha, que rompió a llorar en una Junta general!

En fin, pena poca, que el sofocón irá incluido en los 400.000 euros anuales que él cobra mientras ha estado un año boicoteando la subida de salarios que con urgencia necesitaba la gente ante el alza de precios de los supermercados hasta que al fin ayer se anunció el acuerdo con los sindicatos.

Los temas que afectan a la vida de la gente (trabajo, sueldo, alquiler, impuestos, sanidad, educación, justicia, sequía…) han quedado orillados por la grosería de Ayuso. Pero hacemos bien en alarmarnos con su estrategia trumpista de abusón antidemocrático.

El trabajo, el sueldo, el coste de comida y techo, las medidas sobre alquileres y viviendas sociales, los impuestos que se suben, poco aún, a bancos, eléctricas y petroleras con beneficios extraordinarios, la necesidad de costear sanidad y educación públicas, la justicia y de evitar la desecación de Doñana…  A esto estábamos atentos y debemos estar porque salvando las distancias con Colombia, como acaba de decir en su visita a Madrid su presidente, Gustavo Petro: “El cambio es más difícil de lo que pensábamos”. Siempre lo es. Pero, de pronto, todo quedó eclipsado por la grosería de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, impidiendo subir a la tribuna del 2 de mayo al ministro Félix Bolaños.

La súbita atención no ha sido desmedida. Es lógico y sano el estupor frente a la grosería de que una jefa de protocolo, por más que cumpla órdenes de su jefa, cierre el paso, recurriendo incluso a la interposición física, al legítimo representante de la ciudadanía que es un ministro. Porque eso es lo que hizo Alejandra Blázquez al cruzar su brazo en la escalera como barrera infranqueable.

Es un hecho grave, preocupante, que debe ponernos en alerta. Porque no se trata de un error, un mal día, sino de una pensada estrategia, la que ya aplicaron Trump, Bolsonaro, Orban, Salvini, la táctica del líder duro, sin complejo ni pelos en la lengua, malote. La del bullying justo el 2 de mayo, Día Internacional contra el Acoso Escolar.

Porque, ¿qué es un brazo cruzado cerrando el paso más que la imposición de una fuerza física frente a las normas democráticas, en este caso el Real Decreto 2099/1983?

Los gurús ultraderechistas y sus figuras políticas (Steve Bannon y Trump en EEUU como Miguel Ángel Rodríguez y Ayuso en Madrid) permean la sociedad de crispación y faltas de respeto, azuzan la irritación y se presentan como salvadores atrevidos, fieros. Unos empiezan bloqueando el paso a un ministro por la fuerza y otros ya han impulsado el asalto al Capitolio en Washington y a la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia. Esa política de la testosterona, aplicada por mujeres y hombres (Ayuso y Meloni, Trump y Putin), la del fortachón que no se achanta ante reglas ni modales es la que se ha querido proyectar el 2 de mayo como un acto de precampaña electoral y de aviso a navegantes.

Avisados quedamos, porque los malotes, en el cole y en la política, tienen importante tirón de popularidad. En gran medida porque intimidan, se les teme. Dan la impresión de estar dispuestos a todo para salirse con la suya y nadie quiere sufrir consecuencias por hacerles frente.

La imagen, el lenguaje no verbal es a menudo elocuente. A la diestra de Ayuso, esa ministra de Defensa al mando de todo un Ejército de España, pero muda y quieta, sin respaldar a su colega ministro de Presidencia. Achantada. Y al otro lado, Feijóo sabiendo que ningún principio ni respeto frenará a quien ya acabó con Casado en su ruta a la Moncloa, su meta soñada.  

Pronto la ciudadanía podremos expresar qué tipo de liderazgo queremos. Liderazgos que impregnan al conjunto social y marcan también las reglas de funcionamiento en los organismos públicos, empresas, comunidades vecinales, escuelas... ¿Queremos el ordeno y mando, impido el paso y arraso? ¿O preferimos las formas educadas y civilizadas?

Y, ojo, que irrespetuoso se puede ser con el deje provocador de Ayuso o con el tono melifluo del veterano alcalde malagueño, también del PP, Francisco de la Torre, quien esta misma semana en el Hora25 de Aimar Bretos insistía en que para Málaga no quiere un turismo cualquiera, sino uno selecto, “de 5 estrellas”. Queda claro: la masa que curre mucho, cobre poco y no disfrute de vacaciones ni viajes.

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