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Clasificaciones: del pedo a la democracia

Leones custodiando la entrada al Congreso de los Diputados.

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Y viceversa. El ser humano clasifica y clasifica, nada se le escapa. Jorge Luis Borges escribía su perplejidad ante la irracionalidad de una clasificación china y teorizaba con su maestría sobre las curiosidades y conjeturas humanas y la arbitrariedad.

El cura y deán de la catedral de Alicante, Manuel Martí i Zaragoza, escribió, publicada en Sevilla en 1737, una oración en defensa del pedo, Pro Crepitu Ventris. No hay una memoria sonora en disco anexo, como ahora la tecnología permite; algo que nos priva de ilustraciones prácticas del gran filósofo de las cosas del vientre. En su defensa y halago de tan humana expresión, don Manuel clasificó el pedo en seis clases. Del uno al seis: brutal, disminuido, almibarado, albardado, musical y tímido. En su clasificación mostró su preferencia por el primero. Lo definió como un escopetazo, con violencia. Al último, lo despachó como un vulgar follón, sin ton ni son.

La plenitud, el pedo pleno, la reservaba para el brutal, donde la expresión airada del vientre alcanza toda su virtud. Los cinco restantes eran también pedos pero la majestad la concedía don Manuel, en exclusiva, al primero.

El pedo ha sufrido múltiples vicisitudes desde que alumbró la humanidad e incluso ha sido objeto de acalorados debates en el ámbito de la judicatura, sobre todo en los tiempos más sombríos, cuando los jueces a sus múltiples ocupaciones añadían la vigilante alerta ante la insurrección de vientres contra el General. Los magistrados discutían sobre si tan natural expresión popular era o no compatible con la jibarizada libertad de expresión de aquellos tiempos. De su oportunidad, inoportunidad o su intencionalidad política corrieron ríos de tinta doctrinal y sesudos reproches legales; más si iban con dedicatoria y pertenecían a la especie reina de pedo brutal. En los cuerpos policiales había auténticos expertos, celosos guardianes de la insurrección de vientre, con un oído tan refinado como entrenado en comisaría.

En materia de democracia también hay sus clasificaciones. The Economist publica anualmente una clasificación de democracias. No son seis sino cuatro. Va desde la democracia plena –la brutal, diría yo– a la imperfecta, los regímenes híbridos y los regímenes autoritarios. Naturalmente que todos se consideran a sí mismos como democracias, las autoritarias incluso como democracias orgánicas, de tan añorado recuerdo en España; pero democracia democracia, la brutal.

Volviendo al pedo, traduciendo a Martí no desde el latín, en mi tierra baja de Andalucía llamamos al pedo brutal rajao, pirotécnico, ese que hasta te duele. Con la democracia plena pasa lo mismo: es tan brutal para los antidemócratas y fascistas, hábilmente disfrazados de lo que toque, que duele.

Joe Biden llamó democracia frágil a la suya, es decir, traducido del inglés, "fácilmente dañada y amenazada". Frágil, según la clasificación de The Economist, vale tanto como imperfecta. Nadie lo ha acusado de antiamericano

Para abundar la clasificación, diré que Estados Unidos ha salido de los veinte primeros lugares en democracia plena, en donde España está alrededor del vigésimo puesto casi siempre. Por eso, quizá, tanto en su discurso de inauguración como en unas declaraciones tras el fallido segundo impeachment a Trump, Joe Biden llamó democracia frágil a la suya, es decir, traducido del inglés, “fácilmente dañada y amenazada”. Frágil, según la clasificación de The Economist, vale tanto como imperfecta.

Naturalmente que a Joe Biden nadie lo ha acusado de antiamericano, excepto el trumpismo, autodefinido defensor exclusivo de la democracia, algo así como constitucionalistas de ultramar. Las democracias de verdad, siempre, sin complejos propios de demócratas menores, son perfectibles.

Por añadir otras reflexiones sobre la plenitud –democrática, no del pedo– recomiendo tres artículos de El País de otros tiempos. En el primero, Enrique Gil Calvo se refería a la democracia defectiva, y en otro, Juan Fernando López Aguilar, a lo mismo pero añadiendo una idea que me parece sólida: fatiga constitucional. Por su parte, con ocasión de las elecciones ganadas por el primer Trump, Lluís Bassets se hacía eco del debate estadounidense sobre su sistema de colegio electoral –también del racismo– y de las acusaciones de antidemocracia en el país de la democracia. Todo es perfectible.

De todas maneras, las clasificaciones de The Economist han sido puestas en duda por falta de transparencia; la del preclaro padre Martí sigue siendo irrefutable.

En la reflexión de Borges sobre la manía clasificatoria del hombre y sus excentricidades intervino Michel Foucault, esta vez para mostrar su inquietud y señalar la nerviosera que producen las otras maneras de pensar, en definitiva, para situarse contra la intolerancia y el chauvinismo o catetismo patriótico. Es decir, ahora me voy con Francisco de Quevedo para decir que todos tenemos ojo del culo pero pensamos que el que huele mal es el del otro de al lado.

En las clasificaciones humanas, por muy disparatadas que sean, del pedo o de la democracia, late un espíritu perfectible. El pedo pleno existe –doy fe, compadre–, no es inalcanzable; la democracia plena, también –ando buscándola–. Es humano, por tanto, aspirar a la plenitud y no quedarse en tímidos y silentes follones sin ton ni son.

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