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Hay partido, ¡vamos!
La sucesión de dos citas electorales tan seguidas, las municipales y autonómicas del 28M y estas generales del 23J, nos tiene empachados. Normal, cualquiera se indigesta con la cadena de precampaña, campaña y vuelta a empezar. Además, las encuestas no han parado de vendernos, casi como publicidad, el inexorable gobierno del PP+Vox tras sus pactos en 140 ayuntamientos y cuatro autonomías (Castilla y León, Valencia, Baleares y Extremadura) donde ya están recortando juntos los derechos de mujeres, personas LGTBIQ+, inmigrantes y de las y los creadores y el público de obras artísticas.
Pero por más que lo hayan repetido los trackings demoscópicos, por más que lo crean Feijóo -que hace mucho se ve presidente- y sus asesores -que deben haberle prometido que mintiendo y evitando debates llegará directo a la Moncloa-, mañana cada una y cada uno de los ciudadanos de este país mayores de edad en plenitud de facultades decide con su voto qué mayoría sale.
Y quienes somos progresistas podríamos estar hoy ante una coyuntura infinitamente peor que la actual. Podríamos -y era lo que los desencuentros internos apuntaban, lo que sabios analistas vaticinaban- estar ante un lioso montón de papeletas de izquierda cada cual con su sigla y todas condenadas por la ley electoral a quedar en nada. No es el caso. Con el mayor de los esfuerzos, superando diferencias profundas y dolorosas, haciendo de tripas corazón, como ha sido evidente, lo cierto es que bajo el paraguas de Sumar y con el liderazgo de Yolanda Díaz se ha conseguido la valiosa unión de gentes de la sociedad civil y de quince partidos, Podemos incluido.
Este logro da, a día de hoy, la posibilidad de sorpasar a Vox y ser tercera fuerza, algo insólito en el contexto europeo de auge de partidos neofascistas.
Yo, ¿qué queréis que os diga?, me siento esperanzada y agradecida ante la opción de que una formación ecologista se presente y con posibilidades de superar a los conspiranoicos antivacunas y negacionistas del desastre climático que integran Vox.
Ojo que ese negacionismo dañino para la naturaleza y para la viabilidad, ya desde el mismísimo corto plazo, de la agricultura, la pesca, los ecosistemas y nuestra propia subsistencia humana, ya lo está practicando el PP incluso donde gobierna sin necesitar a Vox, como sufrimos aquí, en Andalucía, donde el supuestamente moderado Juanma Moreno está exprimiendo a tope Doñana.
Pero también es verdad que de cara a las elecciones de mañana y ante la legislatura de cuatro años tras ellas hay un PSOE cuya dirigencia actual es la mejorcita con la que podíamos contar. La que no gusta a Felipe González ni a Alfonso Guerra que querían aupar a su discípula Susana Díaz, prototipo del socialismo más capitalista. Ese que en las primarias entre Bono y Zapatero en el 2000 iba con el primero y perdió. Y en las previas del 98 entre Almunia y Borrell iba asimismo con el primero y perdió también. Me refiero al rancio aparato que al fin, en 2014, movió cielo y tierra para alzar a Rubalcaba frente a la valiosa y malograda Carme Chacón y ahí sí ganó. Para derrota colectiva, incluso del PSOE que vagó años por el desierto de la oposición.
El PSOE que irá en las papeletas de mañana –pese a deshonrosas excepciones como Margarita Robles de 4 por Madrid y, sobre todo, como el azote de los inmigrantes Fernando Grande-Marlaska cabeza de lista por Cádiz, provincia donde en 1989, en una playa de Tarifa, apareció el primer ahogado de una patera- ha sido la contraparte mayor del primer gobierno de coalición progresista de la democracia.
Sin él no habría habido reforma laboral, ni subida del salario mínimo, ni revalorización de pensiones, ni impuestos a las energéticas, los bancos y las grandes fortunas, ni ley de vivienda, ni ley trans, ni de eutanasia… Ha sido necesario, aunque todos sabemos (incluso sus miembros) que no suficiente, pues sin Unidas-Podemos (hoy Sumar), el aliado menor y más osado, impulsor de muchas de estas medidas, las mismas no existirían.
Junto a estas dos opciones, Sumar y PSOE, hay además en el amplio territorio alternativas nacionalistas progresistas, como ERC y EH Bildu (sí, ellos que durante años deseamos que hicieran lo que hoy hacen, debatir y decidir democráticamente. ¡Bienvenidos y gracias, izquierda abertzale!) pero también de derecha democrática como el PNV que, como se vio en el debate a siete de RTVE, completan y mejoran el panorama político del país.
Con todo esto, quienes no hemos votado por Correo en el plazo acabado el pasado viernes 21, tenemos ante nosotros la perspectiva de ir este 23 al colegio electoral y frente a la vía hacia el retroceso y la confrontación autonómica que el tándem PP-Vox representa encontrar papeletas con las que proteger nuestro entorno, nuestra agua y comida, nuestro trabajo, sueldo, educación, salud, transporte, cultura y derechos.
No son desde luego perfectos, como ninguno lo somos. Votarlos no implica en ningún caso avalar cuanto han hecho, ni dejar de exigirles, ni de criticarlos en todo lo necesario, ni de presionarlos desde el día siguiente para que un nuevo gobierno suyo sea más eficaz, más justo y más progresista para, entre otras cosas, lograr que la juventud no sea víctima tan fácil de la propaganda fascista.
Pero están ahí. Y gracias a que lo están hay una oportunidad.
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