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La normalidad
“Los lunes suele haber un repunte en todas las urgencias de España, es un fenómeno descrito, y eso entra dentro de la normalidad”. Esa fue una de las respuestas oficiales desde el hospital andaluz Virgen de Valme tras preguntar por una mujer de 96 años , que permaneció cuatro horas en la sala de espera con signos de deshidratación, y tras haber recibido la extremaunción en su residencia. El proceso y los plazos del protocolo son “los normales”. En esta ocasión, respuesta vino desde el Hospital Virgen del Rocío tras dar cuenta del caso de una persona con lesión medular que había recibido un traslado a un centro especializado, pero no había tenido noticia cuatro meses después. Lo normal. Dos respuestas oficiales de normalidad en una semana.
Cuando se realiza una crítica a un acto médico concreto, casi siempre se ponen sobre la mesa como respuesta los miles de actos médicos que se llevan a cabo en un solo día en una región como Andalucía. “Es lógico que se comentan errores”. De acuerdo. También se pone sobre la mesa que, a veces, se abusa del servicio de urgencias con “dolencias pamplina” que se podrían solucionar en un centro de salud de atención primaria. De acuerdo. Pero muchos hemos estado sentados en una sala de espera, con preocupación, y perdiendo un poco la fe en el sistema por cada hora que pasaba.
La parte no describe el todo, es cierto. Pero la parte sí cuenta una historia que hay que solucionar, una acción incorrecta que tiene ciudadanos y ciudadanas como protagonistas. Como en estos dos casos. Y asumir en la versión oficial que está “dentro de la normalidad” implica una falta de ambición política y social alarmante.
Me contaban, hace ya algunos años, que un consejero andaluz del ramo se reunió con su equipo directivo para conocer el estado de situación del sistema sanitario. Y fue escuchando las explicaciones que cada componente de su equipo le dada de las distintas áreas de actividad, hasta que en un determinado momento se echó las manos en la cabeza cuando un directivo le indicó que el tiempo de espera para una determinada intervención quirúrgica rondaba los 3 años y que eso “era lo normal”. “Eso podrá ser lo que se viene tardando estadísticamente, pero normal, desde luego no es”, fue la respuesta con la que acogió ese diagnóstico de “normalidad”.
Porque una cosa es que el sistema tenga problemas por distintos motivos, pero calificar determinadas cosas de “normalidad” conlleva un grave riesgo. El riesgo de conformarse, de no querer mejorar, de asumir que la realidad no se puede cambiar. Es un mensaje que dice: “Esto es lo que hay, y hay que tragar”.
La normalidad no puede ser respuesta a los problemas, no puede ser la excusa. No sirve para contestar a esta mujer nonagenaria, no sirve para dar cuenta al que lleva esperando un traslado cinco años. No sirve para la política sanitaria y la política en general. Implica un mensaje negro al futuro. Y una entrega a la inercia.
Una administración no debe negar la realidad pero tampoco conformarse con la normalidad. El cuentista Gianni Rodari explicaba que la fantasía es otra puerta por la que acceder a la vida. Quizás deberían pasar por ella más a menudo desde el enfermero que te atiende nada más entrar en urgencias, pasando por los médicos, los celadores, hasta los gestores y, por supuesto, los responsables políticos del sistema. Porque si no son capaces todos de fantasear e imaginar una sociedad mejor, que lo que no funciona y lo que no nos gusta puede cambiar y puede arreglarse, lo único que les va a quedar (a ellos y a nosotros) es la normalidad y su propio deterioro. Y la percepción derrotista de que episodios que no son normales se califiquen como tales.