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Películas de Navidad
Aquí va una opinión impopular. Adoro las películas de navidad. Incluso esas a las que el tiempo no ha tratado bien y que se han quedado con tufo machistilla y rancio, me da igual. Me dan algo así como esperanza, o quizá no sea esa la palabra, esperen. Refugio. Sí, eso es, refugio. Porque a veces necesito pensar que todo va a ir bien, meterme en un rincón calentito y blando de amistad, reencuentros y buenas intenciones en el que sabes que el final no te sorprenderá porque acabará inevitablemente bien.
Y está bien así, justo así, porque las sorpresas y la incertidumbre pesan más a final de año, porque te encuentras pensando: por favor, por favor, solo quiero algo seguro, una tabla sólida que me sostenga un rato, dos horas, las que sean, y que ya después, si quiere, se desvanezca.
Me gusta estar ahí aunque sepa que es una mentira, que volveré a sentirme sola y triste y desubicada, que volveré a maldecir las injusticias del mundo con la rabia que me quema el pecho, que volveré a sentirme afuera, ese afuera que te atenaza cuando observas la ligereza de los otros y no entiendes por qué. Y te recuerda a esa herida de clase que a veces se te olvida pero que regresa y supura con cada golpe de la vida y del trabajo y entonces, el dolor del cuerpo y la asfixia.
Por eso quiero ver de nuevo, aunque solo sea una vez al año, el gran beso de Hugh Grant y Martine McCutcheon (Nathalie) en la función escolar de la parte chunga de Wandsworth, aunque sea horrible que sus creadores quisieran hacernos creer que estaba gorda y colaboraran así al odio hacia nuestros cuerpos con el que crecimos las jóvenes de los noventa y los dos mil.
Quiero ver a Harry besando a Sally en Nochevieja y enumerarle todos los pequeños detalles y manías que la hacen única. Quiero volver a llorar cuando Meg Ryan dice “te odio, te odio, te odio” y en realidad se le está desbordando el amor. Quedarme tranquila cuando la peli nos cuenta que años después siguen juntos y felices aunque sepamos que en realidad no, que no iba a funcionar, tal y como Nora Ephron escribió en el guion y cómo después lo cambió porque Rob Reiner se había enamorado.
Dejo mi pensamiento crítico a un lado y me rindo, porque necesito ese trozo de azúcar, la certeza de que todo estará bien, la ficticia magia de las luces horteras de Navidad, como quien pide una tregua.
Quiero ir a la casita de ensueño de Kate Winslet en The Holiday, ver la nieve de Surrey, ir a un videoclub con Joe Black y que me parezca más atractivo que Jude Law. Sentir vergüenza ajena con el final y el tren del amor, pero quién no quiere un poco de vergüenza ajena en estas fechas. Yo sí.
Me recuerda al viejo póster de Mulder en Expediente X: I want to believe. Quiero creer en historias donde a la gente le pasan cosas. Donde se enamora, se desenamora, tiene amigos, discute, se cruza con algún cretino, se equivoca, se levanta y se acompaña. Donde la vida ocurre y no se observa a través de la pantalla de un móvil donde el mundo se ha vuelto pequeño y el pulgar desliza compulsivamente y los ojos se cansan.
Dejo mi pensamiento crítico a un lado y me rindo, porque necesito ese trozo de azúcar, la certeza de que todo estará bien, la ficticia magia de las luces horteras de Navidad, como quien pide una tregua.
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