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Por qué no estoy en Podemos (ni en IU)

Málaga Ahora retira sus carteles de campaña de los muros de la ciudad

Santi Fernández Patón

Mi militancia en un partido político se reduce a tres o cuatro meses cuando yo contaba 21 años. Era 1996, y Aznar había ganado las elecciones, así que mi pareja de entonces y yo pensamos que “había que hacer algo”. Y nos afiliamos a IU. Asistí a unas cuantas asambleas de mi distrito y otra general. En todas ellas se dedicó buena parte del tiempo a decidir a quién había que expulsar de la organización. Algo muy parecido, por cierto, me sucedió en mi igualmente breve paso por la CNT.

Llevo 20 años participando activamente en política, pero, a excepción de esos escasos meses, nunca he formado parte de ningún partido. El sitio en el que siempre he estado cómodo ha sido el de los movimientos sociales, y del que más aprendí fue sin duda del zapatista, además de mi experiencia, que se prolonga desde 2007, en La Casa Invisible de Málaga. En los últimos años, tras el 15M, mi hogar ha sido el Movimiento por la Democracia, una federación en la que hace un tiempo comenzamos a darle vueltas a la idea de crear un movimiento municipalista. Guanyem fue el impulso definitivo que nos hizo caminar por esa senda.

Evidentemente, a lo largo de estas décadas ha sido frecuente el contacto con partidos, sobre todo con militantes y dirigentes de IU, con los que en muchos asuntos hemos podido tener posicionamientos coincidentes. No obstante, la conclusión a la que invariablemente llegaba era la misma: me convertí en un escéptico del voto, algo que me gusta más que el término “abstencionista”. Y esto por amor a la democracia. Mis generación es hija de quienes se criaron en el franquismo, y nos tomamos la democracia tan en serio como para creer que el voto es algo más que un papel depositado en una urna cada cuatro años.

Después de muchos años sin hacerlo, voté en las últimas elecciones europeas, y de ahí en adelante. En ese caso voté por el Partido X, sobre todo, porque de él formaban parte muchos y buenos compañeros y compañeras. Luego llegó el tsunami Podemos. Y sí, sin lugar a dudas, Podemos es el único partido que aprecio: por su código ético, por su resignificación de viejos términos, como el propio de “izquierda”, por su sustento en los círculos, por su posición insobornable, como está demostrando Teresa Rodríguez y su equipo en la Junta de Andalucía, a quien voté. No estoy en Podemos, pero entiendo que hay muchos Podemos, y uno nunca sabe si alguna vez estará en uno de esos Podemos.

De momento no es así. Podemos, como todo partido, arrastra luchas de poder, cuotas, corrientes, familias, una verticalización a veces insoslayable y, como todo partido de implantación estatal, cierta ceguera para asumir los procesos y particularidades locales. Pertenezco a la plataforma Málaga Ahora ya desde sus orígenes, cuando se llamaba Ganemos, que la asamblea ciudadana de Podemos decidió apoyar para las pasadas elecciones municipales. Ningún partido forma parte de ella, aunque sí una multitud de militantes, sobre todo, precisamente, de Podemos, sin cuyo trabajo excepcional no habríamos logrado los cuatro concejales -concejalas, más bien- actuales.

Una enfermedad típica de los partidos se llama “hegemonía”, y en Podemos, que renunció a presentarse con sus siglas en estas elecciones municipales, a veces se manifiestan algunos síntomas. El último de esos síntomas ha sido el reciente reglamento de obligado cumplimiento que, de nuevo sin diferenciar entre particularidades territoriales, ha aprobado su Consejo Ciudadano Estatal sobre los concejales de las candidaturas municipales. Sin ir más lejos, considera que cualquier persona que esté inscrita en la página web del partido forma parte de él. En consecuencia, si esa persona ha sido elegida como concejal en alguna candidatura municipal, debe destinar parte de su sueldo al propio Podemos, así entre esto en colisión con el propio reglamento interno de su candidatura. En el caso de Málaga Ahora, para hablar de lo que conozco, nuestro código ético establece una limitación salarial para los concejales electos, y “el excedente resultante será cedido para que su Asamblea defina el uso más adecuado de acuerdo a sus objetivos”.

No debemos soslayar que la financiación es un asunto clave para cualquier organización que aspire a asentarse y expandirse. Si no, que se lo cuenten a Izquierda Unida, asfixiada en la actualidad por las deudas. Todo esto, en realidad, revela otro síntoma tradicional en los partidos. En ocasiones, sus militantes tienen una altura de miras mayor que la de sus dirigentes. Podemos hay muchos, he dicho antes, ese al que pertenecen tantos de sus militantes merece mi admiración.

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