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EN PRIMERA PERSONA
La universidad privada de Granada que robó nuestras ilusiones
Mi relato es el relato compartido de muchos compañeros que pasamos por una universidad privada de Granada llamada Campus Europeo de Estudios Superiores de Granada (ESCO) -hoy rebautizada como New Digital Talent-. Una institución que, bajo la promesa de ofrecer titulaciones que no estaban disponibles en la Universidad de Granada, jugó con las ilusiones y el capital económico de decenas de jóvenes y sus familias, llegando incluso a los tribunales, sin que la justicia actuase.
Todo comenzó en 2009, recién salida de Selectividad. Un panfleto me llevó a conocer aquella universidad en Granada. Nos convencieron con instalaciones bien equipadas, discursos esperanzadores y promesas de títulos válidos a nivel internacional. Mis padres, con mucho esfuerzo, aceptaron pagar 450 euros al mes durante cuatro años. Una “gran oportunidad”. Las tarifas: 4.200 euros por curso, con reserva anual de otros 450. En total, unos 17.000 euros por una carrera universitaria que, decían, equivalía a cualquier grado oficial en España y el resto de Europa. Que era Plan Bolonia, pero no.
Durante los años de estudio todo parecía normal. Profesores admirables, compañeros increíbles y un ambiente optimista. Eso sí, las becas nunca llegaban y las prácticas eran un poco precarias para lo que pagábamos. A mitad de la carrera comenzaron a sonar alarmas: noticias en El País (2007), El Mundo (2008) y la BBC (2011) alertaban sobre irregularidades en los títulos de la ESCO. En clase, cuando un compañero mostró el artículo de la BBC, el profesor bromeó, pero nosotros no teníamos ganas de reír. La dirección envió una carta de siete páginas intentando tranquilizarnos: aseguraban que el título seguía siendo “válido y oficial dentro de la Unión Europea”, amparado por el Espacio Europeo de Educación Superior.
Sin embargo, esa carta solo escondía un problema que ya existía. Nadie nos había advertido de que la Junta de Andalucía había modificado la Ley Andaluza de Universidades en 2011, dejando fuera de reconocimiento los títulos expedidos por universidades extranjeras. Nosotros, jóvenes de 17 o 18 años, no teníamos por qué conocer la legislación universitaria. La responsabilidad era de la universidad, que siguió vendiendo ilusión.
Un título no reconocido
En 2014 llegó el día de la graduación. Vestido, aplausos, orgullo. Pero cuando intenté inscribirme en la bolsa de empleo me dijeron que mi título no existía. Ni grado ni nada. Volví llorando a casa. La dirección de la universidad me dijo que “sólo faltaba la traducción jurada”. Me la hicieron y volví a la oficina con todos los papeles: título, traducción, carta del British Council y la esperanza intacta. La funcionaria llamó a ESCO y, tras escuchar la respuesta, me dijo con pena: “Lo siento, tu título no se reconoce como universitario”. Me rompí. Cuatro años, miles de euros y toda mi ilusión se habían ido al suelo.
Busqué respuestas. Algunos compañeros habían denunciado, pero perdieron. Incluso algunos profesores habían demandado al centro. En 2018, me uní a un proceso judicial abierto contra el director, “Papá Noel”, como irónicamente lo llamábamos porque nos debía muchos regalos, pero sobre todo un título universitario. En mi declaración relaté cómo mis padres habían confiado en que el título, “homologado por la Universidad de Gales”, sería válido en toda Europa, y sobre todo, en España. El Ministerio de Educación confirmó que no lo era, cerrándome todas las puertas: oposiciones, becas, másteres públicos. Nos considerábamos víctimas de una estafa y de publicidad engañosa.
"Me rompí. Cuatro años, miles de euros y toda mi ilusión se habían ido al suelo".
A pesar de tener al fiscal de nuestra parte perdimos. Una compañera, que había conseguido el trabajo de su vida, fue despedida porque su título no era válido. Tuvo que estudiar periodismo dos veces. Imaginarlo duele: volver a empezar una carrera, con más de treinta años y la mochila del desencanto a cuestas.
Hoy seguimos sin respuestas. Nadie ha explicado cómo se permitió que una universidad privada ofreciera títulos sin validez oficial. Recibimos cartas del Ministerio confirmando que nuestros títulos no son universitarios, mientras la ESCO seguía funcionando con total impunidad. Fuimos muchos los “duendecillos” que creímos en un Papá Noel académico que nunca existió. Lo más doloroso no es el dinero, sino el tiempo perdido, la juventud invertida y la ilusión rota.
Han pasado los años. Mi padre, ya mayor, sigue preguntando si “lo del título” se arregló. Yo sonrío y miento: “Estamos en ello, papá”. Pero sé que no. Nadie vendrá a salvarnos. Esta crónica se la dedico a mis padres, lo más valioso que tengo. Pero también es para mis compañeros. Para los que se sintieron fracasados sin serlo. Para los que hoy siguen luchando por ese hueco que ya era suyo. Estuvimos hundidos pero seguimos aquí. Somos lo que sabemos hacer: somos periodistas.
Sobre este blog
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