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“Nos salvaron de la guerra, pero nos perdieron para siempre”

Niños del 'Winnipeg'. // Biblioteca Nacional de Chile.

Juan Miguel Baquero

“Mi madre había llegado demasiado tarde y ya no la necesitaba”. “No elegimos el exilio, nos encontramos con que nos habían exiliado”. “Nos salvaron de la guerra pero nos perdieron para siempre”. Son frases repetidas por quienes sufrieron el éxodo infantil durante la Guerra Civil española. Una parte de la conciencia de los exiliados que pudo oírse en la mesa redonda celebrada en el Museo de la Autonomía de Andalucía en el marco de la exposición Entre España y Rusia. Recuperando la historia de los niños de la guerra.

El encuentro contó con la participación de una de las principales expertas en la materia, la catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, Alicia Alted. También su homóloga en la Universidad de Huelva, Encarnación Lemus, y la profesora titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, Inmaculada Cordero. Profundizaron, en La conciencia del exilio infantil: los niños de Morelia y del Winnipeg, sobre estas dos rutas hacia América.

'Ayudemos a los niños españoles'

“El concepto 'niños de la guerra' hace referencia a quien vivió su infancia en el marco de un conflicto bélico y además sufrió directamente sus consecuencias, que les marcaron de por vida”, define Alicia Alted. En la contienda española serán “unos de los grandes protagonistas” y crean un “profundo impacto en la opinión pública internacional”. Numerosos países se organizan en una campaña, 'Ayudemos a los niños españoles', hasta el punto de fraguar el concepto de “ayuda humanitaria”.

Al llamamiento del Gobierno de la República responden Francia, Inglaterra, Suiza, Unión Soviética y México. Otros como Holanda, Países Bajos, Noruega y Suecia apoyan colonias de niños en suelo francés o se acogen a sistemas de apadrinamiento “muy usuales en Bélgica”. También había colonias en zonas republicanas que el avance de la guerra hace cada vez más complicadas.

En marzo de 1937 salen los primeros 400 niños evacuados. Durante ese año, a Francia llegaron “unos 20.000, de los que en junio del 38 quedaban 11.000”. Cuando se produce el éxodo masivo de febrero del 39 “de casi medio millón de personas por la frontera francesa, unas 170.000 eran población civil y de estos unos 68.000 eran niños”, refiere Alted. Los dibujos reflejaban “esos pájaros mortíferos que a los niños fascinaban y que eran también un elemento de destrucción y tristeza”.

“Morelia no estaba muy bien elegida”

Las vivencias serán muy diferentes entre uno y otros casos. Los conocidos como “niños de Morelia” fueron un grupo conformado por 456 menores de edad, hijos de republicanos, que partieron en 1937 en barco con bandera francesa con destino a México. Mientras, el Winnipeg fue fletado por Pablo Neruda desde Francia con destino a Chile y en él embarcaron, pese a las numerosas dificultades más de 2.000 exiliados españoles. Todo en el clima prebélico que precede a la II Guerra Mundial.

México es el gran país de acogida en América Latina. “La historia de los niños de Morelia es, como el chocolate –proyecta Inmaculada Cordero–, muy amarga y con momentos dulces”. Un exilio asociado además “a un mito intocable en México”: el presidente Lázaro Cárdenas. A propuesta del Comité Latinoamericano de Ayuda al Pueblo Español “acepta recoger a 500 niños con dos condiciones, que tuvieran entre tres y 15 años y un certificado de salud”.

“Todas las escenas las recuerdo sin brillo, como si en todo ese tiempo no hubiese estado el sol. Algunos compañeros no recuerdan nada de esos días”, escribía un niño sobre un viaje “triste y difícil”. Llegaron a una población “pequeña, conservadora, católica… Morelia no estaba muy bien elegida”. Sinsabores para quienes, en muchos casos, no regresaron jamás a sus hogares de nacimiento.

Winnipeg, el carguero mitificado

Winnipeg

La evacuación a Chile está “mitificada por la participación de Pablo Neruda”, cuenta Encarnación Lemus. Aun así, recuerda, “es de los grupos que menos atención recibe”. El barco era “un carguero de una compañía que crea el Partido Comunista francés para burlar el acuerdo de no intervención y auxiliar a la España republicana”. Para esa intervención, “se readapta para que la carga sean personas”.

El 3 de septiembre de 1939 el Winnipeg arriba a Valparaíso, Chile. Los relatos inciden en una travesía dificultada por “el boicot internacional, las dificultades para abastecer… sufrieron todo tipo de retenciones”, apunta Lemus. Como los “cinco días varados ante el Canal de Panamá”. Ni Francia ni Chile habían pagado el paso.

La exposición Entre España y Rusia reconstruye ese éxodo infantil a través de las vivencias de sus protagonistas involuntarios, de sus testimonios orales y escritos. En la programación complementaria, el 23 de octubre tendrá lugar una nueva mesa redonda que pondrá el foco en este episodio histórico desde un enfoque de género, profundizando en El exilio en femeninoEl exilio en femenino.

Araceli Ruiz Toribios, una “niña de la guerra”, explicará “qué sintieron en su diáspora y cómo reconstruyeron sus vidas fuera de España y sin sus familias”. Estuvo 43 años en Rusia, con un paréntesis de siete en el que trabajó como traductora en Cuba. Ahora es presidenta de la Asociación Asturiana Niños de la Guerra. Participará también la catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Salamanca, Josefina Cuesta, experta en historia de la mujer en los movimientos migratorios contemporáneos. Como decían: “Los vencedores no tienen historia (trágica), solo los vencidos pueden describir amargamente la suerte injusta que han sufrido”.

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