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Sororidad y comadreo, claves de la revolución transversal que surgió de la Andalucía en femenino

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Sara Álvarez

Sevilla —

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No se puede fijar una fecha de comienzo del feminismo andaluz. A nivel teórico podría ser en el siglo XIX, con las “feministas utópicas”, afirman Teresa Terrón y Victoria Chacón, directora y colaboradora, respectivamente, del Grupo de Investigación en Acción Socioeducativa del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Sin embargo, nuestras ancestras “estaban tan ocupadas haciendo feminismo que no tuvieron tiempo a teorizarlo”.

Las investigadoras coinciden en que, a lo largo de la historia, las andaluzas han protagonizado una lucha desde abajo, desde lo cotidiano, desde los saberes populares. Una senda que puede conducir a transformaciones culturales, afirman. Y aquí nace su interés por el feminismo andaluz, según exponen las autoras en su artículo 'Feminismo andaluz: acercamiento a una nueva línea de pensamiento feminista' al objeto de visibilizar y resignificar el papel que han tenido nuestras antepasadas.

Abuelas, vecinas, madres y todas aquellas mujeres andaluzas que se entregaron a la sostenibilidad de la vida, sobre las que recayeron tareas tan sacrificadas como “criar, educar y cuidar de los hijos e hijas, conservar y manipular alimentos, velar por la salud y conocer remedios para la enfermedad, transmitir historias familiares, sociales y costumbres, administrar y conseguir los materiales necesarios para la subsistencia”, afirma en dicho artículo Consuelo Flecha, catedrática en Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla.

Es casi imposible realizar una genealogía de todas las mujeres andaluzas pues su tradicional infravaloración e invisibilización lo dificulta, de acuerdo a la recapitulación de las investigadoras, que apuntan que “si un adjetivo pudiera calificar la relación de nuestras antepasadas sería sororidad y comadreo”. Terrón y Chacón han repasado investigaciones como 'Mujeres Andaluzas que hacen la Revolución'“ o 'Herstóricas', y han rescatado a una serie de mujeres andaluzas referentes: las poetisas de Al-Ándalus; las maestras andalusíes de Ibn Árabi, Fátima y Shams; Enriqueta Joya, la primera pescadora; la priosta Elvira Alfonso; Rafaela Vázquez Cañete, una de las impulsoras de las primeras cuadrillas de costaleras; Ana Carmona, la mujer que hace un siglo se hacía pasar por hombre para poder jugar al fútbol; la víctima de violencia machista Ana Orantes; o Mariana Pineda, entre otras muchas. Igualmente, no podemos olvidar a otras dentro del folclore como Lola Flores, Marifé de Triana o Rocío Jurado.

Los puntos claves del feminismo andaluz, siguiendo el artículo de las investigadoras, son la interseccionalidad y la transversalidad. “Andalucía es plural dentro de sí misma”, afirman Teresa Terrón y Victoria Chacón. Y esa pluralidad debe ser utilizada para crear una red de batalla común con un objetivo: “la igualdad, dignificación y resignificación de todo el pueblo andaluz”, añaden.

Feminismo andaluz o barbarie

Un momento muy importante para el feminismo andaluz fue en el año 2016 cuando Mar Gallego publicó “Como vaya yo y lo encuentre”. La profesora del departamento de Didáctica y Organización Escolar de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Cádiz Begoña Sánchez ha reseñado este ensayo y lo considera maravilloso como homenaje a todas las antepasadas andaluzas, de las que “tenemos tanto que aprender”.

Una de las características del feminismo andaluz precisamente es que “nace de una necesidad y una inquietud orgánica que tuvimos y tenemos muchas mujeres andaluzas y que no se resolvían hablando del género o la clase”, explica Mar Gallego a elDiario.es Andalucía. De esta forma, incluir el factor territorial, en este caso el andaluz, era fundamental. “Esto nos ha permitido comprender ciertas cuestiones que otros ejes de análisis o acción no resolvían”, comenta la periodista especializada en género.

Para hablar de feminismos andaluces es necesario hablar de Andalucía “porque el territorio andaluz ha sido y es una fuerte marca para nosotras”. Por ello es importante utilizar esa marca, “hacer nuestras genealogías, esbozar violencias particulares, hablar de nuestras cosmovisiones del mundo e incluso celebrarnos bajo formas que lo hegemónico nos ha intentado arrebatar”, asegura Gallego.

También hace referencia a que parte de los feminismos andaluces entienden que sus diferencias no es una pérdida sino una verdad orgánica, donde “cada territorio ha construido vida desde prácticas colectivas distintas”. “La cultura popular es un concepto de arte identitario” además de ser algo artístico son prácticas que inducen a generar paradigmas vitales que ayudan a no tener que parecerse a nadie para vivir.

Una idea fundamental que promueve la reivindicación de los colectivos feministas andaluces es “la necesidad de lo común frente a una idea de progreso totalmente individualista”, apunta Mar Gallego, quien añade que eso se consigue indagando en “nuestras raíces, nuestras madres, nuestras vecinas, nuestras abuelas, como sabedoras”.

Orgullo andaluz

Actualmente, el feminismo andaluz está sentando unas bases muy potentes y unas narrativas muy presentes, asegura Mar Gallego. “Mucha práctica y mayor conciencia de celebración de lo propio como algo político, no solo cultural. Nuestras prácticas de resistencia y colectividad siempre se han folclorizado, y lo folclórico tiende a despolitizarse”, comenta.

La deriva y el futuro del movimiento feminista andaluz no se sabe cuál será, confiesa, pero desea Gallego, y puede ser un sentimiento compartido entre muchas feministas andaluzas, que no “tome una deriva victimista”. Mar reflexiona que no quiere que se usen los feminismos andaluces para esa “especie de olimpiadas de la opresión en la que estamos todo el rato”. “Es potente entender la opresión desde el reconocimiento de que los pueblos oprimidos son también ricos en cultura popular y en vivir de forma más sostenible”, afirma.

Para la especialista, el 28 de febrero es un día en el que la población andaluza reivindica y reclama con orgullo su tierra. El orgullo es un término que se usa desde un enfoque de “voluntarismo personal”. De sus palabras se deduce que tener orgullo o no tenerlo, más que algo personal, es un proceso estructural. Por lo que no se debe culpar a quien no lo tenga, ni señalarlo ni reprocharle nada. Al contrario, entender que esa respuesta es sistémica. A pesar de esto, la cuestión del orgullo hoy día es algo que se está reivindicando mucho más que hace unos años y, para Gallego, “mucha gente a medida que pasa el tiempo persiguiendo ciertas metas con sumo esfuerzo se da cuenta que en lo que nos dijeron que teníamos que superar está la clave de mundos con más sentíos”. En esos momentos es cuando “encontramos a nuestros barrios y a nuestra tierra”, asegura Mar Gallego.

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