El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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El espejo es una ventana que no cesa de fascinar, incluso cuando parodia la imagen que refleja, y quizá esa sea la razón por la que el realismo, como imitación que es de la vida, se impone de forma obstinada una y otra vez. Puede que sea cierto que todo debate por superar la oposición entre el realismo e idealismo queda condenado al fracaso desde su mismo inicio, porque en lo ideal lo real no encaja y así lo vemos a diario y así lo escuchamos a diario y así lo leemos a diario.
Lo real son datos, es esa imagen que devuelve el espejo, parodiada incluso; lo ideal es un supuesto que encaja en algún lugar de nuestro espíritu vital y que tiene que ver más con el deseo de ser que con la realidad de estar. Pero la realidad del día a día se impone frente al ideal que no encaja en el presente. Vivimos en la realidad de una sociedad aterida por el miedo, decepcionada, humillada y en ese contexto surgen fenómenos cuya fascinación por el espejo no solo no cesa, se agranda día a día y se hace parodia. Donald Trump es un ejemplo de esa clase de políticos que dicen no ser políticos, porque dicen despreciar a los políticos, cuando realmente lo que desprecian es a la política en su máxima expresión. A lo largo de las últimas semanas hemos visto como el candidato republicano cumple con todos los requisitos: ha hecho una campaña estridente, polémica dentro y fuera del partido, en la que ha insultado a las mujeres, a los mejicanos, a los inmigrantes, llegando incluso a echar a un bebé de un mitin por llorar y defendiendo la supremacía del hombre blanco y americano. Así, peldaño tras peldaño, ha alcanzando la gloria de la ideología del fracaso que se alimenta del miedo, de la humillación, del saberse haber sido los “egos” del mundo, los Estados Unidos de América, y sentirse ahora amenazados por las sombras teñidas de sangre que el “trío de las Azores” desató cuando, con mentiras impúdicas, invadió Iraq, dividiendo a Europa y abriendo la puerta a los horrores que sufre Oriente Medio desde aquel 2003.
Como sociedad nada les debemos a Aznar, Blair, Bush, absolutamente nada, y espero que América no deposite su confianza en un hombre que es el reflejo de la codicia y que por despreciar no duda en despreciar a sus propios votantes. En su espejo matutino no sé qué verá Donald Trump, imagino que verá a un gran triunfador, al sheriff de América. ¡Qué América se proteja de América!
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