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Sobre este blog

Barbijaputa es el seudónimo de la articulista que encontrarás bajo estas líneas. Si decides seguir leyendo darás con artículos y podcasts sobre el único feminismo sensato que existe: el radical.

Hablemos desde el pasado para las del presente

Barbijaputa

El podcast feminista que hacemos cada semana para eldiario.es tiene un formato basado en lo que las mujeres que nos oyen nos cuentan cada semana. Son las oyentas las que mandan audios con sus reflexiones, yo voy seleccionando los temas que aparecerán cada semana y a veces entre todas a veces yo, comentamos, damos respuestas u opiniones.

Esta semana, una de las oyentas sugería que dedicáramos un programa temático sobre la violencia machista, desde la perspectiva de las propias oyentas que hayan sido víctimas. Experiencias encapsuladas en mensajes de audio que narren ese proceso de “darnos cuenta”, ese viaje lento y lleno de baches en el que las mujeres que hemos sufrido maltrato en cualquiera de sus formas hemos ido entendiendo que lo que sufrimos no es simplemente una relación “tóxica” (palabra que detesto porque reparte las culpas).

Si hay algo que tenemos en común todas las mujeres que hemos estado con un maltratador es la incapacidad para reconocernos como víctimas de maltrato. La violencia machista es la única forma de violencia en la que la víctima ama a su agresor. El machismo es la única forma de discriminación y opresión en la que quienes estamos por debajo, adoramos y compartimos la vida con los que están por encima. Por eso, entre otras cosas, es tan difícil abstraerse y señalar a tu maltratador como lo que es.

Si a eso le sumamos que las campañas contra la violencia machista no representan la realidad, sino son mensajes culpabilizadores sin más para las potenciales víctimas (como aquel “Hazlo por nosotros, mamá”) o en órdenes a las víctimas para que tomen cartas en el asunto, sin entender que nadie se identifica de buenas a primeras como víctimas de maltrato (como el famoso “corta a tiempo, el maltrato no llega de repente”, que parece decirte: esto no ha pasado de pronto, llevas ya tiempo permitiéndolo), el problema no se soluciona, sino que se acrecenta.

Que las campañas institucionales no sirven, que se trata sólo de machistas riñendo a mujeres, no es algo nuevo. Al menos en los últimos años se ha prescindido ya de los ojos amoratados del pasado, algo es algo. Pero sigue siendo insuficiente, y esto pasa sobre todo porque quienes tienen el poder carecen de voluntad, de conocimientos o de intención de invertir en recursos. O todo lo anterior junto.

La sociedad, por su parte, empuja a las mujeres que sufren violencia a “aguantar”, a no tomar decisiones drásticas en sus vidas, y en incontables ocasiones, éstas se encuentran con mensajes culpabilizadores sobre su situación. Al final, los órganos de poder actúan como un reflejo de la propia sociedad.

Si fueran las propias víctimas de maltrato machista, con conciencia de haberlo sufrido y el porqué, quienes elaboraran los mensajes con los que dirigirse a las mujeres que necesitan ese despertar, ese “darse cuenta”, otro gallo nos cantaría.

Hacer un programa especial sobre este tema y contar con las voces de las que saben de lo que hablan, de las mujeres que ponen nombre a sus experiencias, quizás puede ayudar a muchas otras que estén escuchando, así que por supuesto lo haremos. Pero sigue siendo un grano de arena en el desierto. Porque se sigue fomentando que en el imaginario social las víctimas de violencia machista son quienes reciben golpes por parte de ogros sin piedad. Esto también hace que los propios maltratadores no se reconozcan como tales.

Nosotras estamos llenas de “no, mi historia es diferente a todas las demás”. Claro, donde “todas las demás” son relaciones de mujeres bondadosas y pacientes que soportan en silencio a ogros que no existen como tales.

Estamos llenas también de “No, mi pareja no es así, tiene muchas cosas buenas, es sólo que algunas veces...”. Como si la violencia machista fuera perpetrada por tipos que no descansan de violentar a sus parejas ni cuando duermen. O aquello de “Muchas veces estamos bien, pero yo lo hago enfadar”. Como si hubiera algo innato en nosotras con la capacidad de enajenar al otro a nuestra voluntad. Un algo que hace posible que se ensombrezca su mirada y empiecen a salir de su boca sapos y culebras sin ningún tipo de filtro, que te dejan completamente destrozada o con una crisis de ansiedad.

Si se centrara la atención en experiencias reales para prevenir y alertar sobre la violencia machista, muchas mujeres empezarían el proceso de darse cuenta mucho antes, porque sí estarían hablando de ellas mismas, y no de lo que suponen “las verdaderas víctimas”. Y decir mucho antes es hablar de ganar tiempo, un tiempo que es literalmente vital en miles de casos.

¿Qué impacto tendría si cada diario, cada radio y televisión, emitiera las voces y experiencias de aquellas que ya ponemos nombre a lo que otras están viviendo hoy, ahora mismo? Que tras decir “Me castigaba con su silencio durante días por cosas que ni entendía” se añadiera: “y eso es maltrato”. Tras contar que “Me retenía contra mi voluntad en la casa cuando no podía soportar ni un grito más” o “Daba igual que él iniciara la discusión, o que fuera él quien sobrepasara todos los límites, la culpa siempre recaía sobre mí”, añadir siempre “y esto es violencia machista”.

El auge del feminismo comenzó esta red de escucharnos y contarnos, de compartir experiencias y creernos unas a otras. Pero el sistema patriarcal sigue engranando sus piezas sin descanso, desarticulando la lucha allí donde puede o haciendo imposible que nuestra red llegue a todas las mujeres. El patriarcado está asentado como debería estarlo el feminismo, y hasta que no empecemos a darle la vuelta a esta realidad tenemos que seguir hablando, seguir contando y seguir presionando para que se creen espacios con más y más proyección, donde seguir narrando qué nos ha pasado y por qué nos ha pasado.

Personalmente, nada me hubiera ayudado más que el acceso fácil y seguro a otras mujeres que nombraran y problematizaran mi realidad, una realidad que ahora es mi pasado pero que para muchas otras es aún el presente.

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